Por Aníbal Delgado Fiallos
Poco a poco el Estado de Honduras pierde capacidad para decidir sobre sus propios asuntos; son los enviados de otros países los que entregan al Presidente las determinaciones tomadas en gabinetes extraños por personajes extraños.
No quisiera hablar de un estado fallido porque la expectativa resulta dolorosa, pero sí de un Estado sin personalidad en el que los de fuera le conocen el lado flaco al Presidente, sus miedos, y por allí le filtran lo que debe hacer o no por absurdo que parezca a cualquier parroquiano sensato.
La crisis de 2009 no nos generó el estadista capaz de lidiar con las corrientes y contracorrientes de la política nacional en una etapa sumamente compleja de nuestra vida republicana; tampoco nos generó la organización capaz de abrir las avenidas del cambio.
Y henos aquí andando a tientas y a locas, donde no existe ningún partido ni organización que defina nuestra realidad y proponga caminos propicios; esto y aquello son los espacios que usan los organismos internacionales y los gobiernos que todos conocemos para manejarnos y ejercer los más descarados chantajes.
Podemos estar en esta o aquella posición política; odiando el golpe militar o amando la llamada sucesión constitucional; podemos estar dejando pedazos del alma en la lucha por un orden social nuevo, o entonando loas a la “acción heroica del 28 de junio” desde el atrio de la Catedral, pero lo que jamás nadie debe tolerar es la intervención extranjera; es más, jamás ha sido propio ni de la izquierda no marxista, mucho menos de la izquierda marxista.
Muchos de nosotros nos destetamos y sufrimos las primeras represiones en esa batalla por la soberanía nacional, y no podemos ver con buenos ojos que ahora en el marco de una estrategia equivocada con sabor a revanchismo personal, se legitime y se estime como buena para la República, aquella abominable actitud intervencionista.
La historia nos lo dice: ni en la Europa feudal la libertad llegó en las puntas de las bayonetas de los ejércitos napoleónicos; ni en el siglo XX los tanques soviéticos pudieron imponer el socialismo en Europa Oriental; es la lucha organizada de los pueblos la partera de la nueva sociedad. Creo entonces que en vez de estar pendientes cómo le amaneció el hígado a Insulza, o de alegrarnos porque el BID no efectúa los desembolsos requeridos, quienes tenemos en nuestra agenda de vida la lucha por la transformación social, debemos pensar en tener una visión clara de la etapa histórica que recorre nuestra sociedad, estructurar una estrategia factible y organizarnos para la lucha.
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