sábado, 2 de marzo de 2013

El candidato




Por Federico Alvarez

En presencia de un candidato joven e inteligente pero que no termina de gustar a la población, sus asesores políticos han definido una estrategia de campaña que parece fundamentarse en instaurar en el elector tres percepciones claras.

1.- El elector debe creer que el arribo al poder de este candidato es inevitable. Para ello desde el principio se ha revestido a la campaña de un triunfalismo avasallador y se han hecho circular rumores de que el candidato ganará sí o sí.

2.- Las fuerzas económicas, de opinión pública y políticas deben estar convencidas de que oponerse a este candidato conlleva riesgos futuros. Esta percepción pareciera estar calando fuerte en la empresa privada del país, que en su mayoría es timorata ante el poder.

3.- El candidato se presenta como una persona que no tiene temor de tomar las acciones que considere necesarias para ganar, aunque las mismas no sean estrictamente legales, forzando las alianzas o apoyos que se requieran y creando las divisiones en las filas de sus adversarios que convengan. Todo ello sin reparar en el costo económico en el que tenga que incurrir.


Hay que reconocer que la estrategia está dando resultado y ya muchos hondureños creen, erróneamente, que el futuro político está determinado, y que el candidato arribará al poder, les guste o no, olvidando que en política solo existe la verdad de hoy y que el mañana es impredecible.

Por lo demás el candidato hace esfuerzos extraordinarios por mantener un acto de equilibrismo muy difícil. Por una parte no quiere o no puede desprenderse del Gobierno actual del que ha sido parte, pero por otro intenta perfilarse como una opción de gobierno diferente.


Para ello ha optado por presentarse como un hombre fuerte. Un hombre que gobernará con mano firme, con poca tolerancia hacia la oposición de sus ideas y acumulando en sus manos la mayor cantidad de poder posible. Capaz de someter a su control al Poder Judicial y probablemente a la Fiscalía también. Ha permitido que sea el gobernante actual quien se enfrente a la prensa, a la opinión pública y a la libertad de expresión, en una batalla desgastante.

Luego decidirá si ratifica o no en el Congreso el resultado de esta confrontación, según el costo político que perciba. Pero sin duda aplaudiría el que se logre someter a unos grupos de poder mediante estas medidas. Porque está claro que el objetivo primario no es necesariamente el imponer una mordaza a un derecho fundamental, sino que lo que busca es meter en cintura a cuatro o cinco empresarios de medios con los que el Gobierno ha tenido diferencias y enfrentamientos. Y es que el candidato comparte plenamente la idea de que en Honduras debe haber un reacomodo de fuerzas. Que se debe instaurar un nuevo mapa de poder. Esta redefinición de dominios y privilegios pasan por la desaparición definitiva del Partido Liberal, el fortalecimiento de Libre como segunda fuerza política, el favorecer la inversión externa por encima de la nacional y el fortalecimiento de una nueva clase empresarial con la cual se hacen los negocios con el Gobierno. Entre los principales perdedores están banqueros y dueños de medios. Hacia el pueblo un confuso mensaje populista.

Por último, el candidato está aprovechando su posición de gobierno para aprobar ahora y ya cuantas leyes estime que le serán útiles cuando sea titular del ejecutivo, porque la composición del próximo Congreso no es tan clara.

Delincuencia, corrupción, impunidad y crisis fiscal aún no forman parte de su agenda electoral.

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