lunes, 20 de septiembre de 2021

Honduras atomización del territorio


Rebelión

Por Milson Salgado 

Zedes como pedazos de pastel de la patria versus hombre y mujeres modelo.

Tengo libros en mis armarios que vivirán más que mi nombre. Mi vida será como la de todos los humanos de siempre con pies ágiles de metafísica, y alas indómitas hacia el olvido. Las letras danzarán encima de mi cadáver regodeándose de mi banal creencia de una celebridad de provincia.

Tengo hijos hermosos, retoños y espejos de mis gestos y huellas que dejé tiradas en el pasado, y me persiguen como el infantil guiñapo dueño de sus turbios miedos. Tengo una mujer que lucha contra sus fantasmas que le hurtan sus horas de siestas, y solo la hermosa fusión de la química le regala el inmenso milagro de sufrir, y el de reír a retazos en esta realidad de infierno.

Tengo zapatos viejos que desean huir de sus propias huellas, una camisa del Sargent Peper que se cansa de mis rancios sudores sin un sueño. Tengo unos padres que quieren su jubilación, y están eternamente cansados de mis asquerosos errores de adolescente. Tengo un nieto con cachetes inflados que querrá con su osadía de curioso ir al Kinder, Escuelas, Colegios y Universidades para enfrentarse cíclicamente a este asco.

Tengo hermanos en todo Honduras, hermosos ángeles guardianes de la vida, que cargan con el féretro de la patria, y en transfusiones de plomo le han rescatado la necesaria rabia al país. Tengo un país roto con infartos agudos, y desfibrilaciones a último segundo, con un coma permanente y con zarpazos de punto seguido. Tengo a un paisito en silla de ruedas que se le otorga la suficiente soberanía para caminar a su propio precipicio.

Tengo unas cifras de guerra, de mesas sin pan, de enfermedades que matan con pistolas de agua, de hospitales que se pierden como barcos fantasmas en la alta mar, de números millonarios que curan la salud de unos cuantos bolsillos, de miles de muertos de pandemia que pesan en las estadísticas de sus asquerosas omisiones, y de mujeres envenenadas con turbios brebajes de harina blanca.

Tengo oídos cansados para cínicos, paciencia franciscana para bobos, y mirada para torvos payasos que le toman el pelo a los calvos. Tengo soldaditos de plomo que cuidan bancos y empresas, y cuando se roban la patria, asesinan a los patriotas, y como perros hambrientos husmean las migajas debajo de la mesa donde se reparten el país.

Tengo empresarios oscuros e invisibles que como magos convierten a los políticos en los únicos culpables, que danzan ufanos sobre paraísos fiscales, y cierran fila para defender la infamia. Tengo Televisores y Diarios que vomitan mentiras, y asesinan los sueños con voces de serpientes, y con letras falseadas que derraman la sangre del mártir de la verdad.

Tengo muertos en sus armarios, y tanta mierda debajo de sus lujosas alfombras.

Tengo un corazón y un Héroe cansado de su pedestal en la Plaza Central de Tegucigalpa, que exhorta con indómita justicia que ya es tiempo de contarle las costillas a la geografía de este mapa embargado por latifundios, bancos, condominios, Mall, bases militares y Zedes.

Tengo hombres y mujeres modelos que están asqueados de tantas fiestas de sapos que regalan el país como un pastel de cumpleaños. Tengo hombres azules con piel de polvos blancos que sacan de sus chisteras rinocerontes y elefantes blancos en nuestras propias narices. Tengo tiempo e historia, y ya no hay espacio para babeles o profetas en pleno desierto o vociferaciones de utopías para sordos.

Ya es tiempo que la tiranía sepa que hay cuerpos, y manos y muertos y vivos, y balas que como boomerang regresen para la venganza.


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