martes, 28 de julio de 2020

Melancolía y exclusión



Por Duncan Stuart *

Traducido del inglés para Rebelión por Juan-Francisco Silvente

I

Los que somos tan afortunados como para poder aislarnos durante esta pandemia encontramos en la literatura un modo de aprovechar el tiempo. Así, La peste de Albert Camus se está volviendo a leer ampliamente y los más aventajados han abandonado el barco —tal y como lo haría una plaga de ratas— para dirigirse hacia otro texto: Diario del año de la peste, de Daniel Defoe. De pronto, estos tiempos sin precedentes parecen tener unos claros precedentes. Estas historias y la nuestra convergen: al principio somos incrédulos y luego nos concienciamos de que estamos condenados. Los ricos abandonan las ciudades y se llevan la epidemia a los pueblos, y los pobres mueren en masa en las calles atestadas. Los agoreros de ayer son los profetas de mañana. Finalmente desaparece; ninguna pandemia nos ha barrido aún de la faz de la tierra. Una vez pasada la catástrofe se publica la siguiente gran obra o relato literario sobre la epidemia y dentro de uno o cuatro siglos la humanidad volverá a interesarse de nuevo por esos tomos olvidados, que parecerán contener sabiduría y recomendaciones sin límites para hacer frente al cataclismo.

El interés por lo ficticio revela un intento de comprender nuestro momento presente. Aunque se pueda leer por placer, leer es en sí mismo un acto de iluminación. En La peste reconocemos nuestro intrínsecamente asqueroso comportamiento humano, a medida que nos enfrentamos los unos a los otros a pesar de la crisis, y Diario del año de la peste nos cuenta una historia que nos resulta familiar, incluida una en la que el tiempo mismo se dilata y se distorsiona mientras nos vemos inmersos en un periodo de una intensa espera angustiosa.

Los esfuerzos por comprender nuestro momento presente han dado lugar a un estado anímico dominante. Estos tiempos comportan un registro emocional. ¿En qué consiste ese registro emocional? Scott Berinato comentaba recientemente en The Harvard Business Review que este sentimiento es la aflicción. Nos sentimos afligidos por la pérdida del mundo que una vez conocimos, al tiempo que intentamos amoldarnos al súbito y sustancial cambio en nuestras vidas colectivas. En última instancia, se trata de un nombre para esta extraña combinación de vacío y temor. Estamos esperando a que aparezca el nuevo mundo y no tenemos ni idea de qué aspecto tendrá. Mientras tanto, el viejo mundo ha muerto y se le ha enterrado en el patio trasero sin ninguna ceremonia.

Tal vez, más que aflicción, deberíamos hablar de duelo. Este pequeño giro lingüístico podría arrojar cierta luz sobre los términos que describen mejor nuestro presente y nuestras costumbres colectivas. En el momento en que la tasa global de defunciones por el coronavirus alcanza los 370.000 casos —con más de 100.000 defunciones tan solo en los Estados Unidos—, no debemos perder de vista que dichas cifras están repartidas de forma desigual.

El duelo y la aflicción enfatizan la inclusividad: todos estamos igual, afligidos por la misma pérdida, y es sabido que Sigmund Freud contrasta el duelo con la melancolía. El duelo es el proceso natural de hacer frente a la pérdida, un proceso que esperamos superar más adelante. La melancolía es la absorción de la pérdida por parte del ego, del yo. Se diferencia del duelo en que es más profunda y permanente. Como veremos, Franz Kafka le dio forma literaria. Incluso más que el duelo, la melancolía conlleva una imaginería de exclusión. Freud argumenta que la melancolía arrastra con ella un desprecio hacia la valía del sujeto que la padece. En ello vemos algo de su carácter exclusivista: se trata de algo que me ocurre a mí, en la melancolía me distancio de un mundo que contrasta con mi estado depresivo. Podemos estar de duelo colectivamente, pero no estoy tan seguro de que podamos experimentar una melancolía colectiva.

II

No debo de ser el único que piensa en las obras de Kafka en estos tiempos inciertos. Es fácil reconocer, en medio de una acechante amenaza desconocida modelada por la voluntad de nuestros eruditos por lanzarnos a los pies de una economía invisible, aunque espantada —cuyas reglas siguen siendo incomprensibles para nosotros—, el mundo de El proceso o El castillo. En nuestro aislamiento y malestar vemos el mundo de La metamorfosis, en nuestro temor del mundo exterior oímos los ecos de La obra.

