sábado, 20 de abril de 2013
Tráfico de piezas precolombinas, un negocio de dos siglos
Por Juan Carlos Rivera Torres *
La sucursal en París, Francia, de la casa de subastas londinense Sotheby''s logró captar recientemente más de 10 millones de euros por la "venta legal" de un arsenal de piezas precolombinas que, desde el punto de vista ético, son propiedad indiscutible de países latinoamericanos. Sotheby's realizó la operación aún bajo una fuerte ola de críticas de México, Guatemala, Venezuela y Perú, países que intentan recuperar parte del patrimonio cultural que salió de manera legal o clandestinamente de los sitios arqueológicos a finales del siglo XIX y durante gran tramo de la centuria recién pasada.
La casa más antigua de subastas procedió a ejecutar la venta aferrada al argumento de que todas las piezas pertenecían legítimamente a la sucursal que el museo suizo Barbier-Mueller mantuvo a disposición del público en Barcelona, España.
En septiembre de 2012, luego de 15 años de mantenerlo abierto, el Barbier-Mueller cerró las puertas de su establecimiento satélite de Barcelona y decidió subastar la colección precolombina, en lugar de trasladarla a su sede, situada en Ginebra, Suiza.
El origen del negocio
¿Cuándo y cómo llegaron a Europa esas piezas que se encontraban enterradas en Latinoamérica? Estas y otras preguntas se formulan los ciudadanos medianamente informados que censuran el brillante negocio, que las casas de subastas hacen con piezas que jamás han sido de su propiedad.
Sin embargo, las autoridades, historiadores y arqueólogos conocen perfectamente el fondo del asunto y tienen más de una respuesta.
Honduras, cuyas autoridades no habían elevado su voz de protesta contra la referida subasta, es un punto interesante de partida que permite identificar protagonistas, medios y rutas del tráfico de piezas arqueológicas, llamadas vulgarmente "antigüedades" por compradores y vendedores que desconocen el valor cultural.
De unas 300 piezas sometidas a subasta por Sotheby's, entre el 22 y 23 de marzo último, tres pertenecen al patrimonio cultural de este país mesoamericano, las catalogadas por la empresa londinense como el "lote 34" , "lote 221" y "lote 213".
De acuerdo con la referida entidad, ya fueron vendidos "el lote 221" por 35 mil euros y "el lote 213" por tres mil 750 euros, mientras "el lote 34", que tenía previsto subastarlo por 50 mil euros, no figura en la lista de las piezas cedidas a particulares.
El "lote 221" es una pequeña escultura de un hombre erguido con las dos manos alzadas a la altura del pecho. Mide 10 centímetros de alto por cuatro de ancho.
Dicha pieza data del Período Clásico maya, comprendido entre los años 600 y 900 de nuestra era (d.n.e.), del Valle de Copán, la zona donde se encuentra enclavada la antigua metrópolis conocida universalmente como Copán.
El "lote 213" corresponde a una figura de barro pintada con pigmento anaranjado, mide ocho centímetros de alto. Es del Período Preclásico maya, enmarcado entre los años 900 y 600 d.n.e. También es de Copán.
Asimismo, el "lote 34" es un vaso milenario de mármol. Este objeto, el más llamativo de los tres, procede del Valle de Ulúa, región conocida en la actualidad como Valle de Sula, cuyo corazón urbano es San Pedro Sula.
Ese recipiente mide 18 centímetros de alto y data de los años 1200 d.n.e., entre el período Clásico Tardío y Clásico Terminal en esta zona.
El lujoso cilindro, utilizado en su momento por las élites de las primeras sociedades prehispánicas, tiene dos asas adornadas con iconografía alusiva a animales.
En toda la superficie posee figuras en relieve de espirales, sobresalen dos franjas compuestas por elementos gráficos referentes a escamas. En el centro de la parte frontal se destacan dos ojos y una dentadura zoomorfa.
Todos esos elementos decorativos conformaron parte del mundo del simbolismo religioso de los antiguos mesoamericanos: la figura del espiral, por ejemplo, representa el mar y el agua; las escamas, a la culebra y son alegóricas a Quetzacóatl (Kukulkán), la "Serpiente emplumada", dios de la renovación en la cosmovisión maya.
Estas tres piezas, según Sotheby's, formaron parte de la colección del museo Barbier-Mueller, es decir, del arsenal de arte precolombino que Josef Mueller empezó a reunir en 1907 y que continuó hasta la fecha su yerno Jean Paul Barbier-Mueller.
Cuando Josef Mueller comenzó a acaparar los tesoros no había leyes que prohibieran el tráfico de piezas arqueológicas, en otras palabras, la actividad se desarrollaba dentro de un contexto de permisividad legal.
