viernes, 23 de septiembre de 2011

Rumores: La fusión de la Defensa y la Seguridad

Tiempo

Por Víctor Meza

Apenas es un rumor y ojalá que sólo sea eso. Se trata de lo siguiente. Al parecer, una idea, surgida en los círculos militares más conservadores, y por lo visto menos profesionales, aconseja la iniciativa gubernamental de fusionar —otra vez— las Secretarías de Seguridad y Defensa en una sola, dizque para ahorrar recursos y asegurar la viabilidad de un nuevo presupuesto más balanceado y equilibrado. ¡Será posible semejante tontería!

Todas las tendencias modernas en materia de relaciones civiles/militares en América Latina, continente ideal para estos ejercicios académicos y políticos, apuntan a la separación —no a la unión— entre las funciones de la seguridad y la defensa. Todas se orientan en el sentido de separar las funciones y delimitar, con precisión quirúrgica, las áreas, los ámbitos, de cada una de ellas. La defensa externa, para los militares, y la defensa interna para los policías. Por supuesto, esta separación tan tajante no significa, ni mucho menos, que la frontera sea rígida e inmóvil. Los militares pueden —y deben— participar en ciertas funciones de lucha, combate y control contra manifestaciones específicas del crimen organizado, el mayor reto policial y político que tiene el orden interior y el sector de la defensa exterior de un Estado.

Pero esto no significa, ni mucho menos, que los militares deben invadir y, peor aún, cooptar y apoderarse de las áreas de influencia que suponen el orden interno de un país. Los militares, como los zapateros del dicho popular, a lo suyo. Que no se entrometan en lo que no les compete, que no invadan espacios y jurisdicciones indebidas. Que se queden en donde deben estar, en sus cuarteles y en sus encierros mentales. No en balde, don Miguel de Unamuno nos advertía ya, en la primera mitad del siglo pasado, sobre esa malhadada tendencia de los militares a apoderarse del sentido colectivo de la patria. “Pues bien, decía el viejo filósofo, si vosotros sois la patria, al momento de una invasión, el pueblo, cruzándose de brazos, os dirá: vosotros sois la patria, entonces: ¡defendeos!” Y ya se vio que, al menos durante la invasión napoleónica, no fueron capaces de asumir la misión encomendada. Igual sucedió aquí, en 1969, cuando la desangelada guerra con El Salvador. Los militares, sumidos en su propio mediterráneo de corrupción e ineficiencia, no pudieron detener con éxito aceptable la invasión, ni fueron capaces, realmente, de defender con la eficacia requerida y la prontitud necesaria, el territorio nacional.

Y esos mismos hombres de uniforme, que durante 35 años tuvieron bajo su mando la estructura policial, son los que ahora pretenden, en intención absurda, volver a controlar la policía y poner bajo su mando los 15 mil hombres que ahora tiene la institución de la Policía Nacional. Y no sólo eso, por supuesto: quieren controlar el jugoso presupuesto —esa es la clave— que el país dedica para la conservación del orden interno.

No, señor Presidente, no lo permita. No vaya usted a caer en la trampa de esos cuestionables asesores o gelatinosos consejeros que le recomiendan una locura semejante. Fusionar esas Secretarías es un retroceso increíble, imperdonable desde el punto de vista histórico, en la conformación de la democracia y en el fortalecimiento de la cultura política moderna. Volver a reunir en una sola institucionalidad dudosa a los militares y a los policías, con el indebido e innegable rango hegemónico de los primeros sobre los segundos, equivale, en la práctica, a deshacer lo poco que hemos logrado hacer desde 1998, año de la creación del Ministerio de Seguridad, hasta la fecha. Significa, en los hechos, hacer retroceder el país hacia los tiempos de la hegemonía castrense, el verticalismo militar, la intolerancia uniformada y el totalitarismo asfixiante de la Doctrina de la Seguridad Nacional. Usted, señor Presidente, por convicción propia y por sentido común, estoy seguro, no puede estar de acuerdo con ello. No sucumba, por el bien del país, ante esa tentación autoritaria y absurda.

Precisamente en estos días, el Centro de Documentación e Investigación que dirijo, el CEDOH, está concluyendo la primera fase de un ambicioso y oportuno proyecto para fortalecer el liderazgo civil en el área de la Defensa Nacional y, además, proponer, discutir y diseñar un amplio programa de reformas a fin de democratizar las relaciones entre los civiles y los militares en el ámbito de un Estado de derecho y una sociedad moderna, pluralista y democrática. Por lo tanto, creo que es el momento oportuno para impulsar y apoyar un debate amplio, tolerante, sobre un tema tan trascendental y esencial para la vida democrática del país y para la convivencia civilizada de nuestra sociedad.

La solución no está en fortalecer a los militares o en fusionarlos con la policía, dos variantes de una misma tendencia autoritaria y, por lo mismo, antidemocrática e intolerante. No, la solución está en delimitar las funciones entre los espacios claros de la Defensa y la Seguridad, asignando a cada uno sus funciones, regulando el ejercicio de las mismas por la vía de la Ley y, sobre todo, vigilando y controlando las conductas y comportamiento de policías y militares. La salida, señor Presidente, no está en aumentar el problema sino en magnificar la solución. Y la vía para ello pasa inevitablemente por la subordinación de los militares ante la autoridad civil y por la depuración profunda de las filas policiales. No hay otra vía, al menos por el momento.

Si sólo es un rumor, qué bueno que así sea. Si, por el contrario, el rumor tiene fundamentos y afinca sus raíces en una intención real en el entorno político del señor Presidente, qué malo, qué triste, qué perjudicial para Honduras, para la paz social y para la democracia. Habrá que prepararse para el retroceso, para la vuelta cíclica, como en los círculos siniestros del Dante, hacia el infierno y la noche oscura de los años ochenta del siglo pasado.

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