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Por Begoña Marugán Pintos
Hace ahora diez años, de manera inesperada, aconteció un hecho sin precedentes: el 15-M,
un movimiento mundialmente bautizado como Spanish Revolution.
El mismo calificativo se usó casi siete años después, el 8-M de 2018. Ese día las portadas de los medios de comunicación internacionales más importantes se hicieron eco de la revolución feminista. Entre fecha y fecha ha transcurrido solo una década, pero el trabajo de los feminismos ha sido tal que la Spanish Revolution actual es feminista.
El proceso de construcción social sigue recorridos zigzagueantes en ese ejercicio de choque de fuerzas entre el poder instituido y los contrapoderes instituyentes. Encontramos en determinados movimientos del pasado los cimientos de nuestro presente. Para los feminismos el 15-M es un tiempo que se debe recordar y no solo por el trabajo de concienciación feminista allí desplegado y la reproducción de formas de organización propias de los feminismos, sino también porque en su seno los feminismos encontraron algunos obstáculos que, al salvarse, permitieron construir un movimiento más amplio, diverso y plural, encarnado en las diversas generaciones de mujeres que siguen apostando por un cambio radical de la estructura social.
Si hace una década la conciencia colectiva se puso de manifiesto con el aplauso que suscitó el arrancar la pancarta de «La revolución será feminista o no será» la tarde del 19 de mayo de 2011 tras escasos minutos de su colocación por la Comisión de Feminismos Sol, esta vez también se ha puesto de manifiesto con el borrado del mural titulado «La unión hace la fuerza» en Madrid. Pero en cambio, ahora la respuesta ha sido la réplica por ciudades, institutos y medios de comunicación del mural de las 15 feministas, de diversos ámbitos, que rompieron barreras y, convertidas en referentes, nos permiten construir genealogía feminista.
Del rechazo al concepto «feminismo» se ha pasado a colocarlo en la categoría de lo «políticamente correcto». La autodesignación como feminista se escucha por doquier para otorgarse prestigio y actualidad. El machismo, salvo en ciertos entornos, queda así reducido a un orden caduco y pasado de moda. El cambio es meritorio, pues se ha logrado acabar con el desprestigio conceptual, una de tantas estrategias del patriarcado para impedir el cambio social, pero una cuestión son las palabras y otra los hechos. ¿Qué ha pasado desde aquel 15-M de 2011? ¿Qué aprendió el 15-M de los feminismos y qué deberían no olvidar los feminismos de sí mismos? ¿El pensamiento feminista se ha impregnado a la sociedad y la revolución está siendo feminista?
Visualizar el machismo, primer paso para superarlo
El movimiento feminista se construye de momentos y es en esos momentos cuando los pequeños gestos permiten ver con claridad las estructuras de dominación masculina en las que se sustenta el orden social. El movimiento 15-M también tuvo algunos de esos momentos difíciles que, una vez superados, contribuyeron al fortalecimiento del mismo.
El primero se dio al inicio de la acampada. Solo habían pasado cuatro días desde que inesperadamente la convocatoria de Democracia real ¡YA! se concretará en un asentamiento espontáneo en la Puerta del Sol de Madrid, cuando el comportamiento que se dio ante la pancarta «La revolución será feminista o no será» desveló el orden machista socialmente imperante. El 15-M fue el intento de creación comunitaria surgida espontáneamente a partir de relaciones sociales, personales y afectivas de una ciudadanía que no se sentía políticamente representada.
La implicación activa en ese nuevo «nosotros» colectivo provocó que la acción del grupo de feministas que había hecho la pancarta se malinterpretara. Se temía que el feminismo dividiera el movimiento cuando las reacciones frente al mismo exigían una fuerte cohesión grupal. Un temor que resultó infundado y aglutinó aún más a todas las mujeres (unas con tradición militante y otras recién llegadas). La escenificación del rechazo al feminismo fue muy bien interpretada por el bloque feminista. Era evidente que socialmente el feminismo estaba estigmatizado.
Tocaba hacer pedagogía y empezar por el principio explicando dentro del movimiento qué era y qué no era e feminismo en aspectos concretos y cotidianos. Ante este primer obstáculo la Comisión de Feminismos Sol tuvo la oportunidad de hacer talleres, debates, paneles informativos y tener puntos de información permanentes sobre feminismo, aborto, violencia de género y cuidados.
Un trabajo creativo e inagotable que fue dando progresivamente sus frutos dentro del movimiento. Sin embargo, a pesar del trabajo pedagógico y de las adhesiones conseguidas, las violencias machistas seguían estando presentes. Este nuevo elemento de tensión, aprovechado esta vez por los medios de comunicación –en la medida que espectacularizan la violencia sexista–, para desacreditar al movimiento, aglutinó a más mujeres y les dio la oportunidad de explicar lo que supone la violencia estructural y el abuso de poder.
