martes, 21 de julio de 2020

La imagen de la mujer en la obra de Goya: Los desastres de la guerra (1810-1815)



Por Laura Gabás 

Siendo testigo de una España en profunda transformación, Goya experimentó situaciones diversas, aunque muchas de ellas contradictorias, más allá de su vida artística. A pesar de haber nacido de forma casual en Fuendetodos, es educado y criado en Zaragoza, ciudad en la que se forma con los hermanos Bayeu y realiza sus primeros encargos antes de instalarse en la corte madrileña. Allí es influenciado por los artistas más selectos y consigue una beca para completar sus estudios en Roma, por lo que es conocedor de una gran variedad de clases sociales y escenarios. Cuenta con un círculo de amistades formado por intelectuales ilustrados, nobles y artistas, todos ellos agentes protagonistas en la renovación del panorama artístico en la transición al siglo XIX.

En su obra, Goya plasma gran variedad de reacciones y actitudes irónicas, satíricas, sentimentales e ideológicas de un contexto político e ideológico floreciente, aunque convulso, siempre desde un singular enfoque crítico, tradicional y mundano. Su personalidad controvertida ha sido un rasgo muy atrayente para el público. En contra de conservadores y represivos, la superstición, la ignorancia y el engaño vicioso; y férreo defensor de la verdad, la libertad y la razón, elementos que suele representar habitualmente mediante la luz y otras metáforas iconográficas de sus valores morales.

Sin embargo, en 1808 comienza la Guerra de Independencia, conflicto en el que estallan al completo los planteamientos liberales y deja crueles secuelas de odio, venganza y sadismo en la población española. Aún habiendo vivido terribles experiencias y atravesado distintas crisis personales, por suerte, conserva la esperanza ilustrada del poder supremo de la razón, al contrario que su entorno, sus ideales e incluso él mismo. Son tiempos difíciles que algunos consideran como esenciales, ya que configuran la figura del genio que encarna Francisco de Goya, alguien que habita en un lugar sombrío, desventurado, caótico y lleno de pesadillas, terrores de los que conseguirá escapar al final de sus días en Burdeos.

Las mujeres que plasma en sus obras son muy variadas, ya sea por su situación social, edades, condiciones, profesiones, situaciones, actitudes y apariencias; pero lo realmente interesante es como Goya consigue trasladar al lienzo sus más recónditas, instintivas e inconscientes reacciones. Ellas se divierten, gozan y sufren, son víctimas de la crueldad bélica e, incluso, llegan a participar en ella. Proyectan los deseos e inquietudes del artista, quien idea una imagen compleja y ambigua, una invención que escapa de los convencionalismos de la época al escoger nuevos roles, independientes al género masculino, y espacios públicos en los que son las protagonistas. Su esencia liberal y renovadora lleva a Goya a identificar a la mujer con el Progreso, el Conocimiento, la Verdad y la Razón; valores nacidos en la Ilustración francesa y que son completamente contrarios a la represión social, a pesar de que sea esta nación quien inicie la Guerra de Independencia, o que Goya en ocasiones peque con prejuicios propios de la sociedad patriarcal de 1800. Sea como fuere, en este nuevo escenario bélico ellas deben actuar igual; ya no son el ángel del hogar: toman valor y protegen aquello que aman con más fuerza.

