Defensores en Línea
Hombres clandestinos, obligados a la extrema discreción, salieron ayer de sus tumbas desconocidas a enfrentar a sus captores, torturadores y asesinos, que no pudieron eliminar su memoria. Hablamos de esos hombres que vencieron la muerte y el olvido.
Desaparecidos el 11 de junio de 1981, Fidel Martínez y Tomás Nativí, fueron entregados al batallón de la Muerte 3-16 hace 40 años durante una noche trágica. Ayer regresaron resucitados en los testimonios de sus amistades y parientes, hechos canción, documental, libro, consigna y amor.
Martínez y Nativí integraban la Unión Revolucionaria del Pueblo, una opción política de masas que proponía la maduración de la lucha de clases para generar las condiciones subjetivas y objetivas del cambio. Y la URP no descartaba la lucha armada para enfrentar ese enemigo productor de miseria, enemigo entronizado en las instituciones del Estado y en los aparatos ideológicos de la oligarquía.
Una de las primeras líneas de acción planteadas por Tomás y Fidel en sus comparecencias es la descolonización del alma y de la mente del pueblo hondureño. Ni cultos a la personalidad del amo ni reproducción de sus violencias.
Nativí trabajaba como su padre para una transnacional frutera del Norte de Honduras cuando su conciencia estalló. En el primer conflicto de intereses entre la clase trabajadora y ese patrono, él se identificó con sus hermanos de clase. Y fue despedido y perseguido.
La colonización violenta de españoles y criollos desde 1492 hasta 1890 giró el país hacia la otra colonización gringa, que afianzó mineras, compañías fruteras, saqueo de bosques preciosos e impuso guardias lacayunas que hoy llaman fuerzas armadas de Honduras.
Tomás y Fidel persuadían de que esos poderes no desarrollarían jamás los intereses del pueblo hondureño, como en efecto ocurre hasta la fecha cuando venden el país a pedazos. Y dijeron que para instaurar el buen vivir en equilibrio con la naturaleza, la belleza universal y la espiritualidad profunda del ser, debían ser enfrentados desde los poderes del pueblo del modo que sea.
Estos dos hombres, revolucionarios de tiempo completo, salieron ayer en el día del estudiante a recorrer las calles de una Honduras devastada por los golpistas de 2009 asociados con criminales de toda laya, miserables que expulsan al pueblo al destierro por el mundo. Fidel y Tomás salieron ayer convencidos que la Patria debe ser defendida siempre con el corazón.
En uno de los actos públicos realizados, el ex gerente del Instituto Hondureño de Desarrollo Rural, el abogado, escritor y poeta Oscar Aníbal Puerto, perfiló la regia personalidad de su amigo Tomás Nativí con palabras eternas. Tomás figura en la verdadera historia de Honduras, dijo Puerto.
Hubo testimonios hablados y escritos en la víspera del aniversario 40 de su cobarde desaparición forzada por el Estado que dirigía rosuco, caflofa, gustavo álvarez, negroponte, el señor 10 y otros gringos delincuentes de la CIA.
Sus camaradas recuerdan a Tomás como un líder, un revolucionario, autor de la estrategia “en las calles está el poder” y a Fidel, como un comandante hecho y derecho, proa del movimiento transformador de Honduras.
El hijo de Tomás que estaba en el vientre de su madre al momento de la desaparición hace 40 años, Tomasito, habló a través del texto conmemorativo fuerza social revolucionaria distribuido en la capital hondureña. Tania Martínez, hija de Fidel Martínez, habló en redes sociales en la víspera del homenaje.