Pero el escenario comenzó a cambiar para los huaqueros -como se denomina popularmente a traficantes y coleccionistas- cuando en 1970 la Unesco (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura) suscribió en París la "Convención sobre las Medidas que Deben Adoptarse para Prohibir e Impedir la Importación, la Exportación y la Transferencia de Propiedades Ilícitas de Bienes Culturales".
Los involucrados
El vaso de mármol de Honduras, irónicamente sometido a subasta en París, se convierte ahora en un eslabón que pone bajo todas las luces del escenario la cadena de tráfico de arqueología que involucra a diplomáticos, arqueólogos y autoridades del gobierno.
La investigadora norteamericana Christina Luke en un ensayo titulado "Diplomáticos, vaqueros bananeros y arqueólogos en Honduras occidental", publicado en 2007 por el Instituto Hondureño de Antropología e Historia (IHAH), revela realmente cómo los saqueadores de arte prehispánico lograban apropiarse y sacar las piezas de este país centroamericano.
Para los llamados "buscadores de tesoros", Honduras se convirtió en una fuente inagotable de riquezas económicas, tanto que algunos de ellos protagonizaron acciones extremas.
Luke rememora en su ensayo que en 1839 John Lloys Stephens, explorador y diplomático estadounidense, compró las ruinas de Copán, ahora patrimonio mundial, por la suma de 50 dólares.
El diplomático pretendía convertir la antigua metrópolis maya en un gran almacén comercial de antigüedades del continente. En 1850, el gobierno anuló la venta.
Años más tarde, George Byron Gordon, director del Museo de la Universidad de Pensilvania (1910-1927), desempeñó un papel importante al realizar investigaciones arqueológicas en Copán y el Valle del Ulúa en 1880.
Sin embargo, sustrajo del suelo hondureño piezas que para él tenían un valor comercial inmenso, tal como lo evidencian las cartas que firmó y envió a Estados Unidos.
De acuerdo con Luke, los "responsables" de que Byron Gordon tuviera acceso al pasado histórico hondureño fueron el Departamento de Estado de Estados Unidos, la minera Rosario Mining Company y United Fruit Company.
Las autoridades norteamericanas realizaron el trabajo diplomático y las compañías aportaron dinero y se encargaron del transporte.
En la década de 1890, el gobierno de Honduras, bajo el argumento de que carecía de dinero para realizar las investigaciones, autorizó el ingreso de exploradores norteamericanos a los sitios arqueológicos con la condición de que compartirían los hallazgos en partes iguales. En ese contexto, suscribió una concesión para el Museo Peabody de Arqueología y Etnología de la Universidad de Harvard.
Gordon, quien más allá del valor cultural miraba el valor económico, aprovechó el acuerdo con ese museo para extraer y comercializar la riqueza arqueológica.
En el ensayo, Luke afirma que Gordon "tenía como principal contacto en Washington a G. Valentine de la compañía Rosario Mining, quien creó una red para explotar y embarcar materiales".
"Valentine operaba como una suerte de intermediario, traficando objetos de Honduras hacia instituciones coleccionadoras de Estados Unidos. El competía con otros, lo más probable con hombres de negocios afiliados a las compañías mineras y exportadoras de frutas", apuntó.
Ambos grupos trabajaban con pandillas locales para buscar antigüedades, sostuvo la arqueóloga que se ha esmerado en realizar investigaciones profundas sobre los vasos y las fuentes de mármol en el Valle de Sula.
Según arrojaron sus pesquisas, "la universidad de Pensilvania competía con el mercado privado y, además, con otras instituciones de prominencia (como el Smithsonian y Harvard) por los materiales del Valle del Ulúa".
Destacó, además, que en ese entonces "las preciadas vasijas de mármol estaban entre los objetos más deseables. Originalmente salieron a la luz por las primeras excavaciones de Gordon en el valle y han permanecido entre los artículos más calientes".
"La complicada telaraña de negocios mezclados con el placer de coleccionar antigüedades documenta no sólo el arte de la diplomacia para controlar el valor del mercado, además del valor intelectual, académico, sino también la meta final de adquisición privada de hallazgos para las crecientes colecciones estadounidenses", acotó Luke.
En el siglo XXI, los auténticos propietarios, los países latinoamericanos, aspiran a que las empresas comercializadoras pongan un alto al negocio de piezas arqueológicas prehispánicas y las conminan a devolver los objetos, porque legalmente son parte del patrimonio cultural de sus naciones.
Sin embargo, los coleccionistas privados se amparan en el principio de que las leyes no son retroactivas en este caso. En contraste, el dedo acusador de la ética los señala como la cola de la antigua, pero vigente red de expoliadores.
* El autor es periodista hondureño y colaborador de Prensa Latina
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