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Por Luis Britto García
Un recuerdo mío
El 15 de febrero de 1828 el Libertador contesta desde Bogotá al coronel Tomás Mosquera comunicación donde éste informa que han aparecido en Guayaquil sus libros, y con proverbial generosidad, expresa que “mi espada de campaña que tiene Ud. allá fue la que tuve en el Perú: consérvela Ud. igualmente, que el servicio y los libros como un recuerdo mío”. La lista, de varios centenares de volúmenes, comprende La Richesse des Nations.
El monopolio del gran comercio
Ésta debe ser una traducción francesa de La riqueza de las naciones, de Adam Smith, inapreciable fuente de meditación. Bolívar ha de haber repasado su Libro IV, el cual comprende un extenso capítulo VII sobre “Las colonias”, donde se sienta que “Cada país ha acaparado por completo para sí mismo los inconvenientes que se derivan de la posesión de sus colonias. Las ventajas que se derivan de su comercio se han visto obligado a repartirlas con otros muchos países. Sin duda que el monopolio del gran comercio de América parece, naturalmente, a primera vista, una adquisición del más alto valor. En medio de la confusa arrebatiña de la política y de la guerra, ese monopolio se presenta, naturalmente, a la mirada cegata de la alocada ambición como un objeto deslumbrante por el que hay que luchar. Sin embargo, la magnificencia enceguedora del objeto, la grandeza inmensa del comercio es la condición misma que hace perjudicial su monopolio, o que hace que un empleo, por su misma naturaleza menos ventajoso para el país que la mayor parte de los empleos del capital, absorba una porción mucho mayor de éste que la que de otro modo habría absorbido” (Smith, 1961: La Riqueza de las Naciones, 548-549). Bolívar justamente combate ese monopolio dañino para ambas partes, que el imperio español intenta sostener con sus últimas fuerzas.
El mal y la ignorancia
Llama la atención que en esta dispersa muestra de las lecturas de Bolívar no figuren obras de Jeremías Bentham, autor utilitarista que muestra por el Libertador un pasajero interés. El economista le escribe ofreciéndole acoger becarios en su escuela de Hazelwood y enviándole algunas de sus obras. Desde Caracas el Libertador le contesta con dos cartas el 15 de enero de 1827. En la primera le manifiesta: “Espero con ansia que la bondad de Ud. se sirva dirigirme nuevamente las obras de legislación civil y judicial, juntamente con las de educación nacional, para estudiar en ellas el método de hacer bien y aprender la verdad, únicas ventajas que la Providencia nos ha concedido en la tierra, y que Ud. ha desenvuelto maravillosamente prodigando con profusión sus goces a los individuos de nuestra desgraciada especie, que largo tiempo sufrirán todavía el mal y la ignorancia”.
Catecismo de economía.
La segunda misiva expresa: “Tuve la honra de recibir en Lima el catecismo de economía que la bondad de Ud. se sirvió dirigirme con la carta más lisonjera para mí; porque es de Ud., cuya autoridad y saber he considerado siempre con profunda veneración. Luego que eché la vista sobre esta obra elemental me pareció de un mérito exquisito y digno de ponerse en las manos del pueblo para su instrucción, y, en consecuencia, ordené que se publicase en español” (Lecuna, 1947, Simón Bolívar. Obras completas. T.II: 530-531)
El dolor y el placer
A los hombres de poder no les faltan generosos filósofos dispuestos a dirigirlos. Quizá los asomos de pensamiento materialista que por momentos manifiesta Bolívar encuentran alguna afinidad con el comienzo del Fragment on government, publicado en 1776, donde sostiene el inglés que “La naturaleza ha colocado a la humanidad bajo el dominio de dos amos soberanos, el dolor y el placer. A ellos sólo toca señalar lo que debemos hacer, así como determinar lo que haremos. Por una parte, la norma del bien y del mal y, por otra, la cadena de causas y efectos están atadas a su trono” (Sabine, 1966: Historia de la teoría Política: 494). Es norma que también aceptaría un autor poco divulgado para la época, pero mucho más entretenido: François Donatien, marqués de Sade, quien fue encarcelado por expresar tales ideas.
Entes ficticios
Posiblemente Bolívar ha hojeado distraídamente la continuación de la obra, donde Bentham afirma que “han sido lamentables la confusión y la oscuridad producidas al tomar los nombres de entes ficticios como si se tratara de entes reales”. Las personas jurídicas, tales como la República, serían meras ficciones, y las ficciones “nunca se han empleado sino para justificar algo injustificable”. Ficciones serían términos tales como derechos, propiedad, sociedad, bienestar general. Los actos de esas ficciones llamadas personas colectivas, como el Estado o la sociedad, no son más que “la suma de los intereses de los diversos miembros que lo componen” (Sabine, 1966: 495-486).
Defensa de la usura
En otro luminoso “catecismo de economía”, Defensa de la usura, proclama Bentham que “el Estado no tiene como función aumentar la riqueza o crear capitales, sino afirmar la seguridad en la posesión de la riqueza, una vez adquirida. El Estado tiene una función judicial que cumplir, pero su función económica debe ser reducida al mínimo” (Touchard, Historia de las Ideas Políticas 1972: 324). Es exactamente lo contrario de lo que ejecuta Bolívar con sus masivas confiscaciones de bienes pertenecientes a la Corona o a los realistas, su asignación de la propiedad del subsuelo a la República, sus medidas proteccionistas de las aguas, de los bosques, de las especies animales y vegetales, del trazado de caminos, de la agricultura, de la inmigración.
Atentado septembrino
Hacia 1828, la idea de que el propio placer ha de preponderar sobre ficciones tales como la Patria o la República, y de que éstas sólo sirven para asegurar la propiedad, hacen furor en un grupo de neogranadinos pro-estadounidenses dirigidos por Francisco de Paula Santander, que el 25 de septiembre intenta asesinar al Libertador en Bogotá. Esta brillante puesta en práctica de sus ideas desacredita las doctrinas de Bentham, cuyos libros son retirados de los institutos de enseñanza, y de la biblioteca de Bolívar, si en ella estuvieron alguna vez.
Bolívar vive, y desde entonces no cesa la conjura de economistas neoliberales para intentar de nuevo asesinarlo.
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