Tania define a su padre como un líder del Pueblo, del movimiento popular de liberación y comandante de la Revolución Hondureña. Perdida en su primera infancia, Tania apenas guarda una imagen intacta en el tiempo, registrada a los 12 años. Ella describe: “Pocos meses antes de su desaparición forzada en junio 1981, jugábamos ajedrez. Yo lo observaba fijamente. En el fondo de la escena, mi madre está sentado atrás en un sofá con mi hermanita apoyada en su hombro, mirándonos de lejos. Él tiene las manos finas, sus dedos alargados y su mente fija en la próxima jugada. Observo sus lentes retro, con pequeños cuadros de amplificación visual al centro, y él se dirige con voz suave, tierna y pedagógica. Hija, el juego de ajedrez requiere un poder intelectual para ganarlo. Es como el liderazgo social que no demanda posición ni género, demanda compromiso, preparación, pensamiento estratégico y planificación con reglas claras. El Rey es vulnerable. El peón, el caballo y el obispo, todos son imprescindibles. De la Reina debes protegerte. En este tablero quizás mi padre Fidel Martínez estaba despidiéndose con una lección que reflejaba su empeño porque yo aprendiera a jugar. En este ejercicio destinaba horas y en las pausas trazaba su visión de un país liberado con hombres y mujeres participantes en igualdad de condiciones. Hoy cumplimos 40 años de la desaparición de mi padre y de su compañero y amigo Tomás Nativí, escribe Tania Martínez. Dos extraordinarios seres humanos que pusieron la Patria por encima de todos los demás intereses. Sus crímenes son responsabilidad del 3-16, de gustavo álvarez martínez y muchos otros que hoy protegen a los opresores del narco-Estado para asegurar la explotación del pueblo hondureño. ¿Qué hacemos?, se pregunta la hija de Fidel Martínez y se responde: estamos cara a cara de una cita urgente con los hombres y mujeres que derramaron su sangre por nosotras. Es el momento otra vez del estudiante hondureño que descubre en los libros el presente y el futuro y que en las calles está el poder. Los opresores tienen los fusiles, pero el pueblo tiene el poder de la movilización. Ellos tienen gases tóxicos, pero nosotros la resistencia. Ellos, la estrategia de infiltración de nuestras organizaciones, pero nosotras tenemos el poder de descubrirlos y echarlos a la calle. En honor a estos dos grandes de la historia, dice Tania, que viven a pesar de las llamas, de los sepulcros bajo tierra, de los cementerios clandestinos en bosques siniestros, sus semillas crecen y se multiplican. Hasta siempre comandante. Se despide tu semilla.
Por su parte, Tomasito, escribió a su padre en estos términos. Yo estaba todavía en formación en el vientre de mi madre cuando un escuadrón de la muerte llegó a la colonia El Hogar en Tegucigalpa a secuestrar a Tomás Nativí Gálvez, convirtiéndolo en uno de los desaparecidos permanentes por razones políticas desde el 11 de junio de 1981. Hace 40 años. Yo no puedo decir, por tanto, que conocí a este coautor de mi existencia, pero sí puedo afirmar que aquel rapto violento marcó mi vida para siempre. De niño, enfrenté las preguntas de mis compañeros en la escuela ¿dónde está tu papá que no viene a encontrarte? El peso de su nombre en la lista escolar era un riesgo que cargaba siempre y un honor del cual, sin embargo, no era consciente. En mi adolescencia, buscando la identidad del padre ausente-desaparecido, sufrí la adicción y la evasión; fueron días tormentosos que me llevaron al borde del precipicio. Las sombras me acechaban. Pero con la juventud tocando las puertas de mi alma empecé a aproximarme dulcemente a la figura potente de Tomás Nativí. En realidad, me estaba perdiendo la belleza de un artista, de un estudioso de la historia nacional, un educador y movilizador popular nato, un intrépido y decidido revolucionario apuntado por la dictadura liberal-nacionalista-militarista, que formó a sus asesinos.
— Continúa el hijo de Tomás y Bertha –: En más de una ocasión, estuve frente a uno de los hombres que perdió su máscara la noche cuando el 3-16 se llevó a mi padre y me encendí en llamas en un centro comercial de Tegucigalpa donde el asesino y la víctima sobreviviente compartíamos el mismo espacio incidental. Perdí el control, quería hacer lo mismo que ellos. Pero fui salvado en esa ocasión por la gente que me enseñó a crecer y a creer, la familia del Cofadeh. Como fruto de la lucha de mi madre y del Comité de familias víctimas de la desaparición forzada, el Estado en parte ha cubierto los daños pecuniarios provocados a mi existencia, pero mantiene abierta la enorme herida moral de la impunidad. Sin investigación ni castigo a los responsables de su martirio no hay paz ni hay perdón. Y eso no se vale. Eso sigue doliendo hondo. Ahora me dispongo a conmemorar 40 años de esta historia personal reconociendo, esta vez sí, el peso honorífico y la responsabilidad de un nombre compartido con un hombre de la calle, el pedagogo de la consigna del agite: “en las calles está el poder”. Una consigna que se despierta cada vez que el pueblo hondureño baja y sube en olas de evolución, hasta que la utopía se haga realidad. Amo esta memoria tuya gran Tomás. Con tu equipaje de ser humano extraordinario me pongo a caminar. Tu hijo, Tomás Alberto Nativí Oliva.
(silencio…)
Con este silencio de esperanza en la voz de una hija y de un hijo de seres extraordinarios que resucitaron de entre los muertos, nos separamos de ustedes.
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