miércoles, 14 de septiembre de 2011

El pasado de Óscar Álvarez Guerrero como miembro del Batallón 3-16

El Libertador


El secretario de Seguridad de Honduras, Óscar Álvarez Guerrero, utiliza permanentemente en sus comparecencias mediáticas un discurso reduccionista que delata su cortísima visión del mundo en virtud de una concepción maniquea de la vida y de la sociedad. Para el sobrino del genocida Gustavo Adolfo Álvarez Martínez, todo se reduce a una especie de historieta de Marvel, un pleito entre buenos y malos en cuyo eje central, él es el superhéroe principal.

Habría que pedirle a este Supermán del barrio, el concepto que conoce del “bueno” porque producto de su tenebroso pasado y su actuar presente, Óscar Álvarez se ubica por sí mismo en el bando de los “malos”.
Instruido en la tortura
La fuerza de la verdad es inconmensurable. Tarde o temprano y muchas veces en el momento exacto, sale de las profundidades de donde la tienen sumergida para poner en evidencia, tal cual son, a personajes que creen que desaparecerla es un ejercicio tan sencillo como para que lo enseñen en lugares como Fort Bragg, Georgia.

La verdad se encapricha en desnudar hoy al amigo íntimo de Álvaro Uribe Vélez, un secretario de Seguridad que rayando el extremo de lo ridículo exige en la televisión pública nacional a todo color sin ruborizarse, que Organizaciones de Derechos Humanos y el mismo Estado condenen las violaciones a los derechos humanos que sufren policías y militares por parte del pueblo. La teoría y la doctrina de los derechos humanos “patas arriba” para morir de risa. Ciertamente, un cuartel no es Salamanca como para prestar lo que natura no da.
Páginas indeseables
Pero la historia de Álvarez Guerrero además de negra es profusa. Y ha sido documentada. En el exterior, pero también aquí por órganos de prensa que le son afines. Diario La Tribuna, propiedad del ex presidente golpista Carlos Roberto Flores Facussé, en su antigua sección Anales Históricos “Historia del narcotráfico en Honduras”, publicó la siguiente nota del 8 de mayo de 1985, un cable de AP, difundido por diario El Heraldo, voz de la extrema derecha criolla, que perfectamente puede leerse en la Colección Hondureña de la Biblioteca Central de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH).
Álvarez en “negocios” con boinas verdes de EEUU
Washington, Mayo, 1985 (AP). “Un teniente hondureño y sobrino de (Gustavo) Álvarez, Oscar Álvarez, aparece involucrado en otro caso penal, en el que dos boinas verdes norteamericanos son acusados de haber intentado vender explosivos, minas y granadas propiedad del ejército norteamericano a un supuesto agente de los “contras” nicaragüenses, que les había prometido parte del pago en cocaína.
El supuesto agente de los contras resultó ser un agente secreto de una división policial norteamericana y los sargentos de los “boinas verdes” Byron Carlisle y Keith Anderson, fueron procesados en octubre. Carlisle, un especialista en armas y anti terrorismo que conoció al teniente Álvarez en Honduras cuando los dos estaban asignados a una unidad anti terrorista de elite creada por el general Álvarez y entrenada por el personal de la CIA, presentó el año pasado al agente secreto al teniente Álvarez mientras éste recibía entrenamiento en Fort Bragg, Georgia.
Carlisle y el teniente Álvarez eran amigos y socios en un negocio hondureño de exportación de caoba. Carlisle y Anderson, socio también en el negocio, tenían un depósito donde se almacenaban municiones robadas al ejército norteamericano, según un acta de allanamiento presentada al tribunal.
Ninguna acusación fue presentada contra el teniente Álvarez en los tribunales norteamericanos. Sin embargo, un nicaragüense calificado por la Administración de lucha en contra de la droga (DEA) como asistente del ministro del Interior (de Nicaragua) Tomas Borges, fue procesado en ausencia por un tribunal norteamericano acusado de facilitar una pista de aterrizaje en Nicaragua para el tráfico de cocaína hacia EEUU.

Según una orden de captura emitida el 18 de julio de 1984, Federico Vaughan suministró una pista cerca de Managua para el transporte de 700 kilos de cocaína de Colombia hacia los Estados Unidos. La prueba esgrimida en su contra es una fotografía tomada por el piloto de un avión, un informante de la DEA, así como las declaraciones del mismo.
El informante de la DEA indicó que Vaughan y el conocido traficante de drogas colombiano Pablo Escobar Gaviria querían establecer un laboratorio de cocaína en Nicaragua para procesar base de cocaína procedente de Bolivia.
El Comisionado norteamericano de aduanas William Von Raab declaró la semana pasada ante el Congreso que el financista prófugo Roberto Vesco, que estaría residiendo en Cuba, debía financiar la operación y pagar un millón y medio de dólares a Vaughan.
Managua reconoció que Vaughan trabajó durante cierto tiempo en el Ministerio del Interior, pero no como asesor de Borges sino en el área de servicios. Por su parte, autoridades colombianas afirman que Washington no les presentó pruebas sobre la complicidad nicaragüense en el tráfico de drogas.
Por último, un hombre de negocios salvadoreño asociado al líder de la extrema derecha acusado de organizar los escuadrones de la muerte, Roberto D’Abuison, fue interceptado en febrero pasado antes de las elecciones parlamentarias en su país, en un aeropuerto de Texas con ocho valijas conteniendo 5.9 millones de dólares en billetes no marcados. Francisco Guirola, conocido recaudador de fondos para D’Abuison, estaba fichado por los servicios de aduanas como involucrado en marzo de 1984 en tráfico de drogas y armas con El Salvador y Guatemala. El gobierno de EEUU no presentó acusaciones en su contra.
Cuando una ola de tortura y asesinato azotó a un aliado estadounidense, la verdad fue una casualidad ¿Estaba la CIA involucrada? ¿Lo sabía Washington? ¿Fue el público engañado? Ahora lo sabemos: Sí, sí y sí.
Tegucigalpa, Honduras. La búsqueda de Nelson Mackay Chavarría –hombre de familia, abogado del gobierno, posible subversor– comenzó un domingo en 1982 luego de que devorara su desayuno de panqueques y saliera a comprar un periódico.

