viernes, 31 de julio de 2020

El antirracismo en Latinoamérica es un frente comunitario, diverso y disperso


Por Juan Montaño Escobar 

Mural antirracista, Oakland, California -foto de Bill Hackwell

«Las vidas negras importan»; aquellas de George Floyd, Tamir Rice, Eric Garner, Michael Brown (EE.UU.); aquellas de Marielle Franco, Ágatha Felix, Alexandre da Silva (Brasil); aquella de Andrés Padilla (Ecuador). Ya no quedan ánimas solas y adoloridas por las injusticias de los gobiernos racistas.

Babaíla[1]

Estas breves líneas están dedicadas a la memoria de

Pete ‘El Conde’ Rodríguez, salsero antirracista.

Por la calle encendida se escucha un tambor sonar[2]

            Algo se ha logrado, menos de aquello que era deseable para el antirracismo activo y pasivo de las Américas, aquel de antes y este de ahora, pero aun así es demasiado para los actuales herederos del colonialismo europeo. Mucho con demasiado de la riqueza nacional para su clase, incluyendo ventajas exclusivas. Los enriquecidos tienen color y los empobrecidos también. Color racial. Ahí está, a menos de un jeme de nuestras narices, aconsejando con frases endulzadas con el azúcar impalpable de la academia eurocéntrica: “esto no es de negros contra blancos”; “el racista eres tú”; “todos somos humanos”. El afroproletariado mira pa’un lado y mira pa’otro, la salvación no viene de la derecha ni de la izquierda. Ni siquiera un chininín de razones arcaicas (con algún punto de validez) para estas esquinas palenqueras (o quilombolas) que tienen las prisas de la emergencia social, porque la política está boqueando algún mal del entendimiento. Y los sustos colectivos por el Covid-19. El hermano se siente apabullado por el borbotón fraseológico y unas dudas canallas le hacen mala cancha al tándem: fe y optimismo. Materiales jamás despreciables en territorios de hambre y necesidad, porque la rebambaramba va por dentro. Muy adentro como por el manigual de la esperanza. La esperanza es lo último que se pierde solían energizarnos la comunidad de mayores y hasta ahora lo creemos, porque nuestra negritud americana está aquí, en pelotas, casi la totalidad: fútbol, básquet, pocos en el tenis e individualidades en otros deportes.

            El racismo marca canchas en las polis y preserva zonas para vidas apenas necesarias. Escasamente necesarias. Achille Mbembe fue más directo: necropolítica. Los Estados americanos definen cuáles son las que importan.  Y aquellas de sino triste. Las hermanas cimarronas Opal Tometi, Patrisse Cullors y Alicia Garza, le dieron la vuelta a la (necro) historia para convertirla en (bio) Historia: Black Lives Matters. Ese axê  termina por empezar otros principios existenciales, para las comunidades negras de allá y de acá: “El camino que nos trajo a estas tierras donde ahora vivimos, no es el camino de andar y apropiar el mundo por la ambición de colonizar, ni por el orgullo de conquistar. Llegamos a vivir aquí en estas tierras donde ahora somos el pueblo afroecuatoriano (o los Pueblos de Afro América, JME) siguiendo el camino de la injusticia, de la dispersión obligada que para nuestro pueblo significó la diáspora africana por las tierras de América”[3].

Estas son las notas de su tambor[4]