En cuanto a la serie de grabados de Los desastres de la guerra, realizados entre 1810 y 1815, cabe señalar que no fueron publicados en este marco temporal, sino tiempo después por la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en Madrid: concretamente en 1863, ya pasados treinta y cinco años de la muerte del maestro. Fue su nieto quien sacó a la luz las ochenta y dos planchas, los bocetos y diferentes muestras preparatorias de la serie; un conjunto rompedor de carácter narrativo costumbrista, ambiguo y puede que propagandístico, aunque ese sea un rasgo que nos ha privado conocer el tiempo. No muestran hitos o leyendas, tampoco retratan héroes guerreros o importantes batallas, motivo por el que todas sus escenas evaden alusiones temporales, espaciales y temporales; son ajenas, al completo, a una identificación y solo pretenden trasmitir un mensaje muy claro: la crueldad de la guerra. Su lenguaje violento muestra a las víctimas en los escenarios inimaginables; imágenes durísimas que impactan en la retina del espectador, acostumbrado a la belleza clásica, sin necesidad de que este sea letrado. Rasgos formales como el contraste cromático, fruto de la técnica gráfica del aguafuerte, su dibujo rápido y la composición de las figuras bien configurada, son algunas herramientas del artista para plasmar sus recuerdos o imaginaciones, no lo sabemos. El hambre, el dolor, el sufrimiento, la violencia y la muerte son los protagonistas de las escenas ante las que los personajes se rinden, ya sean españoles o napoleónicos. Cabe señalar, además, la singularidad de los últimos catorce grabados, los denominados Caprichos enfáticos. Estos son una continuación de la serie Los caprichos y su contenido es más satírico, metafórico y rocambolesco. Enmarcados en el género belicista, son un conjunto sin precedentes y que no será continuado hasta llegado el siglo XX con los grandes conflictos de la Primera y Segunda Guerra Mundial, en una nueva variedad de formatos: la pintura, la fotografía, el cine o el cartel propagandístico.


La primera tipología, la mujer real, comprende veintiséis de los treinta y dos grabados seleccionados, donde todas ellas son reflejadas en situaciones y actitudes cotidianas, aunque estas se den en un contexto bélico. Son pasivas ante la violencia que acontecen, cumplen sus tareas y funciones habituales del género femenino; por lo que, de nuevo, pueden ser clasificadas entre sí. Atendiendo al grado de implicación en la acción o la gravedad de la violencia que presencian, podemos distinguir mujeres ejecutadas o muertas; siendo violadas por soldados; defendiéndose de forma desesperada; pidiendo clemencia al enemigo, huyendo de él; realizando distintos actos de caridad; o siendo una simple espectadora de las escenas que acontecen, dentro de las cuales hay algunas que son caracterizadas como de la alta nobleza. Están asustadas, horrorizadas y en llanto desesperado; y pueden ser reconocidas gracias al atuendo de maja con el que Goya las caracteriza y que, por lo general, va unido a una frondosa melena negra trazada enérgicamente. Son la imagen más pura y realista de las consecuencias de la guerra, las cuales atacan de forma universal sin atender a géneros, edades o clases sociales.

En segundo lugar, analizamos a la mujer emprendedora, un personaje impactante y fiero que compone Goya de forma pionera en la historia del arte. Es muy complicado encontrar imágenes de mujeres autoritarias y libres de connotaciones sociales siendo humanas y cotidianas, ya que, en gran parte de los casos, esta actitud superior o poder es justificado por los temas mitológicos, imaginarios o alegóricos.

En la memoria de cualquier mínimo conocedor del arte se puede encontrar La libertad guiando al pueblo de Delacroix; obra que, a pesar de haber establecido el icono de mujer empoderada, no nos es válida para nuestro estudio al ser posterior a Goya (1830). Por eso, debemos bucear en los fondos museísticos de variadas pinacotecas para poder conocer alguna posible influencia que pudiera despertar el interés de nuestro autor por alzar al género femenino. Alguna de ellas podría ser La matanza de los inocentes, de Rubens (1612), el primero en mostrar a las madres luchando contra los soldados de forma desesperada y no lamentándose por sus hijos; o a Luca Giordano (1663), que siguió la muestra del primero. Otro ejemplo, mucho más interesante, podría ser Combate de mujeres (1636), lienzo de Ribera en el que las protagonistas son dos damas armadas combatiendo por el amor de Fabio de Zerezotla, aunque también cabe la posibilidad de que representaran dos regiones enfrentadas políticamente.

