Por Jorge Luis Ubertalli
“…Pero paralelamente las fuerzas armadas nos estamos preparando para estos nuevos desafíos que nos vienen con el narcotráfico, el crimen organizado y la presencia más acentuada de algunos cárteles de la droga, sobre todo en Guatemala, Honduras y El Salvador” sentenció a mediados de junio el ministro salvadoreño de Defensa, general David Murguía, cuando se iniciaba un entrenamiento de Fuerzas Especiales de América y el Caribe para “combatir a las mafias” con la coordinación del Comando Sur (SOUTHCOM) de los EE.UU. En su momento, el comandante de las Fuerzas Especiales norteamericanas participantes, contralmirante Thomas Brown, acotó que era “imprescindible unir esfuerzos en combatir las fuerzas que amenazan la seguridad y prosperidad de nuestras naciones”. En ese tren, el vagón salvadoreño, así como el hondureño, ya se habían enganchado a poco de iniciarse el nuevo siglo en llevar la guerra preventiva a Irak, a través de los batallones Cuscatlán y Xatruch, correspondientes al Grupo de Operaciones Especiales (GOES) de El Salvador y los TESONES hondureños, contenidos en el Comando de Operaciones Especiales (COES) de ese país. Ahora, y luego del regreso de contingentes de fuerzas salvadoreñas destacadas en el ocupado y destruido país del medio oriente, 22 miembros de las Fuerzas Especiales de El Salvador se dirigieron hacia Afganistán para instruir a las fuerzas de élite de ese territorio semidevastado en materia de seguridad.
Por invitación expresa de la OTAN y a pedido de la Secretaria de Estado de EE.UU., Hillary Clinton al presidente Mauricio Funes, los uniformados cuscatlecos, adiestrados por el Comando Sur y bajo el mando de militares norteamericanos y europeos, cumplirán el destino asignado por los belicistas norteamericanos y sus aliados europeos en la tarea de invadir, combatir y oprimir a los pueblos de esa zona, rica en petróleo, gas y otras riquezas.
En su recreada función de interventores policiales, las fuerzas armadas centroamericanas, fundamentalmente los elementos preparados para las “guerras especiales” o “sucias” se hallan subordinadas al gran coloso del norte. En tanto los salvadoreños pisan tierra afgana, los hondureños clausuran la segunda fase de un ejercicio de entrenamiento combinado entre el sexto Escuadrón de Operaciones Especiales de la Fuerza Aérea catracha y su homóloga de los Estados Unidos. “Estas maniobras militares estuvieron orientadas a ejercicios de operaciones especiales, los cuales fueron impartidos por instructores altamente capacitados y la misma será de mucha utilidad para nuestro país”, se informó en un comunicado de la Fuerza Aérea Hondureña fechado el último 16 de septiembre, quien, según se acotó, “participó en esta oportunidad con tripulaciones de vuelo, personal de enfermería y de Fuerzas Especiales”, revistadas por el agregado de Defensa de los EE.UU,, coronel de aviación Robert Swicher, jefe de la Sección Aérea del grupo militar de los Estados Unidos en territorio catracho.
Creadas para combatir a las fuerzas populares organizadas y armadas en la década de los 80, las Fuerzas Especiales de El Salvador, Honduras y Guatemala fueron instruídas por oficiales del Pentágono y la CIA para las “guerras de baja intensidad”, que pivotean sobre la Inteligencia y la Acción Psicológica, e incluyen la tortura, el asesinato masivo y selectivo, la represión indiscriminada hacia sus propios pueblos, y la agresión a otras naciones. En 1981, se graduaron en el BUD/SEAL Training de Colorado, USA, los Comandos Navales-Fuerzas Especiales de El Salvador. Ese mismo año se crearon los Batallones de Infantería de Reacción Inmediata (BIRIA), conocidos como “Atlacatl”, que fueron asesorados e instruídos por Boinas Verdes, y que realizaron el Curso Comando Atlacatl en el Centro de Entrenamiento de Batallones de Reacción Inmediata (CEBRI), disuelto en 1992, año en que se firmaron los Acuerdos de Paz. En enero de 1983 partieron hacia Fort Gullick, zona del Canal de panamá, cadetes, clases y sesenta comandos navales que participaron en un Curso de Reconocimiento Táctico Urbano. En mayo de ese mismo año fue conformado, con 300 comandos, el Batallón Comandos Navales, que contuvo a tres compañías- Fusileros, Pirañas y Barracudas- y un destacamento operativo técnico. En el marco de ese derrotero y en 1985, elementos del flamante Batallón de Infantería de Marina (BIM) salvadoreño, entrenados en los EE.UU. en el denominado curso Barracuda, se encargaron de minar el puerto nicaragüense de Corinto, operación que en su momento se adjudicó a la CIA. Aunque la Agencia no estuvo ajena a ello y coordinó desde el inicio las acciones contrarrevolucionarias contra la Nicaragua Sandinista, se sabe ahora quienes fueron los que llevaron a cabo las citadas operaciones. Cuatro años antes, la Fuerza Aérea de Honduras, cuyos órganos contrainsurgentes de las fuerzas armadas conformados en los años 80, como el Batallón 3-16 y otros oficiales o paramilitares, asesinaron a cientos de ciudadanos, estuvo pronta a bombardear la Costa Atlántica nicaragüense en dos oportunidades con flamantes aviones F5 adquiridos en los EE.UU., neutralizando sus aventuras el propio Departamento de Estado yanqui. No es necesario destacar el siniestro papel que los rezagos de estos “especiales” cumplieron durante el golpe cívico-militar dado en Honduras en junio del 2009 para derrocar al presidente Zelaya.
En cuanto a las Fuerzas Especiales de Guatemala, o Kaibiles, es ampliamente conocida su saña, desde su fundación en 1974, en relación con el asesinato de indígenas y otros integrantes del pueblo guatemalteco. En veintidos años, desde 1974 a 1996, año de la celebración de los Acuerdos de Paz con las fuerzas revolucionarias de la URNG, fueron asesinados por los “kaibiles” más de 200.000 indígenas.
Si se tienen en cuenta los periplos sangrientos de estas fuerzas de élite y sus actividades actuales en esos tres espacios centroamericanos y el extranjero, sumadas a los miles de marines arribados a Costa Rica con la misma excusa de combatir al “narcotráfico” y a los mismos uniformados ticos, que existen como cualquiera otros, se puede avizorar que Centroamérica, salvo Nicaragua, a merced de lo que el belicismo norteamericano le destine seguramente en un futuro no muy lejano, se vislumbra como territorio de aplicación de renovadas tácticas de represión popular e intervencionismo extranacional en el marco de una verdadera internacional castrense reaccionaria.
Centroamérica está en el centro de una renovada táctica intervencionista norteamericana, apoyada por uniformados locales. Estén o no de acuerdo con ello, los gobiernos del área, sean del signo que sean, terminarán sucumbiendo a las presiones de sus propios organismos armados. Sólo la organización popular, la conciencia de las masas centroamericanas movilizadas y la integración de las administraciones del istmo con los gobiernos de todos los países del subcontinente que ya no toleran el injerencismo y aventurerismo bélico norteamericano, podrán librar a esa región del oscuro panorama que se avizora.
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