jueves, 1 de septiembre de 2011
Julio Cortázar, lector furioso
La Ventana
Por Antonio Astorga
Tantas veces ha sido alabada su literatura y muy pocas se ha mirado a los libros que él leyó. La biblioteca personal de Julio Cortázar la atesora desde 1993 la Fundación Juan March: más de 4.500 volúmenes. El escritor Jesús Marchamalo, cortazariano convicto y confeso, lleva años cohabitando con este tesoro de Alí Babá y ahora lo reparte en su libro Cortázar y los libros (Fórcola Ediciones).
El autor argentino era un caníbal literario. Señalaba y marcaba párrafos, a lápiz o con bolígrafo, o con rotulador. Reparte estopa, cronopios y famas: 'Voilà', 'ah!', 'ça', '¡bien!', '¡falso!', 'bodrio', 'penoso'... El laberinto de anotaciones de Cortázar ?desvela Jesús Marchamalo? está serpenteado de paréntesis, exclamaciones, líneas rectas, subrayados, interrogantes, cruces, fechas, aspas, círculos, observaciones entusiastas...
Octavio Paz habla de poesía y novela policiaca en El arco y la lira: «Un cuento de Borges, escrito con el mismo rigor inventivo es, sobre todo y por encima de sus otras cualidades, poema». Cortázar abraza con un corchete esas líneas y espeta: «No». Regaña a Cernuda que compara a Galdós con Cervantes: «No, hombre, por favor!». Pero le encanta el poeta sevillano. Y se ruboriza cuando Carlos Fuentes sostiene: «"Rayuela" es a la prosa en español lo que Ulises a la prosa en inglés». Cortázar exclama: «Oh, oh». En Bajo tolerancia, termina uno de sus poemas José Agustín Goytisolo: «Así son pues los poetas,/las viejas prostitutas de la historia». El mago le reprende: «Che, ¡negro!».
Cuenta Jesús Marchamalo que Cortázar era un obseso de la edición cuidada y limpia de erratas. Un maniático en señalarlas, y una pantera desbocada si el texto estaba repleto de ellas; las corregía de forma atenta y minuciosa.
En Confieso que he vivido, Cortázar vomita espumarajos de tinta, después de corregir innúmeras erratas. La autobiografía póstuma de Pablo Neruda fue editada por su viuda, Matilde Urrutia, y por el escritor Miguel Otero Silva. Sulfurado, anota Cortázar: «(I) Che, Otero Silva, qué manera de revisar el manuscrito, carajo!». Y reprende a Neruda en la página 414, cuando el chileno afirma: «La verdad es que todo escritor de este planeta llamado Tierra quiere alcanzar alguna vez el premio Nobel, incluso los que no lo dicen, también los que lo niegan». Cortázar fulmina: «Craso error, Pablo».
Los errores tipográficos le encolerizaban. En La realidad y el deseo, de Cernuda, Cortázar acuchilla sin piedad a Emilio Prados. Donde se lee «bajo el cuidado tipográfico del poeta Emilio Prados», Cortázar enmienda: bajo «el descuido».... En Silence des yeux, de Juan Gelman, Cortázar se horroriza. El prólogo, escrito en francés por él, ha sido acribillado: faltan palabras, bailan las letras... No puede más, y debajo de la firma «Julio Cortázar» incorpora de su puño y letra: «massacré» (masacrado).
Marchamalo se detiene en la obra en la que el mago se dejó las pestañas, Paradiso, de Lezama Lima, a quien le pega la bronca: «¿Por qué tantas erratas, Lezama?». «Frases... truncas»; «¿Mainyu o Maiyú?».
«En la edición cubana de Paradiso ?revela?, impresa en 1966, llegaron a contarse 798 erratas. Unas pocas menos, en todo caso, de las que hay en la edición de Era, que (revisada por Lezama, y al cuidado de Carlos Monsiváis y del propio Cortázar) se publicó en México en 1968, y en la que Cintio Vitier encontró 892».
Pero además de las erratas, hay otras cosas que pasan por el tamiz cortazariano. Así, se ensaña con Valle-Inclán. En Águila de blasón, de la serie de las «Comedias bárbaras», anota: «Retórica barata, viejo». O «ya te quisieras», le increpa a don Ramón cuando este alude a la Ilíada y le da un puyazo en la última página: «Enorme y triste parodia, ni comedia ni bárbara».
Y se excusa por partir «La voz a ti debida» , de Pedro Salinas. «Esto es un poema. Habrá que excusarse por troncharlo». Y escribe al lado: «Releo en Weisbaden, en el restaurante Zagreb, lleno de vampiros, "La mujer de negro" (autómata de Hoffmann), el propietario, out of a Polansky film, el mozo con patillas, barba azul, todos mirando a los clientes como si les calcularan los glóbulos rojos. Very beautiful. Y entonces Salinas».
Entre los más de 500 libros a él dedicados destaca, por su elocuencia poética, Dejemos hablar al viento, de Juan Carlos Onetti: «Para Julio Cortázar que abrió un boquete respiratorio en la literatura, tan anciana la pobre. Con cariño no literario, Onetti».
