Por Jorge G. León Trujillo
Hace poco tiempo, cuando Fidel Castro reconoció su enfermedad y transfirió el poder a su hermano mayor, Raúl, no fueron pocas las voces de izquierda que clamaban por un milagro para que el líder cubano no deje de ser y, sin más, abogaban por la eternidad del sistema cubano. Fidel, sin embargo, ya hacía tiempos que clamaba por los cambios que su hermano Raúl los está realizando y que, de hecho, implican un cambio de sistema social y a la postre del sistema político que Cuba conoce desde hace medio siglo. Nada sorprendente, la historia hace su camino y en el transcurso vuelve obsoleto lo que ayer fue novedad.
Hace semanas, primero, se escondió la enfermedad de Chávez e inclusive se acusó a la derecha y al imperialismo de confundir al pueblo; cuando al fin se conoció más de la enfermedad, en Venezuela fue la conmoción. Son reacciones públicas que resultan significativas. Como en los regímenes caudillistas, nada puede acontecer sin el líder, no fuese por un tiempo. No es pensable su ausencia, el sistema no es sistema, es el líder. Chávez gobernaba desde Cuba. En los corredores de la vida pública, empero, a pesar de las declaraciones del vicepresidente que hay “Chávez para largo” y que él no asumirá el poder presidencial, ya emergieron candidatos como el hermano del presidente. No es el partido, no es un comité ejecutivo, quién heredaría el “sistema”, es la herencia caudillista que iría por parentesco.
Algo dice esto de cierta izquierda que ha perdido el sentido de organización y partido, incluido de un programa y proyecto, para depender de la voluntad de estos caudillos llamados líderes. En los Andes, en todo caso, todo depende del líder. Es la negación de lo que fue la izquierda, primero organización, programa, contar en sus propias fuerzas. Es un contraste con el PT o con el Frente Amplio, que más allá del líder tienen programa y derrotero de largo plazo.
En la coyuntura actual, este fin de historia con el líder y otros indicios, nos dicen que estamos al fin de un ciclo político que marcaron los lideres. De hecho estamos, con o sin lideres, al final del régimen cubano y si creyéramos a las reacciones venezolanas, no habría chavismo sin Chávez. Es lo común en este tipo de regímenes construidos alrededor de un caudillo, en que todo es funcional a él. Correa construye un sistema similar, y Evo que difiere un poco con la existencia de un partido y sobre todo con su nexo a sindicatos y otras organizaciones sociales tan decidoras de la historia boliviana, tiene también componentes de estas pautas caudillistas.
Se esperaba otra cosa de estas izquierdas sin partido único, como lo fue el sistema de Europa del Este, no sólo mejorar las condiciones de vida, frenar la pobreza y buscar más igualdad, sino renovar ideas, un nuevo sentido de sociedad y vida, por cierto una renovación de las prácticas políticas que innoven la democracia, no un reencuentro con las lógicas caudillistas. Al parecer, ya se anuncia un postcastrismo sin que los cubanos vayan a heredar una renovada ideología, ni menos organización política, al parecer veremos algo similar a lo acontecido en Europa del Este en que la renovación fue borrar el pasado reciente. La transición habría podido hacerse antes que haya otra caída de su “muro de Berlin”. ¿Qué se podrá heredar de Chávez?
Humala, para muchos ya haría parte de esta tendencia. Pero ni él, ni su alrededor, ni sus posiciones, llevan a pensar en eso. Puede ser que otra vez estemos ante el predominio de la persona, de Humala, pero no sería la afirmación de que no hay límites a lo que se pretendería hacer, al contrario, en cada ocasión, Humala afirma que no es el voluntarismo extremo que caracterizará a su gobierno. De hecho, es la sociedad peruana que ha definido límites al voluntarismo político luego de sus reiteradas polarizaciones, enfrentamientos y crisis.
Así, algo puede decirnos Humala de un cambio de ciclo. Un nacionalismo y algo de tintes de izquierda de otra naturaleza está configurándose.
El sistema de Estado empresario y controlador de la economía no funciona en Venezuela, tampoco en Cuba. Cabe recordar que Cuba ha sido como Israel, uno de los sistemas más subvencionados del mundo. A la Unión Soviética lo reemplazó Chávez, como abastecedor, pero los cubanos saben bien que el sistema no es viable. ¿Puede el socialismo funcionar si no es viable?
