viernes, 12 de abril de 2013

Chávez




Por Julio Escoto

Conocí al líder venezolano en 2010, cuando asistí a la conferencia académica “Hombres a caballo” convocada por el ministerio de Relaciones Exteriores y la Universidad Nacional, campus de Caracas.

Estábamos por concluir las reflexiones teóricas en torno a los próceres americanos que se habían tirado extensas y sin duda dolorosísimas jornadas libertarias a lomo de mula, yegua, carroza o corcel por territorios del continente —del istmo en el caso de Morazán— cuando el edecán nos advirtió estar mañana domingo prestos para tomar el autobús oficial ya que —confidente, rezumaba aliento fraterno— ofrecía la agenda actividades singulares.

La primera fue un desayuno colectivo con el vicepresidente Elías Jaua, tanto joven como políticamente experimentado, en la residencia de Cancillería y donde aproveché para exigirle que no abandonaran a la resistencia hondureña, deseosa de transformar al país y liberarlo del venal bipartidismo liberonacionalista que malignamente controla al Estado.

Me llevó aparte de los otros y me contó entonces lo que fue su batalla personal con Chávez: por años habían asistido a cualquier reunión, minúscula que fuera, para explicar y difundir su programa político, y que esa acción hormiga había generado inauditos resultados.

Cuando en la tarde de elecciones empezaron a fluir los datos, la confusa y confiada oligarquía venezolana descubrió que el chavismo había conquistado el poder, quizás para siempre.

El segundo evento, hora después, fue trasladarnos a Plaza Bolívar, donde se celebraría esa mañana la transmisión 210 de ¡Aló Presidente!, el programa radiotelevisivo en que el comandante Hugo Chávez se dirigía a una vasta audiencia interesada en asuntos de candente política nacional, internacional y mundial.

Pasamos dos amables controles de seguridad, dejamos en Secretaría los regalos (Edenia Argueta envió cuatro bellezas artesanales) y nos sentamos a esperar la aparición del comandante quien, otra hora después, surgió por oriente conversando animadamente con su hija.

Los detalles están en la grabación videofónica de entonces, de la que solamente vale agregar que Chávez expropió esa mañana dos edificios próximos a casa de gobierno (estaba congresionalmente autorizado para ello), ya que en tales espacios había tenido oficinas Simón Bolívar. Y dado que el gobierno pagaba más del valor declarado, los dueños ni protestaron.

Es más importante, empero, contar que el hombre derrochaba energía y que su aproximación a la vida era siempre intensa y ofensiva. A su formación profesional castrense, concentrada en estrategia y audacia, sumaba pragmatismo, como que había leído escrupulosamente a Sun Tzu.

Pero opuesto al espadón tradicional —usualmente abusivo, servil y corrupto— organizó al estamento militar con principios cívicos de riguroso patriotismo y lo transformó en defensor, no vendedor, de la república. Obvio que ello posicionó a las fuerzas armadas como figura predominante pero aseguró que nadie acuchillara a Venezuela por la espalda, como cuando Salvador Allende en Chile.

Esos principios ideológicamente estructurados y ritualmente nacionalistas son el legado del socialismo del siglo XXI, del que no hay teoría y que es difícil aplicar materialmente en naciones carentes de la riqueza venezolana. Porque en sustancia es modelo moral, una ética política exitosa en doce elecciones sucesivas. Lo único que los conservadores pudieron aportar en contra fue un golpe de Estado.

Como soy quizás el único hondureño que habló con él en ¡Aló Presidente!, puedo pregonar del diálogo público que tuvimos. “Llévale mi abrazo y recuerdo a los buenos amigos de tu país”, respondió cuando le solicité que Venezuela sostuviera su solidaridad con la heroica y libertaria resistencia catracha. “En Honduras nada ha terminado”, vaticinó, “allí apenas están empezando a ocurrir las cosas”.

Fue gran y digno peleador. Cuando quienes lo odian despotrican contra él les demando: “Díganme cinco hechos malos pero concretos (no subjetivos) que Chávez haya hecho a Honduras”, y no pueden aportar uno. Yo en cambio les doy diez positivos. Retornará algún día, más maduro, pues ya está integrado a las escuelas democráticas de dios.

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