¿Por qué Kafka? Nosotros, como escritores y lectores, tenemos la responsabilidad de reflexionar cuidadosamente a través de esta incertidumbre. La invocación de Berinato sobre la aflicción es plausible, pero crea un falso sentido de que verdaderamente estamos todos en el mismo caso.

Si bien todos corremos el mismo riesgo de morir, este riesgo no es uniforme. La guadaña de la pandemia no siega de modo parejo. En nuestras apresuradas e irresponsables generalizaciones, podríamos ignorar este hecho. El tiempo transcurre de forma extraña para aquellos que vivimos encerrados en nuestras viviendas leyendo a Defoe o Camus, pero la esencia de ese tiempo es diferente para aquellos que se ven forzados a ir al trabajo, para aquellos que esperan noticias de los arrendadores y los cobradores de impuestos, para aquellos que están en lo que se conoce como primera línea.

Al recurrir a Kafka como fuente de reflexión sobre la actual pandemia, debemos mirar más allá de los evidentes sentimientos universales: miedo, oscuridad y temor. Debemos pensar en cómo está construido el mundo de Kafka. En el epicentro de El proceso y El castillo está el tema de la exclusión. Podríamos decir, para acercarlo a nuestro presente, que el tema es el de quedarse fuera. En el Libro de los pasajes, Walter Benjamin captura este tema de uno modo perspicaz cuando escribe:

“¿Por qué la mirada que se dirige a ventanas ajenas da siempre con una familia comiendo, o con un hombre solitario frente a una mesa, ocupado en enigmáticas nimiedades bajo la lámpara del techo? Una mirada así es el núcleo originario de la obra de Kafka.”

Nótese que el punto crítico es la mirada en sí misma. En este breve pasaje Benjamin ya realza el sentido de exclusión elaborado en las novelas de Kafka. Hay dos mundos, aislados el uno del otro. En la figura de quien mira hacia dentro podemos identificar al «protagonista» del mundo de Kafka. En El castillo, K. pretende desesperadamente entrar en el castillo, pero se le deniega a cada intento. Su incapacidad para acceder al castillo parece derivar de su exclusión de las normas sociales de la aldea que se halla a los pies de la colina del castillo. Los aldeanos parecen saber algo que K. ignora. No se le excluye tan solo del castillo, sino del mundo de los aldeanos. El ostracismo de K. se convierte en el tema dominante.

Para que algo sea exclusivo debe aplicarse a unos pero no a otros. Así pues, el horripilante carácter del mundo de Kafka no queda distribuido de modo uniforme, aunque esté completamente generalizado. Esto se puede comprobar en una de las primeras escenas de El castillo en la que K. intenta subir al castillo mientras batalla con la nieve:

“Se quedó asombrado por la longitud del pueblo que no conocía fin, una y otra vez se sucedían las casuchas con las ventanas cubiertas de hielo, la nieve y la soledad; finalmente se apartó de esa calle y le acogió una callejuela estrecha, con una capa de nieve aún más profunda, donde sólo podía avanzar con gran esfuerzo al hundírsele los pies en el manto blanco; el sudor comenzó a correr por su frente; de repente se detuvo y ya no pudo seguir.”

Poco después, K. se encuentra con Artur y Jeremías, los infames ayudantes. En exactamente el mismo contexto nevado en el que K. había estado luchando, Kafka describe a los ayudantes de este modo: «Para la condición en que se hallaba la calle avanzaban sorprendentemente deprisa, dando grandes zancadas rítmicas con sus piernas delgadas. […] Sólo se podía hablar con ellos a gritos, tan rápido caminaban y no se detenían». Las condiciones materiales no han cambiado. La calle sigue obstruida por la nieve. Sin embargo, de algún modo los ayudantes consiguen desplazarse con soltura. Pertenecen al pueblo y al castillo, pero K. no; son habitantes de ese mundo. El hecho de que K. sea ajeno al mundo en el que se encuentra es la fuente de todos sus problemas. En su ensayo sobre Kafka Benjamin identifica a los ayudantes como aquellos para quienes existe la esperanza en el mundo de Kafka. En cierto modo, Benjamin articula una consecuencia lógica del carácter exclusivista de ese mundo —hay quienes se mueven por él fácilmente, otros jamás lo conseguirán. Si K. es la figura que mira a través de la ventana, los ayudantes representan a la familia que está cenando y al hombre que vive en su oscuridad. Dentro y fuera del peligro. Ellos están encerrados y a salvo.

