Por Marlon Ochoa
Pedro Joaquín Chamorro fue un escritor y periodista nicaragüense, director del diario La Prensa, y una de las principales figuras públicas en la oposición ante el régimen de Anastasio Somoza Debayle. Su asesinato el 10 de enero de 1978 fue el detonador de las insurrecciones que comenzaron en febrero de ese mismo año y que llevaron a una guerra civil con alrededor de 20,000 muertos y la apertura para el establecimiento de las fuerzas militares y paramilitares estadounidenses en suelo centroamericano. Oscar Arnulfo Romero fue un sacerdote católico salvadoreño que se erigió como símbolo de protección de los campesinos y demás excluidos en El Salvador en la década de los setentas. Su asesinato el 24 de marzo significó la radicalización de la lucha armada y en respuesta el recrudecimiento de las políticas de exterminio de la población civil con alrededor de 75,000 asesinatos en una década.
Emo Sadloo era el pulmón de la resistencia. Como tal, se había ganado un puesto amplio en nuestro imaginario colectivo. En este proceso de asesinatos selectivos en el que la lucha social se ha visto inmersa no se había asesinado a alguien con semejante trascendencia público. Emo era, pues, una figura pública propia de la resistencia.
La falta de radicalidad en la lucha hondureña ha sido una limitante para la justificación de una política de exterminio social institucionalizada. La acción realizada por las fuerzas paramilitares hoy 7 de septiembre demuestra un replanteamiento de la ofensiva del régimen. Está de más mencionar la falta de una posición estratégica de la lucha social hondureña frente a una lucha armada.
No podemos desestimar la relevancia trascendental de un hecho como este. El asesinato de figuras públicas representa una etapa significativamente distinta a la anterior, y como tal requiere una revisión de la estrategia. Si el frente de resistencia, como canalizador de la lucha social, conserva la estrategia actual, garantiza simultáneamente la continuidad de lo que hoy por primera vez estamos experimentando.
La fragilidad de la situación es evidente, las decisiones que se tomen definirán la supervivencia de la lucha. Ante una política sistematizada e integral por parte del sistema, una estrategia desintegrada y aislada resultaría insuficiente. Por tanto, es necesaria una colusión de todos los sectores sociales en lucha relegando las diferencias epistemológicas y metodológicas a un plano secundario. Si bien la falta de articulación sindical y gremial impide un paro general, la estrategia debería dirigirse hacia acciones económicamente desestabilizadoras utilizando las herramientas que la organización actual y la coyuntura permitan, procurando una aproximación al paro general de la producción y el comercio en el país Ahora más que nunca, por la vida, es necesaria la unidad.
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