La acción simbólica de protesta en unos grandes almacenes para denunciar la precariedad laboral por un lado y, por otro, el modelo de cuerpos femeninos de la talla 38 que la sociedad exigía, rompió los esquemas de lo esperado para denunciar el sinfín de la violencia estructural que las mujeres padecen. Una violencia que también sintieron las componentes de la Comisión de Feminismos Sol y que los llevó a dejar de dormir en la plaza, a partir del 2 de junio, porque no sentían estar en un espacio seguro. Lo que chocaba frontalmente con la lógica del cuidado y el autocuidado que el Movimiento 15-M tuvo a gala desde el principio sin darse cuenta de que era una de las prácticas seguidas por los feminismos desde siempre.
Lo que el movimiento 15-M aprendió de los feminismos
Desde la aparición del 15-M se habla de una «nueva política» por desafección a una política institucional que la ciudadanía sentía alejada de sus deseos y necesidades. El lema de la convocatoria que dio origen a la acampada lo evidenciaba: «No somos mercancía en manos de políticos y banqueros». Frente a la «vieja política», el movimiento se plantea la necesidad de recuperar lo común, lo público y lo político a partir de la participación colectiva ciudadana. El poder se extendía horizontalmente a partir del reconocimiento a la diferencia; una tendencia organizativa que ha estado siempre presente en los sectores feministas.
Este movimiento introdujo una nueva mirada a través de la que cuestionar el orden social y exigir un cambio de rumbo, lo que supuso la toma de conciencia de toda una generación. Al igual que sucediera con los feminismos en los años 70, hay un proceso por el cual cada persona comprueba que lo que sucede es muy similar a lo que le pasa a su vecina o vecino, que hay problemas comunes a los que habrá que dar una respuesta conjunta. Se crea conciencia y a partir de ello un «nosotrxs» colectivo. En lugar de seguir obedeciendo los dictados de empresarios, políticos y banqueros corruptos, reproduciendo, callados y temerosos, una jerarquía vertical, se activó la horizontalidad.
El individualismo y la competitividad se dejaban atrás para apostar, al igual que los feminismos en el caso de las mujeres, por una salida colectiva comunitaria en la que cualquier persona podía participar en y de las decisiones. Las asambleas eran abiertas y la prioridad era la construcción de inteligencia colectiva desde el respeto a la diferencia. Calles y plazas se llenaron de vida, palabras y gestos. Alejados de las jerarquías, en las asambleas de pueblos y barrios todo el mundo podía hablar y escuchar.
El respeto a las demás personas, a lo que ayudaban las comisiones de respeto, permitía expresarse con libertad, sin miedos, ni complejos. Los discursos se cargaban de creatividad y emocionalidad, lejos de victimismos, porque la «alegría había cambiado de bando». El 15-M inventó un nuevo lenguaje comunicativo. No solo se crearon palabras, sino también gestos, algo que igualmente debieron hacer los feminismos para designar todo aquello durante siglos silenciado.
Los discursos y prácticas se apoyaron en la experiencia cotidiana y en los aspectos relacionales, formas constituyentes de un estilo feminista de liderazgo y de una manera de hacer política. La alegría colectiva produjo una resistencia creativa y expansiva que se fue propagando en el espacio y el tiempo hasta llegar a afectar a las elecciones municipales de 2015. Un optimismo que se atribuía al 15-M, cuando la fuerza de la pasión y la alegría siempre han caracterizado a los feminismos. Esta herencia feminista que recibió el 15-M después se trasladó a las mareas multicolores y posteriormente a los nuevos partidos y espacios de confluencia. Pero a medida que pasa el tiempo, por un lado, el movimiento pierde fuerza en la calle y se institucionaliza en un nuevo partido político, y por otro el feminismo sigue su camino.
La obstinada realidad social no da respiro y a los estragos de la crisis económica –que dejó a muchas mujeres sin empleos o con empleos precarios y sin una parte importante de los servicios públicos de atención y cuidado–se unían nuevas apuestas reaccionarias. El ideal de avance continuado se vería así cuestionado por los hechos. El tiempo no lo cura todo y nada mejora si no hay un grupo organizado decidido a actuar en la dirección correcta. Los feminismos eran parte de esos grupos de oposición que actuaban con decisión. Tras años de luchas, las feministas no estaban dispuestas a dar un paso atrás, como demostraron ante el cuestionamiento de la Ley del aborto o la falta de presupuesto estatal para implementar la Ley integral contra la violencia de género.
La semilla del feminismo Durante décadas las mujeres habían sembrado la semilla del feminismo y ahora estaba floreciendo. Las ideas feministas permearon a amplios sectores de la sociedad y la multitud acudía a sus convocatorias. En lugar de retroceder en el derecho al aborto se hizo dimitir a Gallardón y la enorme movilización del 7N de 2015 contra las violencias machistas motivó la propuesta de un Pacto de Estado contra la violencia de género. Desde el mundo del arte y la cultura se concienciaba en el respeto y contra la violencia hacia las mujeres. Escuelas, institutos y universidades hacían su parte y los medios señalaban cada asesinato machista.
