Seguimos en el mes de la Patria. De esta patria con una historia construida al gusto y antojo de los vencedores, y una patria por la que dan la vida los vencidos. Obligados a salir del territorio, y ya en tierra extraña, las vencidas y los vencidos se empecinan en llevar la patria a cuestas, cargada en el corazón con dolor y lágrima y con un himno nacional de una patria ausente.
Sin embargo, y viendo los problemas tan constantes de nuestro país, es normal que nos preguntemos qué es eso que produce tantas emociones debajo de esa palabra patria. Ciertamente no son los tambores, ni sus ritmos militares, ni los discursos vacíos de nuestros políticos y empresarios vencedores. Hay algo más, y más profundo, que causa emociones, crea fidelidades, proporciona identidad.
Sin duda, hay un componente geográfico y territorial. Hay un amor a la tierra natal. Cuando decimos que tenemos enterrado el ombligo en tal o cual comunidad, estamos diciendo que la patria tiene que ver con la madre tierra, y esa pertenencia es algo que se carga en el corazón para toda la vida. La patria tiene entonces su primera referencia en el hogar, y eso es lo que lloramos y añoramos cuando estamos en tierra extraña. Esa es nuestra patria, aunque esté atrapada por unos cuantos vencedores, y aunque la hayamos convertido en un pequeño infierno. Mucha gente emigra. Pero en la tierra extraña, el amor permanece. Las remesas vienen, el apoyo a lo propio continúa, la nostalgia y el reencuentro dan felicidad y alegría.
¿Qué es lo que mantiene el amor, tantas veces y tan profundamente golpeado? Tiene que ver con esa patria que amamos porque nos duele verla sufrir, porque nos remite al lugar que nos vio nacer. Tiene que ver con nuestras entrañas. Esa patria nos ha costado mucho, y por eso sufrimos cuando se habla mal de ella, nos duele por estar atrapada por políticos corruptos y por el crimen organizado. Sin embargo, el amor a la patria se expresa en que nuestra gente sigue tercamente apostando por hacer el bien. A pesar de los silencios y atropellos oficiales, la inmensa mayoría de su gente sigue creyendo que vale la pena luchar porque brote Vida entre tantos escombros.
La gente rinde amor a su patria cuando resurge constantemente de las inundaciones y de las sequías, y resurge como pueblo creyente en el futuro a pesar de haber sido engañado tan constantemente. Ese pueblo que resurge de los desastres electoreros y de los fenómenos socionaturales, es el que construye Patria, porque patria, al final de cuentas, es capacidad de mantener la vida y mantenerla con dignidad. Y no hay duda: en Honduras sigue habiendo más gente digna que corrupta, más gente esperanzada que sanguijuelas concentradas en partidos políticos y en gremios empresariales para chupar la sangre de la gente más pobre.
Honduras sigue valiendo la pena, por su gente honrada y en resistencia, por sus emigrantes, por sus soñadores y sus persistentes artesanos de bondad y de paz. Gente que está en todas partes y que sólo tiene pendiente una tarea: Sentarse a dialogar juntos sobre los problemas de todos y levantarse para caminar, cargando con la tarea cotidiana de construir una patria digna y compartida.
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