En los ochenta, luego de las guerras cruentas en Centro América y de las dictaduras militares, no fueron pocos en la izquierda que descubrieron las virtudes de la democracia, inclusive varios después se volvieron “neoliberales” asimilando lo uno y lo otro con una sorprendente facilidad, cuando sin esfuerzo la historia podía enseñarles que existen diversidad de democracias. Tanto este hecho como la entrega de la mayoría de izquierdas a los líderes, muestran bien la debilidad de referentes del proyecto de izquierda o la visión todavía de redención que alimenta a una izquierda de cultura católica. Ser de izquierda pareció fácil en América Latina, ante la omnipresencia de la potencia de Estados Unidos, en decisiones claves y en la promoción de sus intereses, y ante la pobreza mayoritaria en sociedades con polos extremos de desigualdad social. Así, puede para muchos parecer fácil, en nombre de la izquierda, escoger a favor de los políticos que tienen posturas anti- EEUU (se recordará la facilidad con se defendía a Noriega diciendo que era anti-imperialista para luego morirnos de vergüenza por lo que fue, la facilidad con que se decretó a Frank Vargas Pazos lo mismo y militantes de izquierda, sin más, se volvieron seguidores con insignias militares); o se adhiere sin juicio de inventario a aquellas posturas que invocan a los pobres o condenan las desigualdades sociales. Pero el antimperialismo o la lucha contra la pobreza o contra la desigualdad social tienen mil maneras de definirse o de concretarse; ni estas son patrimonio de la izquierda.
Lo que el contexto actual revela, y no es sin relación con el apego a los caudillos, es la debilidad de los proyectos de izquierda, hechos más de posturas que de programas, concebidos más por el rechazo y menos por asumir o construir procesos, los cuales inevitablemente conllevan tiempos y circunstancias que no necesariamente se las puede controlar. Al parecer, ahora todo puede ser izquierda, puesto que no hay proyecto o éste es lo que se hace en nombre del proyecto. La palabra proyecto ha adquirido una magia y flexibilidad sorprendentes, nadie sabe lo que es y todos lo invocan. El rechazo al dogmatismo y autoritarismo de la izquierda de ayer tiene ahora un dogmatismo del no proyecto, con lo cual todo cabe en él, incluido por cierto el hacer lo que se dijo que nunca se haría y pensar que todo es cuestión de un líder, con él todo sin él nada.
El mérito de los caudillos indicados, en cambio, ha sido el de forzar a cierta integración de las izquierdas, las que generalmente han vivido en guerras fratricidas, y de llevarles al poder. Empero generalmente han actuado pensando que hacían algo de un color cuando en los hechos vivían otra cosa; pero el ejercicio del poder tiene sus enseñanzas, es de esperar al menos que saquen lecciones sobre lo que gobernar quiere decir. Sin embargo, en general lo han hecho a detrimento de tener un proyecto propio y apropiado para las circunstancias. Políticas sociales que reiteran lo que los organismos internacionales lo proponen desde hace tiempos, por ejemplo.
De hecho las izquierdas no logran situar la América Latina del XXI, y las que indican que el discurso de izquierda del PC o de Cuba ya son solo parte del pasado, con la misma facilidad que se convirtieron unos sin más a la democracia liberal y no a otra más innovadora o al neoliberalismo y no a otra política más exigente, ahora aquellas y aquellos que siguen considerándose de izquierda incorporan componentes, sin juicio de inventario, que pueden ser o no ser izquierda, pero que no demuestran consistencia ni coherencia. De hecho no existen metas o programas por simples sean, para orientar y definir la acción. Eso de inventar todo al caminar, está bien como postura antiautoritaria, antipartido único, pero no define lo que la acción política requiere. No debe sorprender que esto termine en los caudillos, quienes en cambio si saben definirlo.
Desde luego que Bolivia, Ecuador o algo Venezuela han logrado mejorar las condiciones de vida de los más pobres, han recuperado el Estado y en parte buscan modernizarlo, sobre todo en Ecuador. Desde varias ópticas podemos encontrar positivo todo esto y alentador ¿pero es eso el proyecto de izquierda? ¿cuál puede ser?
Este ciclo de izquierdas, invita por lo mismo, a repensar la izquierda contemporánea para la América Latina de ahora, internacionalizada, integrada al capital, minoritaria en el comercio mundial, con extremas desigualdades, con democracias siempre incomprendidas y tan a su manera, con instituciones formales que no cuajan con la realidad o las instituciones reales, con estas y tantas otras características, como el pluralismo cultural y su contencioso colonial que no termina; pero también con tantas virtudes y ventajas empezando por ser un continente sin guerras y gente que ha sabido convivir con lo diverso a pesar de la dominación, por ejemplo.
Algo nos dice claramente este ciclo sobre el hecho que no puede haber izquierda sin proyecto, y no puede ser el proyecto del líder que termina por ahogar la sociedad, el proyecto de las izquierdas.
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