miércoles, 29 de julio de 2020

Gracias Compañeras



Por Melissa Cardoza

La revuelta que ha provocado el texto puesto en las redes sociales por Alexa Mar, dolido y terrible que señala a un hombre que abusó de ella y la cascada de denuncias que ha desatado, me provoca abordar, una vez más, desde otro lado lo que a mí me significó vivir y sobrevivir a las agresiones machistas. Me impresiona la valentía con que Alexa expone su experiencia, su herida, su rabia y hago homenaje, y te agradezco infinitamente compañera por lo que significa esta acción en los caminos feministas que no se detienen, a pesar de la pandemia del machismo.

Una agresión machista es una huella que queda impresa en la vida, no es cualquier cosa, y aunque se destiñe su poder, con los procesos y el tiempo, vuelve a asomarse cuando otras denuncian. Denunciar tiene el poder en la palabra que se dice, es ya un acto de justicia que nos hacemos a nosotras misma. La palabra rompe la impunidad del agresor aún cuando toda la maquinaria de la complicidad se haga presente. La palabra da a las mujeres el lugar que se merecen, y que las acciones violentas no les han podido quitar. Las dignifica ante la brutalidad de los agresores que cuando son de izquierda suelen ser cualquiera que se acostumbró a vivir doble vida, justos, nobles, simpáticos y luchadores ante las demás personas, de tal manera que logran seducir a mucha gente. Sus actos violentos, que al fin son los que les retratan mejor, son mediocres, cobardes, pero bien calculados, los realizan en la penumbra, en el espacio donde no son vistos, en el anonimato y la truculencia, cuidándose de no ser sorprendidos, por eso cuesta desenmascararlos.

Del otro lado las mujeres que hemos vivido agresión tenemos mucha necesidad de respaldo, de apoyo, de ser creídas y acompañadas. Después del alivio que provoca hablar, hay una sensación de riesgo muy grande, pues se sabe que habrá una respuesta y que no será sencillo enfrentarla, porque va la vida en ello, sobre todo en un país donde matar mujeres ni siquiera es mal visto por la cultura. Desde esa urgencia demandamos acompañamiento a nuestras cercanas y a veces a otras y a otros. Hay quienes pueden y deciden hacerlo, otras no. Y es justamente en ese círculo de quienes pueden y quieren en ese momento y lugar donde crece la potencia para seguir adelante.

Quisiera decirles con respeto a las compañeras, como Alexa, y otras que han decidido denunciar que ayuda mucho centrar la energía en esa red de solidaridad que se despliega poco a poco, y no enfocarse en las que harán comparsa a los agresores. En mi propia experiencia fueron un montón de mujeres que en distintos momentos y espacios me acompañaron a transformar e integrar esa experiencia en mi biografía feminista. Y eso, es justicia.Hace unos días Luna Flores me preguntó si creía en la sororidad, palabra fea para mi gusto, pero con intenciones constructivas. Confío en los actos que dan sentido a las palabras y sí, pienso que la amistad y complicidad profunda entre mujeres es posible, pero también sé cuánto cuesta, y cómo está cruzada por experiencias vitales, y proyectos políticos que no son de escalas estatales sino de las políticas de la cotidianidad que permiten buscar las maneras de respetarnos, aunque tanto nos han enseñado el maltrato. También sé que estas complicidades pueden cambiar e incluso terminarse sin drama ni rencores, a veces, siempre con duelo.
En los espacios feministas no todo es como quisiéramos, y cuando la violencia se instala en la vida personal alcanza a las otras, hay reacciones y respuestas que nos sorprenden o desencantan, a veces inexplicables. Es un deseo muy grande pensarnos en esta hermandad, complicidad, alianza escogida y abierta en flor, una urgencia vital ante tanta desgracia patriarcal y vale la pena caminar esa ruta intentando construirla, pero no darla por hecho, ni esencializarla como tanto pasa en los feminismos.

La amistad es un acto político, como tantos lo son. Una trama intencionada y cálida que todas necesitamos y que hace que vivir sea posible y divertido, sencillo, grato y a la que dedicamos mucha energía. El espacio feminista no siempre es nuestro lugar de la amistad, a veces coincidimos ahí, pero a veces no; y aunque suene tan obvio hay algo muy difícil de procesar en la idea de que para ser parte de proyectos comunes no somos todas amigas, ni deberíamos, aunque quisiéramos.

