La paradoja de Jevons
El caso de Vivotecnia nos ha recordado lo que ocurre en los animalarios de los centros de investigación. Analizamos la legalidad vigente que regula la investigación con animales y reflexionamos más ampliamente sobre el papel que juegan los animales sintientes en nuestra sociedad y sobre si ello constituye tortura.
Hace más de 2500 años que Aristóteles escribió sobre los animales y su capacidad de sentir, algo que les diferenciaba de la materia no viva. En pleno siglo XXI, el debate científico sobre la capacidad de sentir dolor o de experimentar emociones se encuentra bastante avanzado: los vertebrados tienen un sistema nervioso que les permite la percepción del daño propio y, también, asociar experiencias con emociones.
El escándalo de Vivotecnia, las filtraciones de imágenes de maltrato animal en una empresa dedicada a la experimentación animal, trajo esta capacidad de sentir de los animales a la agenda pública durante varios días. Incluso se llegó a organizar una larga concentración que acabó forzando a las administraciones a suspender, aunque temporalmente, el permiso de experimentación animal a esta empresa. Aunque ya tratamos el maltrato animal que ocurre en granjas y macrogranjas y sus consecuencias en la salud humana en otro artículo, en estas líneas centraremos nuestra atención en lo que sucede en los lugares donde se experimenta con animales. En este caso nos preguntamos, ¿es la experimentación con animales una tortura? Como argumentaremos a continuación, desde nuestro punto de vista, lo es. Sin rodeos, medias tintas o artificios argumentales: es tortura.
EJEMPLOS DE USO DE ANIMALES DE EXPERIMENTACIÓN
Todas las especies animales interactúan entre ellas. Lo hacen en multitud de formas, desde depredando hasta en simbiosis, cooperando o parasitando. El ser humano no solo no es ajeno a esas relaciones ecológicas, sino que ha basado su fuerte expansión y “éxito” demográfico en la explotación de todo tipo de especies animales, ya sea a través de la depredación como de la domesticación para su uso como energía mecánica, producción de alimentos y otros usos. Luego llegaría la energía fósil, pero ese es otro cantar.
La agricultura y la ganadería no puede entenderse sin la explotación de animales para la obtención de recursos. Pero no solo se usan desde el punto de vista nutricional, de energía mecánica y de reciclaje de nutrientes, sino que elementos fundamentales de la medicina no serían posibles sin el uso de animales para la experimentación. Todas y cada una de las prácticas médicas, desde una cirugía a los antibióticos han sido posibles gracias al sufrimiento de incontables animales de distintas especies. Pongamos algunos ejemplos del uso de animales para experimentación en biomedicina, dejando fuera el uso de animales para cosmética porque “en teoría” está prohibido.
El pez cebra, insectos como la mosca de la fruta, gatos, gusanos nemátodos como Caenorhabditis elegans, aves como la gallina ponedora de huevos, perros, primates como el macaco rhesus, caballos, conejos, ratones y ratas. Todos esos animales son imprescindibles para el desarrollo de nuevas terapias contra todo tipo de enfermedades.
En un viejo libro escrito por Paul de Kruif y editado por Capitán Swing, “Cazadores de microbios”, el autor describe cómo Robert Koch, mientras Pasteur andaba salvando el vino en Francia, trataba de demostrar que unos bastoncillos que veía al microscopio eran los causantes del carbunco, mejor conocido como ántrax. Para ello pinchó y sacrificó a millares de ratones al principio y después a otras tantas ovejas y vacas para demostrar no solo que el bacilo (Bacillus anthracis) era el responsable de la muerte del ganado, sino que formaba esporas que podían sobrevivir en la tierra.
No todas las investigaciones son tan útiles como estas. Por ejemplo, existe una rama de la investigación alimentaria, enmarcada dentro de lo que la filosofía y la sociología de la ciencia han definido como solucionismo tecnológico, que promueve el desarrollo de carne in vitro. Básicamente su propuesta de “solución” para la actual producción masiva de carne en granjas sería cultivar células musculares hasta que tuvieran un tamaño lo suficientemente grande. Sin embargo, a día de hoy la única manera de hacerlo es usando el “Suero bovino fetal”, que como su nombre indica, es un “caldo” sin células proveniente de la sangre de bóvidos. De momento, no existe la carne sintética sin explotación animal.
Otro ejemplo dentro de este marco es la obtención de anticuerpos. Las cabras son una estupenda fuente de anticuerpos monoclonales, como los ratones o los conejos. Los anticuerpos son aquellos que producen los linfocitos B para defendernos de patógenos. Su gran especificidad a la hora de unirse a proteínas se utiliza en investigación para técnicas de detección precisas (como la técnica de Western blot o la de ELISA). En 2016, el gobierno estadounidense multó a la empresa Santa Cruz con 3.5 millones de $ por maltratar a las cabras con las que obtenía anticuerpos monoclonales para todos los laboratorios biomédicos del mundo. No existe una sola persona en investigación en biología molecular que no haya utilizado y maldecido la mala calidad de los anticuerpos de Santa Cruz. Irónicamente, tras haber perdido la licencia de usar más cabras, todo el mundo se dio prisa en comprar el stock.