III

En un pasaje llamativamente similar al de Benjamin, Péter Nádas intenta definir la esencia de la melancolía. Dice:

“O imagine que se encuentra en una calle que le resulta extraña por hallarse en medio de una ciudad extranjera, completamente cubierta de nieve, y de pronto una ventana iluminada le obliga a parar; las finas cortinas están medio abiertas, y dentro, al calor, bajo la suave luz de una lámpara de pantalla, alguien está sentado en una habitación exquisitamente amueblada; no podría imaginarme una vida más perfecta en ningún otro lugar.”

Aquí Nádas sugiere que en el corazón de la melancolía también descansa un sentimiento de exclusión. De este modo coincide con el mundo de Kafka. Aunque la melancolía se suele asociar con una incapacidad para actuar, con una pérdida que no se consigue sobrellevar, también se le ha de sumar una cualidad exclusivista. Quizá en este sentido la exclusión converja con la pérdida: la exclusión del mundo es una pérdida del mundo. Así, leer a Kafka en tiempos de pandemia es percatarse del carácter exclusivista de nuestro momento actual, ver cómo modela el sentimiento dominante de nuestro tiempo.

Volviendo a Berinato y su invocación de la aflicción, deberíamos ser conscientes de que no consigue reconocer esta importante cualidad definitoria. Sugerir, como lo hace, que todos estamos de duelo significa implicar que esta situación pasará para todos nosotros. Para los que ya han fallecido, para los que forman parte de los registros y se ven forzados a protegerse con equipos de protección no adecuados, no se puede afirmar que esto pasará. Lo mismo se puede decir de aquellos repartidos por todo el mundo quienes, por injusticia social, política o económica, son susceptibles de padecer una inestabilidad permanente aunque sobrevivan al virus. Crece la sensación de que existe «un mundo» del que muchos se han visto excluidos y seguirán excluidos debido a oscuras y misteriosas razones. Si un mundo así tiene algún registro o carácter emocional, se trata de uno melancólico. Al contemplar en el interior las vidas seguras y tranquilas de aquellos que son capaces de liberarse de la carga de estos tiempos, los «de fuera» seguirán luchando, esperando alcanzar un regreso a la normalidad, a un tiempo donde formaban parte del mundo que conocían. Sin embargo, ese mundo ya está perdido para ellos.

Muchos de nosotros saldremos de esta pandemia más o menos intactos. Podemos disfrutar de unos hogares seguros donde podemos trabajar o estudiar, o tal vez ya hayamos regresado a casa de nuestros padres, o nos hayamos retirado al campo con la familia, ignorando que llevamos la plaga con nosotros. Leemos a Camus y Defoe y pensamos que esto también pasará. Sentimos una pérdida, pero la superaremos. Estamos de duelo. Creemos ser el protagonista; nos sentimos como K. sin acceso al castillo. En realidad, somos los ayudantes, pisando la nieve que se amontona en nuestro camino con relativamente poca dificultad mientras algunos pobres desgraciados, más allá de nuestro campo de visión, luchan contra un mundo que atravesamos sin esfuerzo. Quizá, si levantáramos la vista de nuestra mesa y echáramos un vistazo al otro lado de la ventana, podríamos ver esas figuras y dejarlas entrar, y pedirles que se unieran a nuestro mundo. Aunque las cosas no son tan simples: alguna ley misteriosa y oscura evita que hagamos precisamente eso. Estamos seguros y calientes en el interior. Mientras tanto, fuera el día llega a su fin y con cada minuto crecen la oscuridad y el frío.

* Duncan Stuart es un escritor australiano residente en Nueva York. Sus textos aparecen en 3:AM Magazine, Overland, Demos Journal y The Cleveland Review of Books. Puedes encontrarlo en twitter @DuncanAStuart.

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