Las tres escapan de la mujer común, ya que son ellas quienes toman ahora las armas y se enfrentan con valor a su enemigo; una iconografía en la que el género femenino es considerado como no apto hasta las revoluciones liberales, momento en que ya adquieren una mayor visibilidad estas guerreras. Gracias al realismo estilístico de Goya, son plasmadas en un ambiente popular y cotidiano, ya sea siendo violadas y torturadas o ajusticiando a su enemigo, en todo tipo de terribles experiencias. Ya no son meras observadoras o personajes pasivos en una lucha de hombres y caballeros; la guerra es mucho más y no ha sido mostrada de forma fidedigna hasta el momento. Además, cabe señalar algunas obras de la propia producción pictórica de nuestro artista, como son los retratos a la Duquesa de Alba o La aguadora, imágenes de mujeres firmes y autoritarias, capaces de inspirar su verdadero poder.

Otro elemento interesante en los grabados de Goya son los títulos alusivos a esa fuerza y valentía a la hora de enfrentarse a los soldados, tales como Las mujeres dan valor, Y son fieras, ¡Qué Valor! o Y no quieren, perfectos para resumir la actitud heroica de estas guerreras desconocidas e irreconocibles. Esto se debe a que Goya pretende crear imágenes para el género femenino en su conjunto, no para un personaje en concreto como pudiera ser Agustina de Aragón.


Por último, la alegoría, quien aparece en cuatro de los grabados. Todas ellas presentan un denominador común: la representación de los valores ilustrados encarnados en la figura femenina, como la Verdad, la Razón, la Constitución o la Justicia, y, además, con una apariencia similar. Goya toma el modelo clásico de matrona romana para vestir a sus damas; las largas melenas negras españolas de sus majas se funden en las túnicas blancas entre las que se puede ver algún pecho descubierto, coronadas y en actitud serena e impenetrable. Este aspecto es homogeneizado con el de campesina; no busca para ellas una imagen inmaculada y arreglada, sino real y cercana a los hechos acontecidos. Goya ya había realizado en su etapa de juventud obras clásicas donde aparecen alegorías academicistas, siguiendo las pautas renacentistas dictadas por Cesare Ripa (1593), como en La Verdad, la Historia y el Tiempo o La industria y La poesía. No es hasta que se mantiene su distancia de la Corte y contempla una mayor libertad artística y creativa, que inicia su producción más pura y cercana a sus ideales en relación con la mujer.

En las cuatro estampas seleccionadas, Goya ha creado los escenarios perfectos para enmarcar a la Razón horrorizada huyendo y atacada por una jauría de soldados enemigos y anti constitucionalistas (nº 56); a la Constitución difunta y rodeada por una horda de personajes oscuros esperando a su entierro y entre los que encontramos a la Justicia destrozada en su lamento y rendida (nº 79). Son escenas fatalistas que muestran lo peor de la guerra, un episodio que tira por tierra todos los esfuerzos liberales por sacar adelante un gobierno anclado en la monarquía absoluta. Pero, como indica Goya en la estampa nº 80, ¿Y si resucitara?, todavía queda esperanza: las fuerzas francesas no han conseguido apagar la pasión liberal; aún conservan la esperanza en Fernando VII, su rey legítimo. Por eso, el artista crea una estampa muy similar a la nº 79, pero, en esta ocasión, el cuerpo difunto de la Razón o la Constitución, se incorpora muy lentamente y emana una luz cegadora para sus verdugos. Por último, encontramos a la Agricultura acogiendo a un campesino exhausto, una escena con la que Goya alude a las reformas y medidas acometidas por el Gobierno en la crisis de posguerra que sufría la población española en 1815. Esta es la composición más convencional, pero no por ello menos interesante, ya que con ella cierra una serie fatalista y derrotista con una imagen de esperanza y confianza en el futuro.

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