El 8 de marzo de 2007 millones de mujeres de 70 países secundaron la convocatoria del Paro Internacional de Mujeres para denunciar las violencias machistas, la falta de reconocimiento del trabajo doméstico y de cuidados y la discriminación en el empleo. Con este precedente mundial y por el carácter globalizador que caracteriza a los feminismos, en el Estado español, el movimiento feminista empezó a reunirse para preparar el Paro Internacional de Mujeres del año siguiente. Las asambleas masivas tipo 15-M auguraban el acierto de las distintas comisiones de trabajo. El éxito colectivo se había convertido en un mecanismo dinamizador de autovaloración de todas. Había emoción, ternura y alegría en el ambiente porque sabíamos que «sin nosotras se para el mundo».
Fotografía: Tres jóvenes conversan tras haber dormido en la Puerta del Sol durante la acampada del movimiento 15-M.- FERNANDO SÁNCHEZTres jóvenes conversan tras haber dormido en la Puerta del Sol durante la acampada del movimiento 15-M.- FERNANDO SÁNCHEZ
El 8-M de ese año hubo paro laboral y escolar, huelga de cuidados y consumo y manifestaciones masivas en calles y plazas. El Paro Internacional de Mujeres fue una revuelta feminista que volvió a repolitizar un problema que, aunque se quisiera, ya no se podía obviar. Con las huelgas feministas no solo se consiguió prestigiar y valorar el movimiento, sino también legitimar sus luchas y apostar, al menos simbólicamente, por el reconocimiento de los cuidados, el consumo responsable y la sostenibilidad, la igualdad laboral y una educación no sexista que permitiera cambiarla cultura machista dominante. La apariencia festiva de los actos y manifestaciones masivas no puede hacernos olvidar que detrás de todo esto había años de trabajo, mucho debate, algunas disputas y un afán constante de seguir luchando por conseguir lo que nos pertenece y aún no hemos conseguido: esa mitad del mundo que también es nuestra.
Seguir con la revolución
En 2018 los feminismos habían recorrido un largo camino y parecía no haber marcha atrás, pero toda acción provoca reacción. A pesar del apoyo conseguido en la Huelga de Mujeres, tres meses después la Justicia condenó a Juana Rivas a cinco años de cárcel y la Audiencia Provincial de Navarra tipificó las violaciones de La Manada de San Fermín como abusos sexuales.
La «ley del padre» y el poder de dominación seguían vigentes, pero esta vez el espacio de contrapoder se había ensanchado y la conciencia colectiva había cambiado. La actitud de las mujeres y de algunos hombres mostraba el cambio con una inmediata respuesta de indignación en la calle. Nos sentíamos fuertes porque nosotras también éramos manadas. Ya nadie nos impedía hablar. En las redes sociales reaccionamos pronto al estímulo del #MeTooamericano activando en Twitter el #Cuéntalopara denunciar los acosos y abusos sexuales. El avance del feminismo era evidente y los acontecimientos, junto al trabajo desarrollado por las comisiones 8-M, presagiaban una continuidad del mismo en los años sucesivos.
Pero el avance del feminismo cuestiona poderes y privilegios históricamente instaurados a los que algunos no quieren renunciar. Las violencias machistas físicas y simbólicas son una forma de silenciar el grito de protesta de las mujeres.
Los ataques a murales feministas en calles y plazas son una buena señal de la necesidad que tiene el patriarcado de visualizar quién tiene el poder, sin comprender que, aunque refrendado por la derecha, este comportamiento exacerbado es infantil porque pretende negar la genealogía feminista tapando los retratos de feministas de referencia y que esta actuación desesperada es claramente una muestra de debilidad que no hace sino reforzar la respuesta.
Al borrado del mural le siguieron réplicas del mismo. Mucho más peligrosas que estas expresiones manifiestas es la continuidad del control de los cuerpos, la discriminación laboral (con la feminización del paro, la precariedad en la contratación y la brecha salarial), la explotación de las mujeres en el trabajo doméstico y de cuidados –que llevan siglos realizando sin ser reconocido, ni valorado– y las violencias machistas.
Más allá de lo simbólico continua la discriminación, la explotación y la opresión de las mujeres y otros sujetos minorizados. Ante el avance mundial de la derecha misógina, racista y neoliberal los feminismos se han aupado como el gran referente ideológico que no sólo puede cortocircuitarla, sino hacer de las izquierdas espacios vivibles en pie de igualdad. Pero para ello los femeninos no deben olvidar sus señas de identidad: el cuidado mutuo, el respeto a la diferencia y la sororidad.
Los feminismos no deberíamos olvidarlas enseñanzas aprendidas de los propios feminismos a lo largo de dos siglos de historia. Las alianzas, la sororidad y el respeto a las diferencias nos harán más fuertes. Como comprobó la Comisión Feminismos Sol aquel 19 de mayo de 2011: «Ni se había conseguido implantar el feminismo, ni iba a ser fácil», pero en el momento actual a la mayoría de la población no se le escapa que la revolución será feminista o no será. ¡Hagámosla posible!
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