martes, 30 de abril de 2013

Desenterrando el horror




Hay hombres nacidos del horror capaces de interceptar a un sencillo pescador camino a la laguna, con sus cuerdas, plomadas y lombrices, para someterlo al infierno.

Los guardias de la empresa de seguridad privada Orión que hacían turno el 29 de abril de 2012 en la finca Paso Aguán, de Miguel Facussé, eligieron a la víctima equivocada para mensajear al mundo su furia bestial.

 Eligieron al campesino José Antonio López Lara, de 47 años, a quien sometieron al peor de los suplicios: le fracturaron a golpes brutales su cráneo y brazos, y luego lo ocultaron en una fosa rústica que acabó siendo descubierta por los ojos de la memoria.

Porque entre cielo y tierra no hay nada oculto, los hombres y mujeres valientes de Paso Aguán decidieron en julio de 2012 expulsar a los guardias del terrateniente y recuperar la finca, y ahí empezaron a encontrar las evidencias de los asesinados y los desaparecidos.  

No fue un caballo con botas el hallazgo del jueves anterior, como rebuznaron algunos animales de la zona al sentirse descubiertos, sino un ser humano.
Ahí debajo de las palmeras, abajo del humus de la tierra fértil, estaban los huesos de un hombre bueno, entregado al trabajo y a su familia.

José Antonio López Lara esperaba las manos de Leonel Paiz y Alma Nidia Vásquez, de Guatemala, y los ojos de millares de testigos del valle y los reportes de la prensa local e internacional, para volver a nacer en la conciencia colectiva del valle.

Un bolso con aperos de pesca que su esposa Rosa Delia González puso al desaparecido el 29 de abril de 2012 y sus botas de hule intactas sirvieron como elementos preliminares de su identificación.

Frente al hecho irrefutable del hallazgo de los huesos de la víctima, los movimientos campesinos y populares de la zona del Aguán exigieron ayer viernes en manifestación pública que la operación militar Xatruch salga de la zona.

También que se vaya el empresario Miguel Facussé, algunos de cuyos acreedores – Inglaterra, por ejemplo --, envió a su embajadora a la zona a inspeccionar las causas de la violencia contra las organizaciones campesinas, masacradas con casi 100 víctimas en menos de 4 años.

Regresando a José Antonio, eso de quitarle la vida a golpes a un hombre indefenso, sin escuchar sus lamentos, y luego lanzarlo a un hoyo sin rituales ni oraciones ni flores, ¡no tiene madre! como dice el poeta guatemalteco Otto René Castillo.

“Para el movimiento campesino y las organizaciones sociales del Bajo Aguán, la exhumación representa un paso a favor del derecho a la vida y vamos a exigir justicia ante todas las instancias, nacionales e internacionales”, dijo con decisión Esly Banegas, de la Coordinadora de Organizaciones Populares del Aguán (COPA).
“Vamos a seguir fortaleciendo el proceso de lucha, contra un modelo depredador que acapara las tierras en manos de unos pocos terratenientes y persigue a muerte a sus competencias”, agregó la activista del Aguán.

La petición formal para levantar de la tierra la osamenta de José Antonio fue del Comité de Familiares de Detenidos Desaparecidos en Honduras (COFADEH), los parientes de las víctimas y el Movimiento Unificado Campesino del Aguán (MUCA).

“Lo que lamentablemente estamos viendo es la prueba de lo que hemos venido diciendo desde hace mucho tiempo: aquí nos persiguen, desaparecen y matan, hasta convertir nuestros campos de trabajo en cementerios clandestinos”, dijo Vitalino Álvarez, vocero del MUCA.

En este teatro de la muerte tal vez no todas las víctimas sean campesinos solamente, es verdad, sino también guardias de seguridad y transeúntes, y quizás no todas las muertes sean responsabilidad de los terratenientes; es cierto.

Pero lo que importa verdaderamente aquí en este momento no es culpar a unos y descargar a otros, sino parar la impunidad acumulada con verdad y justicia, porque la violencia de cada día engendra más violencia, venga de la policía, los xatruches, los carteles de sicarios, los paramilitares o de las empresas privadas de seguridad.

No hay duda ahora que el Aguán tiene más campesinos desaparecidos ocultados debajo de la tierra y la humanidad debe hacer todo lo posible por hallarlos, porque los difuntos se merecen aunque sea un cajón de cuatro tablas y un funeral.

Es preciso que los militares serios paren de inventar fábulas de ejércitos insurreccionales asociados a los  carteles del narcotráfico, para justificar la criminalización de la lucha por la tierra.

 El propio Porfirio Lobo, con amistades estrechas en Colón y Gracias a Dios, debe detener aunque sea al final de su maltrecho mandato toda esa verborragia hostil hacia los movimientos campesinos.

Inclusive la diplomacia europea y norteamericana, relacionadora pública del modelo capitalista decadente,  tiene una gran responsabilidad directa en crear condiciones de armonía en el Aguán; sin embargo, sus preguntas sutiles e insinuaciones perversas, no favorecen ese propósito.

La fiscalía, por su parte, debe actuar en nombre y representación de las víctimas, y el poder judicial ponerle fin a su amachinamiento corrupto con los grupos de poder.

El país no puede seguir con unos medios terroristas inventando ficciones, mientras las familias levantan sus muertos de la tierra con dientes apretados y la sangre fluyendo veloz de impotencia o de ira.

Como dijo el pastor Rigoberto Ulloa, de la iglesia Agape, en una predicación de cierre en el Aguán, frente a los restos de José Antonio López Lara: “no es posible tanta tierra hermosa en pocas manos y un montón de manos sin tierra. Aquí hay que romper el miedo, fortalecer la unidad y exigir castigo para los que han cometido estas atrocidades”.

Que así sea!

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