            ¿A ti te importan nuestras vidas? ¿O solo somos un espectáculo de la historia? Si nuestra presencia es solo espectáculo antropológico estereotipado, entonces, nuestra preocupación para la sociedad dominante americana está en la obligatoria ausencia espacial, por ejemplo, en las ciudades. Ocurre en Guayaquil o en Nueva York, en París o en Sâo Paolo. La gentrificación es racial, al menos por acá, por las Américas. El racismo no se esclerotiza advertía Frantz Fanon. No es ninguna enfermedad del alma, faltaba más, es la verdadera funcionalidad ideológica para sacralizar los privilegios de la burguesía sin importar su tamaño, características o nacionalidad. Porque “le ha sido preciso renovarse, matizarse, cambiar de fisonomía”[5]. También acomodar sus narrativas en los sistemas de comunicación para culpar a la víctima de su marginalidad o su mala suerte, apelar a la misericordia idiota para para perpetuar el empobrecimiento por apocamiento intelectual. O sea “le ha sido preciso experimentar la suerte del conjunto cultural que lo informaba”[6]. El antirracismo de Latinoamérica es un amplio frente comunitario, diverso y disperso en sus voces y en sus pieles, democrático desde la raíz y socialmente justo en sus propósitos. Pero disperso, insisto. Aún. Es la causa mayor por la que fracasa el movimiento anticapitalista de las izquierdas. No hay racismo sin capitalismo. A ver si entiende la tendencia aliada. O prefiere la comodidad de sus dogmas cuasi religiosos.

            Frase dura si las hay: la policía racista estadounidense asesinó al negro equivocado. A George Perry Floyd, Jr. Esta y otras policías americanas habían matado a otras personas negras. Dolor y rabia a partes iguales conmovieron a las familias de Casa Adentro y Casa Afuera, calentaron la sangre chiquitita y la sangre extendida. Pero hasta ahí nomás. El 25 de mayo del 2020, se renunció a la complicidad subliminal con los criminales asalariados, dizque para la seguridad de la ciudadanía. Eso se creía. Al fin se ciudadanizó la decencia en voz alta, fuerte y clara. Y se internacionalizó en lo más profundo del anonimato solidario. ¡Decorosos de todos los países, uníos! Y se unieron. El hashtag, rabiando por las vidas, ganó calle y se encarnó en millones de personas comprometidas con las tres palabras (Black Lives Matter), en muchas ciudades del planeta. Las Vidas Negras Importan. Aquellas de George Floyd, Tamir Rice, Eric Garner, Michael Brown (EE UU). Aquellas de Marielle Franco, Ágatha Felix, Alexandre da Silva (Brasil). Aquella de Andrés Padilla (Ecuador). Ya no quedan ánimas solas y adoloridas por las injusticias de los gobiernos racistas. Hasta el antirracismo descafeinado rompe la modorra de la sospecha primero y la discreción indolente después. Entendieron la convocatoria de Patrisse, Opal y Alicia.

Como negra que es mi raza

Así de negro soy yo[7]

            Parafraseando la juventud territorial urbana: ¡lo que es con aquellos es con nosotros! O aquello que es con las vidas negras de allá también es con las nuestras. Con todas las vidas y sus colores bondadosos. No es críptico, al revés, es real y directo al entendimiento de la sociedad dominante. Se cancela para siempre la clasificación racial de las vidas y habrá que impedirlo, en las calles, con murales, con una rodilla en el suelo y el puño en alto. O con la necedad esplendorosa del arco iris. Está en nuestras cortas o largas militancias antirracistas. O dejamos que las formalidades partidarias, de esta u otra tendencia, impongan límites precisos a nuestra resistencia y por eso cada nación oprimida (por la raza, el género o la religión) se radicaliza en la sección indispensable de su opresión. Las opresiones son transseccionales, por eso ‘tú problema es mi problema’ y ‘tu bandera muy bien podría ser la mía’. Si no se entiende los camajanes del Estado-plantación triunfan.

            Algo está cambiando con la pandemia y con las respuestas intergrupales a los asesinatos policiales. Es como un tiempo de afirmaciones radicales, de solidaridad aparentemente espontánea. ¿Serán sostenibles las acciones solidarias? Para que no se extingan deberíamos aprender, quemando suela de zapato en cualquier calle del mundo, la interseccionalidad cimarrona emancipadora. Nuestra resistencia no solo la compartiremos con aquellos que vayan en la misma dirección de nuestro viento, sino también con quienes empiezan con sus brisas prometedoras o ya programaron sus ventarrones. Si la opresión es transseccional se responde con la resistencia interseccional.       