Muchas veces se impone este anhelo sororario con la negación de las discusiones y debates que se necesitan para complejizar la mirada feminista porque siendo un movimiento político se requiere. Nos sentimos amenazadas cuando nos interpelan, cuando se ponen temas que pudieran provocar o nombrar rupturas, distancias; tenemos miedo que nos duela, ya dolidas como estamos. Lo que sin duda es cierto es que los feminismos crecen en comunidades de mujeres donde hay pactos, conflictos y heridas, y pocas veces, creo yo, debates maduros y asertivos con una voluntad muy grande de un andar común. La orfandad que caracteriza nuestras experiencias políticas hace mella, la demanda de mantenernos juntas a cualquier costo es una expresión de esta carencia, y ésta es una reflexión que escuché hace mucho de Margarita Pisano y me parece muy vigente.
Hemos hecho como hemos podido, y hemos hecho muchísimo. A las compañeras que hoy se ponen al frente de las agresiones patriarcales, como otras antes y después, para denunciar y exigir justicia en sus colectivos mixtos, quiero volver a decirles Gracias porque han dado un paso más en nuestros históricos intentos, muy firme y esperanzador para que la normalidad nunca más vuelva a nuestras vidas, y que la sororidad tenga sentido y razón.

Voy a aprovechar para agradecer a quienes el año 2013, cuando tuve que salir de La Esperanza estuvieron conmigo en esos actos de hermandad. Yessica Trinidad, Lorena Zelaya con quienes compartimos una noche que dividió nuestras vidas en un antes y después pero no pudo separar nuestra amistad y lucha por la justicia antipatriarcal. Agradecer con cariño a Karla Lara porque siempre estuvo cerca y solidaria. A Miriam Suazo, bruja y certera, quien me ha adoptado como hermana. A Maritza Paredes y Carolina Sierra porque en el momento en que me sentí perdida me acogieron y me ayudaron a escribir y no perder la memoria de los acontecimientos con mucha delicadeza. Agradecer a Gilda Rivera, porque no dudó en poner a disposición la logística de CDM para que pudiera salir de La Esperanza con seguridad y cuidado, en ese desarraigo tan fuerte. A mi hermana Albita, también amenazada por el filo de la violencia, a quien me une la vida. A Nelly del Cid, que siempre está, a Claudia Korol, reflexiva y pensadora del amor y la política. A Miriam Miranda y su fuerza llena de sentidos. A Mirta Kennedy, y Eva Urbina con quien siempre comparto un hogar.

Agradecer a otras compañeras feministas que estuvieron todo lo que pudieron en los momentos que pudieron. Es cierto que cuando una se siente en riesgo quisiera que todas las que considera sus cercanas estén pendientes, alertas, y luego una entiende que a veces no se puede, y que una misma no logra hacerlo con otras. No es en el pedirnos cuentas que está la voluntad de crear fuerza, sino en el construir las confianzas, árdua tarea, nunca lineal y siempre a prueba. Con muchas de las que menciono en este texto ya no tengo construcciones ni cercanías, pero fueron cruciales en el momento necesario y siempre tendrán un espacio en mi corazón.
Gracias a Daysi Flores y a Reyna Cálix, también con un hogar cálido que me acogió muchas veces. A Jessica Isla quien me dio un sitio en su casa, su familia y su mesa para contar una y otra vez las mismas cosas y dialogar explicaciones necesarias. A María Elena Méndez quien en su casa me develó el continuum de esta violencia patriarcal de una izquierda histórica que a la luz hace discursos de justicia y paz, pero usa la noche, el anonimato y la mentira para acosar, violar, amenazar y abusar de su poder.

A muchas otras fuera de este país que me llenaron de solidaridad y fuerza, Ana, Mónica, Larraitz, Francesca, Ochy, Marta, Sabine y muchas más que me faltarán, y con quienes me disculpo anticipadamente. Y gracias a Berta, porque compartí el despliegue de la violencia patriarcal en aquella noche de marzo no logró separarnos y aislarla, como era la intención del agresor cuya pequeñez nunca pudo ni podrá alcanzar la grandeza de Berta, ni la de ninguna de las que estamos del lado de esta ética feminista anclada en la justicia, la belleza y la fuerza colectiva

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