Por Antonio Astorga
Tantas veces ha sido alabada su literatura y muy pocas se ha mirado a los libros que él leyó. La biblioteca personal de Julio Cortázar la atesora desde 1993 la Fundación Juan March: más de 4.500 volúmenes. El escritor Jesús Marchamalo, cortazariano convicto y confeso, lleva años cohabitando con este tesoro de Alí Babá y ahora lo reparte en su libro Cortázar y los libros (Fórcola Ediciones).
El autor argentino era un caníbal literario. Señalaba y marcaba párrafos, a lápiz o con bolígrafo, o con rotulador. Reparte estopa, cronopios y famas: 'Voilà', 'ah!', 'ça', '¡bien!', '¡falso!', 'bodrio', 'penoso'... El laberinto de anotaciones de Cortázar ?desvela Jesús Marchamalo? está serpenteado de paréntesis, exclamaciones, líneas rectas, subrayados, interrogantes, cruces, fechas, aspas, círculos, observaciones entusiastas...
Octavio Paz habla de poesía y novela policiaca en El arco y la lira: «Un cuento de Borges, escrito con el mismo rigor inventivo es, sobre todo y por encima de sus otras cualidades, poema». Cortázar abraza con un corchete esas líneas y espeta: «No». Regaña a Cernuda que compara a Galdós con Cervantes: «No, hombre, por favor!». Pero le encanta el poeta sevillano. Y se ruboriza cuando Carlos Fuentes sostiene: «"Rayuela" es a la prosa en español lo que Ulises a la prosa en inglés». Cortázar exclama: «Oh, oh». En Bajo tolerancia, termina uno de sus poemas José Agustín Goytisolo: «Así son pues los poetas,/las viejas prostitutas de la historia». El mago le reprende: «Che, ¡negro!».
Cuenta Jesús Marchamalo que Cortázar era un obseso de la edición cuidada y limpia de erratas. Un maniático en señalarlas, y una pantera desbocada si el texto estaba repleto de ellas; las corregía de forma atenta y minuciosa.
En Confieso que he vivido, Cortázar vomita espumarajos de tinta, después de corregir innúmeras erratas. La autobiografía póstuma de Pablo Neruda fue editada por su viuda, Matilde Urrutia, y por el escritor Miguel Otero Silva. Sulfurado, anota Cortázar: «(I) Che, Otero Silva, qué manera de revisar el manuscrito, carajo!». Y reprende a Neruda en la página 414, cuando el chileno afirma: «La verdad es que todo escritor de este planeta llamado Tierra quiere alcanzar alguna vez el premio Nobel, incluso los que no lo dicen, también los que lo niegan». Cortázar fulmina: «Craso error, Pablo».
Los errores tipográficos le encolerizaban. En La realidad y el deseo, de Cernuda, Cortázar acuchilla sin piedad a Emilio Prados. Donde se lee «bajo el cuidado tipográfico del poeta Emilio Prados», Cortázar enmienda: bajo «el descuido».... En Silence des yeux, de Juan Gelman, Cortázar se horroriza. El prólogo, escrito en francés por él, ha sido acribillado: faltan palabras, bailan las letras... No puede más, y debajo de la firma «Julio Cortázar» incorpora de su puño y letra: «massacré» (masacrado).
Marchamalo se detiene en la obra en la que el mago se dejó las pestañas, Paradiso, de Lezama Lima, a quien le pega la bronca: «¿Por qué tantas erratas, Lezama?». «Frases... truncas»; «¿Mainyu o Maiyú?».
«En la edición cubana de Paradiso ?revela?, impresa en 1966, llegaron a contarse 798 erratas. Unas pocas menos, en todo caso, de las que hay en la edición de Era, que (revisada por Lezama, y al cuidado de Carlos Monsiváis y del propio Cortázar) se publicó en México en 1968, y en la que Cintio Vitier encontró 892».
Pero además de las erratas, hay otras cosas que pasan por el tamiz cortazariano. Así, se ensaña con Valle-Inclán. En Águila de blasón, de la serie de las «Comedias bárbaras», anota: «Retórica barata, viejo». O «ya te quisieras», le increpa a don Ramón cuando este alude a la Ilíada y le da un puyazo en la última página: «Enorme y triste parodia, ni comedia ni bárbara».
Y se excusa por partir «La voz a ti debida» , de Pedro Salinas. «Esto es un poema. Habrá que excusarse por troncharlo». Y escribe al lado: «Releo en Weisbaden, en el restaurante Zagreb, lleno de vampiros, "La mujer de negro" (autómata de Hoffmann), el propietario, out of a Polansky film, el mozo con patillas, barba azul, todos mirando a los clientes como si les calcularan los glóbulos rojos. Very beautiful. Y entonces Salinas».
Entre los más de 500 libros a él dedicados destaca, por su elocuencia poética, Dejemos hablar al viento, de Juan Carlos Onetti: «Para Julio Cortázar que abrió un boquete respiratorio en la literatura, tan anciana la pobre. Con cariño no literario, Onetti».
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