            Uno de estos domingos de centena (por acá, en Esmeraldas, Ecuador, ya tenemos más de cien días de encierro), de esas jornadas de libro y café, cabe preguntarse: ¿cómo se mezclan democracia y racismo en la razón? Es una democracia envenenada. ¿Hay alguna explicación? Es fácil si se observa con cierta atención, valga el ejercicio irreal y de destiempo, imaginemos un bus hipotético: si no te bajan, te mandan a los asientos de muy atrás, te cobran el pasaje con recargo racial o simplemente no hay traslado porque no hay lugar. Esa es la analogía recordando a Rosa Parks. Y es válido para el norte, centro y sur americanos. Aun para sus partidos políticos, de izquierda y derecha; no hay el tal centro. ¡No sé si hay un verdadero partido antirracista en América! Algunos de sus líderes, mujeres y hombres, no necesitan santiguarse, pero a las estructuras partidarias les hace falta un Black Lives Matter. Por estos días leo con atención el desafío planteado por Julio César Guanche, para Cuba, en este espacio de Rebelion.

            Curiosidad. Y no solo intelectual: ¿en qué momento las izquierdas convirtieron el antirracismo en accesorio discursivo? Pero, ¿es realmente un accesorio discursivo? Uno tiene sus grandes dudas por la experiencia progresista en las Américas. Dudas razonables: a veces sí a veces no. Y también ni eso.

Con el embrujo de tu tambor
Siente el mundo tanta emoción[8]

            Si la democracia se pudiera cuantificar hasta alcanzar cierto volumen de igualdad, uno de sus niveles óptimos sería el antirracismo activo. Práctico y verificable. ¡Y cómo joden los presidentes hablando de democracia mientras las instituciones estatales son racistas! ¿Hay alguna excepción? Si la hay que los orishas la vean y bendigan. En el Norte “revuelto y brutal”, para su policía es Non-Black Lives Matter, por el sur se matiza. O más preciso ese Non-Black Matter Lives les corresponde a los ministerios de educación, en ellos y con ellos ocurren losasesinatos epistemológicos, la negación ontológica de las comunidades negras en los programas de educación pública. Ninguno tiene sanciones, a pesar de los mandatos de algunas constituciones, por ejemplo, la ecuatoriana y nuestras constantes exigencias. El fariseísmo del Estado-plantación es política pública clasificable como mata diversidades.  

            La sociedad racista dominante modifica sus estrategias ontológicas y epistemológicas para que pueblos y naciones oprimidas transiten por el limbo interminable de sus anhelos, si aquellas no prosperan se devuelve al clásico Estado-plantación. Aconteció antes y se repite en estos años en las Américas. El concepto plantación  define extracción material e intelectual, fatiga popular y desencanto, ruina moral en los movimientos sociales, desmerecimientos inducidos e impuestos por las derechas más reaccionarias y aniquilación de las comunidades negras y pérdida de su territorialidad. A veces las malas acciones son a la humanidad física y con más frecuencia es a la subjetividad.

            Humanidad es solo una denominación de un remoto distinto y jamás parecido a quien la pronuncia. ¿Querían otra definición de racismo? Las existencias negras solo importan si los componentes infinitos de esas existencias no tienen propietarios por dominios seculares acumulados y convertidos en privilegios legales, por despojo brutal durante el colonialismo europeo o en el postcolonialismo republicano. La sociedad dominante tiene en su inventario de poderes religión, educación, ejército e historia para construir y afinar sus privilegios raciales. Nuestra lucha es por la importancia consciente de existir. Así nos importamos, así nos merecemos. En nuestra finitudes.   