Concluyó el último diciembre cuando su esposa, Amelia, veía cómo un grupo de científicos forenses cogían sus desintegrados huesos de un foso en una zona rural de Honduras. Al ver una tira de la camisa roja y azul que su esposo llevaba el día que desapareció, exclamó: “¡Dios mío, es él!”.
Junto a Amelia Mackay, la nación de Honduras ha comenzado a confrontar una verdad que desde hace mucho se sospechaba – que cientos de ciudadanos fueron secuestrados, torturados y asesinados en la década de los 80 por un grupo militar secreto entrenado y apoyado por la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés).
La unidad de inteligencia, conocida como Batallón 3-16, utilizó aparatos de sofocación y toques eléctricos en sus interrogaciones. Los prisioneros generalmente estaban desnudos, y cuando ya no eran útiles, eran asesinados y enterrados en tumbas sin marcar.
Nueva documentación desclasificada y otras fuentes muestran que la CIA y la embajada estadounidense estaban al tanto de los numerosos crímenes, incluyendo asesinatos y torturas, llevados a cabo por el Batallón 316, pero aún así continuaron colaborando conjuntamente con sus líderes.
Para mantener el flujo de dólares a Honduras para apoyar la guerra contra el comunismo en Centroamérica, la administración de Reagan realizó, de forma adrede, una serie de falsas declaraciones al Congreso y al público que negaban o minimizaban la violencia del Batallón 3-16.
Estos son algunos de los descubrimientos en una investigación de 14 meses a través de la cual “The Sun” (El Sol) obtuvo documentos anteriormente clasificados y entrevistó participantes estadounidenses y hondureños, muchos de los cuales –temiendo por sus vidas o carreras– habían permanecido en silencio hasta ahora.

Entre los entrevistados están tres torturadores del ex Batallón 3-16, quienes reconocieron sus crímenes y detallaron la cercana relación entre el Batallón 3-16 y la CIA.

La colaboración estadounidense con el Batallón 3-16 ocurrió en muchos niveles:
• La CIA fue fundamental en el entrenamiento y equipo del Batallón 3-16. Los miembros eran llevados vía aérea a una localidad secreta en los Estados Unidos para ser entrenados en los procesos de espionaje y monitoreo e interrogación, y luego fueron entrenados por la CIA en bases hondureñas.
• A partir de 1981, los Estados Unidos proveyeron secretamente fondos para pagar expertos contrainsurgentes argentinos para entrenar fuerzas anticomunistas en Honduras. Para ese entonces, Argentina era notoria por su propia “guerra sucia”, la cual dejó al menos 10,000 muertos o “desaparecidos” en la década de los 70. Los instructores argentinos y los de la CIA trabajaron lado a lado entrenando a miembros del Batallón 3-16 en un campo en Lepaterique, un pueblo a unas 16 millas al oeste de Tegucigalpa.

• El general Gustavo Álvarez Martínez, quien como jefe de las Fuerzas Armadas hondureñas dirigió personalmente el Batallón 3-16, recibió un fuerte apoyo de parte de los Estados Unidos – aún cuando le dijo a un embajador estadounidense que tenía pensado usar el método argentino para eliminar subversivos.

• Para 1983, cuando los métodos opresivos de Álvarez eran bien conocidos en la embajada estadounidense, la administración de Reagan lo condecoró con la Legión al Mérito, por “apoyar el progreso de los procesos democráticos en Honduras.” Su amistad con Donald Winters, el jefe de la estación de la CIA en Honduras, que cuando Winters adoptó una hija, le pidió a Álvarez que fuese su padrino.

• Un oficial de la CIA ubicado en la embajada estadounidense visitaba frecuentemente la prisión secreta conocida como INDUMIL, donde las torturas eran llevadas a cabo, y visitó la celda de la víctima secuestrada Inés Murillo. Esa prisión y otras instalaciones del Batallón 3-16 estaban fuera de la jurisdicción de los oficiales hondureños, incluyendo los jueces que trataban de encontrar víctimas secuestradas.
El número exacto de personas ejecutadas por el Batallón 3-16 sigue sin conocerse. Por años, cuerpos inidentificados y no reclamados fueron encontrados arrojados en las zonas rurales, a lo largo de ríos y en plantaciones de cítricos.

A finales de 1993, el Gobierno de Honduras listó a 184 personas aún desaparecidas y asumidas como muertas. Ellos son llamados los “desaparecidos”. Mackay es la primera persona de la lista en ser encontrada e identificada. El descubrimiento de un cuerpo identificable ha permitido a los fiscales tratar de levar a los asesinos a la justicia.
Hasta el día de hoy, los eventos en Honduras han tenido poca relevancia, una oscura atracción secundaria para una región altamente conflictiva. Vinieron cuando la administración de Reagan declaró la guerra contra el régimen marxista en Nicaragua y contra insurgentes izquierdistas en El Salvador.
Honduras, un aliado estadounidense, fue usada por Washington como la base principal para sus enormes esfuerzos clandestinos. Mantener a Honduras “segura” ejecutando “izquierdistas” era la misión del Batallón 3-16.

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