Durante las últimas décadas, la sociedad ha adquirido una conciencia más animalista y antiespecista. Cada vez se reivindican más los derechos del resto de especies, más allá del ser humano. Además, desde 2012 ya existe un amplio consenso científico en que muchos animales no humanos poseen conciencia, y que los humanos no son únicos en poseer los sustratos neurológicos que generan la conciencia (véase la Declaración de Cambridge sobre conciencia animal, 7 de julio 2012).
El escándalo de Vivotecnia ha generado bastante alarma social y preocupación. Cruelty Free International (CFI) filtró un video donde se podían ver y escuchar situaciones de maltrato a animales de experimentación llevados a cabo por personal de esta “organización de investigación por contrato” (CRO por sus siglas en inglés).
Desde un punto de vista meramente analítico, podríamos dividir lo que se puede ver en las imágenes en tres conceptos: lenguaje soez, maltrato innecesario, y maltrato necesario. Empecemos analizando estas últimas, ¿qué se considera sufrimiento animal “necesario” en la normativa legal vigente?
LA NORMATIVA VIGENTE Y LA CRUDA REALIDAD DE LA PRECARIEDAD LABORAL Y LA COMPETITIVIDAD
La investigación con animales debe basarse en las tres erres: reemplazo, reducción y refinamiento (reducir el sufrimiento). Son términos muy vagos y ambiguos, ya que son diversos los motivos por los que no se cumplen todo lo que se podría. Entre las prácticas de la tercera R, el refinamiento, se encuentran directrices sobre cómo realizar el sacrificio de los animales en investigación. Por ejemplo, los ratones neonatos se decapitan con tijeras, y aunque parezca sorprendente es la forma menos cruenta porque los neonatos son muy resistentes a la asfixia por CO2, que es una de las técnicas de sacrificio más comunes en adultos. La otra es dislocación cervical, esto es, romperles el cuello.
Otro tipo de técnicas para disminuir el sufrimiento, por ejemplo, a la hora de sacar sangre a un animal vivo es utilizar el lagrimal como zona de extracción, aunque en este caso se le debe sedar y después sacrificar. La alternativa es un pinchazo en la mejilla con una lanceta, como se puede ver en la imagen. Este procedimiento es imprescindible para la investigación en vacunas, y si existiese un fallo durante este proceso, por ejemplo, por un movimiento del animal, éste podría ser dañado. No es una técnica fácil ni agradable. No olvidemos que todo esto es totalmente rutinario y está aprobado en la normativa estatal y europea.
Durante el año 2019, en España se sacrificaron más de 800000 animales a causa de la experimentación, siendo más de la mitad ratones. Estos animales no necesariamente son criados y sacrificados para hacer experimentos imprescindibles. Durante el desarrollo de cepas de ratones transgénicos, la mayoría de los ratones son sacrificados porque no llevan las mutaciones o el gen de interés. Pongamos un caso concreto para ver la magnitud de lo que se está afirmando. Imaginemos un ratón transgénico el cual porta tres mutaciones que, entre otras cosas, le producen un desarrollo espontáneo de un tumor de próstata. Obviamente, puede interesarle este tipo de mutante a algún grupo de investigación que esté buscando tratamiento para este tipo de tumor. Para empezar, la mitad de los animales van a ser sacrificados porque no son “de interés”. En efecto: las hembras. Del resto de machos, aproximadamente poco más de una décima parte terminarán expresando las mutaciones de interés. El resto: sacrificados.
La reducción del sufrimiento animal en la investigación está directamente relacionada con la precariedad laboral. Para que las tres erres puedan cumplirse hace falta que el personal a cargo de los animales tenga unas condiciones de trabajo dignas y adecuadas para poder desarrollar una destreza suficiente. Un caso interesante son los certificados de adecuación para trabajar en experimentación animal que se renuevan cada 8 años. No deja de ser curioso el hecho de que la mayoría de las personas investigadoras que trabajan con animales no tienen contrato de más de 4 años o, en su defecto, contratos temporales renovados en períodos menores al año. La alta jerarquización de la investigación y la estricta división de tareas hace que las personas responsables de los grupos de investigación no se encarguen apenas del trabajo experimental.
La precariedad laboral y la presión psicológica a la que se somete al personal investigador afectan mucho a la calidad de la formación y a la destreza necesaria para trabajar con animales. Pero hay una variable que se suele tener poco en cuenta: la persona que trabaja con animales no siempre escoge hacerlo. En muchas ocasiones se ve obligada a hacerlo porque el proyecto lo requiere, y por tanto su carrera investigadora depende de ello. Así, son muy comunes los casos de accidentes laborales, algunos graves, como pinchazos con células tumorales, inhalación de sedantes o cancerígenos como formalina, o síncopes por la impresión de algunas técnicas a realizar sobre los animales. Además, las técnicas mal realizadas y descuidos propios de la poca experiencia o debido al estrés hacen que aunque la normativa sobre experimentación animal pueda ser muy estricta, la realidad del día a día en un animalario de investigación incluye mucho sufrimiento animal innecesario o evitable.