 Sonero nunca olvides tu son sonero[9]  

            La modernidad es una pelota de trapo. La cancha de tierra batida o el potrero fueron palenques o quilombos de la resistencia anticolonialista con artefactos que se obtuvieron de la memoria hija de la oralidad pluriversal. Y de la perseverancia cimarrona aprendida en la cotidianidad familiar y comunitaria. Además hoy se pronuncian con respeto ciertos nombres venidos de la casa de enfrente, del barrio nombrado para la historia, de otros vecindarios, de otras realidades no por lejanas dejan de ser próximas. Alberto Spencer (+), Samuel Eto’o, Didier Drogbá, Lilian Thuram y muchos más. Por sus nombres se recuerda que hay un mundo tercero en ese orden de no aceptación, porque quien clasifica a la humanidad la envenena de racismo. Es el balón y es la música que agigantan al afropoletariado de las Américas, de África o de las barriadas europeas. O con las travesuras maravillosas de los tambores, el engatusamiento de los teclados, los soplidos a las sonoras cachimbas de cobre o el rasgueo de alambres prodigiosos. En Ecuador hay quien pretende abochornarnos con eso que somos ‘marimba y fútbol’. Inepcia atrevida y fervoroso racismo. Sin embargo, perdiendo ganamos. “Once tipos rubios jugando por las selecciones nacionales de fútbol y centenares de miles de estudiantes negros, mujeres y hombres, en las universidades americanas”. I have a dream  de Ulises de la Cruz.

            En el origen del racismo está la tecnología[10] para la opresión de pequeños grupos a ciertas mayorías de la humanidad. Cada centímetro cúbico epidérmico tenía (o tiene) tal valor que hasta cambiaba su color habitual por otro inventado a satisfacción cultural. Cinco siglos después eso es lo que hay: el bienestar es para un segmento de la humanidad que se nombró con una marca de superioridad. Es mentira que la humanidad es proclive al racismo y es mentira que el racismo está en la genética social de los pueblos. La vida (biológica, social y religiosa) se organizó para que desde ese mismo momento la desigualdad fuera el lenguaje del desentendimiento de unos

 Para oprimir a otros. En ese cachumbambé quién quiere estar con los del otro lado de la raya, sobre todo si se ideologiza su existencia hacia la insignificancia. El racismo fue una invención europea del siglo XV, para convencer a sus pueblos de la exclusividad divina de sus élites, los linajes disímiles y superiores de sus poblaciones y no falló: se exportó riqueza a Europa blanqueando huesos de negros. El antirracismo es lírica combativa, cantada y necesaria; pero también debe comprender mejor la genealogía de aquello que enfrenta. “El racismo, lo hemos visto, no es más que un elemento de un conjunto más vasto: el de la opresión sistemática de un pueblo. ¿Cómo se comporta un pueblo que oprime?”[11]. De ahí la serie infinita de tópicos típicos. Y para que los procesos emancipatorios antirracistas se compliquen hasta pequeñas o medianas luchas de falsos contrarios mejoraron la tecnología para la inferiorización: mujeres (negras, indígenas), procedencia (África, América latina), sexualidad (gay, lesbiana y demás), religión (cultos indígenas, cultos afroamericanos). Así van las invenciones.       

Notas:  

[1] Babaíla, letra de Pete ‘El Conde’ Rodríguez. (Juan Rodríguez Ferrer, 1933-2000).

[2] Verso tomado de la canción Catalina la O, interpretada por Pete ‘El Conde’ Rodríguez.

[3] Pensar sembrando/Sembrar pensando con el Abuelo Zenón, Juan García Salazar y Catherine Walsh, Universidad Andina Simón Bolívar, Sede Ecuador y Ediciones Abya Yala, 2017, p.50.

[4] Verso tomado de la canción Catalina La O.

[5] Raza y cultura, Frantz Fanon, p. 38.

[6] Ibídem.

[7] Versos de la canción Soy la ley, de Pete ‘El Conde’ Rodríguez.

[8] Versos de la canción Catalina La O.

[9] Verso de la canción Sonero, cantada por Pete ‘El Conde’ Rodríguez..

[10] Conjunto de conocimientos y técnicas aplicados para obtener un producto.

[11] Racismo y cultura. Texto de la intervención de Frantz Fanon en el Primer Congreso de Escritores y Artistas Negros en París, septiembre de 1956. Fue publicado en el número especial dePrésence Africaine, junio-diciembre de 1956.

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