El sistema de evaluación imperante en la academia, basado en “los juegos del hambre” (el que primero llega se lleva el premio), y la gran competitividad y presión que existen y a la que se ven sometida el personal investigador, impiden sistemáticamente la reducción de los animales usados. Ante una determinada hipótesis de trabajo en la cual, para su probatura, va a ser necesario el uso de animales de experimentación, los grupos con elevada financiación utilizan una variante del método estajanovista basada en hacer todos los experimentos posibles, con el mayor poder estadístico (uso elevado de animales), en el menor tiempo. Si a este cóctel, añadimos la precariedad, la presión por publicar para mantenerse en la carrera científica (“publish or perish”, pública o muere) o para captar más fondos económicos, se obtiene una combinación explosiva que, además de revertir las tres erres, aumenta la posibilidad de errores en el manejo de los animales y errores que llevan a tener que sacrificar colonias enteras. Paradójicamente, un sistema de control de calidad destinado a un mejor manejo de los animales, inserto en un sistema de producción capitalista, lleva hacia la situación opuesta: incremento de la explotación animal y de la precariedad laboral.
MÉTODOS ALTERNATIVOS
Aunque existe una normativa vigente de aplicar las tres erres, el planteamiento no se consigue... Existen alternativas para evitar el uso de animales de experimentación sin que nos atrape el monstruo de la competitividad o del publish or perish. Todos ellos deberían ir encaminados a saber muy bien qué vamos a hacer cuando la investigación siga normativa que obliguen al uso de animales de experimentación (por ejemplo, para productos de uso en humanos) o, si se trata de investigación básica, que sustituyan realmente este uso.
Los métodos de estudio in vitro, como el uso de cultivos celulares, pueden dar muy buenas aproximaciones. No obstante, las que mejores aproximaciones dan son aquellas investigaciones que consiguen reproducir en el microcosmos del laboratorio un tejido o un órgano completo en el que se pretende analizar. Otras formas de sustituir a los animales de experimentación es el uso de lo que conocemos actualmente sobre la química y la biología de las moléculas a estudiar y, emplear simulaciones computacionales que nos permitan predecir el comportamiento de una determinada molécula para elaborar hipótesis más finas.
Si bien estas técnicas pueden ayudar a reducir el uso de animales, no se podrán sustituir del todo porque es imposible imitar la complejidad de un organismo.
¿ES TORTURA LA EXPERIMENTACIÓN ANIMAL?
Que el ser humano cause sufrimiento animal es un hecho, también en la experimentación animal con fines biomédicos. Aunque se tomen medidas para evitar el sufrimiento durante el manejo en la experimentación animal, estamos muchas veces sometiendo al animal a un estrés y a un sufrimiento innecesario que, si lo aplicáramos al ser humano, no dudaríamos en denominarlo tortura. Así que la pregunta es ¿por qué aceptamos la tortura de algunas especies en beneficio de nosotros mismos? Todo empieza por reconocer al otro como un ser sintiente mediante la empatía. La empatía es una característica no solamente humana como recoge Frans de Waal. Perderla hacia los animales es perderla también hacia nosotros mismos. Permitir la tortura animal inútil es abrir la puerta a nuestra propia tortura como, de hecho, ocurre. En la película “Estado de Sitio”, de Edward Zwick (1998), Denzel Washington interpreta a un agente del FBI que ve cómo su propio gobierno, en pos de un beneficio mayor como es la seguridad, impone el Estado de sitio sobre Manhattan, permitiendo la violación de derechos civiles y amparando la tortura de ciudadanos. En lo que podemos etiquetar como elocuente (aunque occidentalocéntrico) alegato a favor de los derechos civiles, llega a decir: “¿Y si lo que realmente quieren es que llevemos a nuestros hijos a los [campos de concentración] como lo estamos haciendo?, ¿y poner soldados en la calle y tener a los estadounidenses mirando por encima del hombro? Retorcer la ley y destrozar un poquito la Constitución. Porque si lo torturamos, general, lo haremos y todo por lo que hemos luchado, sangrado y muerto se acabará. Y entonces habrán ganado”. Considerar determinadas técnicas crueles hacia los animales como imprescindibles puede llevar a un camino peligroso donde la empatía se haya perdido. Es necesario reflexionar y caminar hacia prácticas que, aunque se siga experimentando con animales, sean más conscientes y transparentes con la sociedad y con el medio que nos rodea.
La paradoja de Jevons, un blog sobre ciencia y poder.
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