miércoles, 13 de noviembre de 2019

Lecciones que nos dejan las movilizaciones que impugnan la ofensiva capitalista en Nuestramérica


Rebelión

Por Julio C. Gambina

Acaba de realizarse la elección en Bolivia y estamos a pocas horas de las que se realizan en Argentina y en Uruguay. En los tres casos no da lo mismo uno que otro resultado. La confirmación de un triunfo en primera vuelta de Evo Morales habilita la continuidad y profundización de un rumbo de cambio político en contra de la lógica hegemónica de la ofensiva capitalista a escala mundial. El conteo provisorio confirma el triunfo oficialista en primera vuelta y da para pensar en un tiempo de aliento a la economía comunitaria para el vivir bien. El triunfo del Frente Amplio en Uruguay y la derrota de Macri en Argentina pueden potenciar una articulación regional objetada por la promoción de la “liberalización” sostenida hasta ahora por los gobiernos de Brasil, Argentina, Paraguay y Chile. Bolsonaro amenaza con excluir a la Argentina del Mercosur si no continúa el macrismo en el gobierno.
Por ello es que no sorprende la asociación entre la oposición boliviana y la OEA, o sea, EEUU, quienes pretenden sobrepasar el límite de la legalidad nacional boliviana para convocar a una segunda vuelta electoral, desafiar el rumbo actual de Bolivia y encaminar al país junto a los impugnados regímenes de derecha de la región. No sorprende que ahora la intelectualidad funcional al poder acuse a Bolivia como la nueva dictadura y estigmaticen como lo hacen con Venezuela. Lo de impugnado remite en estas horas a la situación chilena. Luego de casi medio siglo de golpe pinochetista e inauguración de las políticas “neoliberales” en el mundo, y a 30 años de la constitución heredada de la dictadura genocida, el pueblo chileno ganó las calles con sus protestas. Hay paro de 48 horas convocado por el movimiento obrero, en confluencia con las luchas de los estudiantes y pobladores. El conjunto de la protesta social constituye un episodio de acumulación gestado en pocos días, que recupera una histórica gesta de luchas protagonizadas por millones.

Todo se disparó con un aumento del boleto del subterráneo en Santiago de Chile y la inmediata impugnación estudiantil, quienes decidieron saltar los molinetes para no pagar y demostrar el descontento. La actitud fue masiva y la represión fue la respuesta gubernamental, lo que motivó la indignación social ampliada y la protesta se transformó en pueblada. El gobierno respondió con el Decreto del “estado de emergencia” y con ello, escaló la represión. A la memoria social retornó la Dictadura pinochetista, con miles de policías, gendarmes y militares reprimiendo con saña. Muertos, heridos y detenidos es el saldo, más el toque de queda que se extendió a varios territorios, ya no solo la capital chilena.

Chile, el modelo exitoso

Es curioso destacar que, en el último debate presidencial en la Argentina (20/10/2019), con la movilización chilena como noticia principal en todos los medios, hubo quien, desde el liberalismo ortodoxo, resaltara el ejemplo del modelo trasandino. Paradigma emblemático del liberalismo contemporáneo (neoliberalismo) que hoy está siendo rechazado ampliamente por la movilización social.

¿A qué se debe que Chile sea considerado exitoso? Chile es el territorio de facilitación de ganancias para el capital más concentrado, de ampliación de tratados de libre comercio; con bajos salarios y deterioro deliberado de la respuesta sindical y popular. Es el modelo a seguir para la ofensiva capitalista, que, además, empezó como “neoliberalismo” en Chile de 1973, algo que se extendió a la Dictaduras del Cono Sur. Solo luego de ese éxito a costa de la calidad de vida de la población, el neoliberalismo desembarcó en Inglaterra y EEUU, con Thatcher en 1979 y Reagan en 1980. Ahora ya son política hegemónica más allá de la desaceleración y crisis de la economía mundial.

Las protestas en Chile fueron más allá que el aumento del transporte y se extiende a la ofensiva capitalista contra los ingresos populares: los trabajadores/as; jubilados/as y los perceptores de ingresos derivados de la política social. Una parte considerable de la población se cansó y salió a la calle para intervenir en la fijación de la política. No solo deciden los “mercados”, también lo hace la población movilizada. Resulta muy interesante concentrarse en las lecciones que vienen desde Chile; como hace muy poco seguimos atentamente el levantamiento indígena y popular en Ecuador contra el aumento del combustible y el acuerdo del ajuste fiscal con el FMI.

En ambos casos, Chile y Ecuador, la movilización popular frenó la medida de aumentos e impuso a las autoridades la convocatoria al “dialogo”, aun cuando se mantuvo el despliegue represivo. Un diálogo amañado con los socios del poder y que desafía a resolver si se está del lado de la institucionalidad anti popular o del de la impugnación de la movilización social. Tanto en Ecuador como en Chile se sabe que al dialogo hay que llegar y abonarlo con organización y conciencia movilizada sino se quiere avanzar con las artimañas del poder para hacer realidad el ajuste en contra de la mayoría empobrecida de la sociedad. Al mismo tiempo, el pueblo de Haití, el más empobrecido de toda la región, se levantó en estos días en la demanda por la renuncia del antipopular gobierno.

Chile, Ecuador y Haití muestran el cansancio de los pueblos a las políticas hegemónicas, liberalizadoras (neoliberales), de ajuste perpetuo en sintonía con la ofensiva mundial del capital contra el trabajo, la naturaleza y la sociedad. El conflicto social evidencia que no todo está dicho en el rumbo que deben seguir los países, que no todo lo que reluce es oro, como señala la sabiduría popular. Todo eso que aparece como “modelo” se desvanece cuando la movilización social es masiva. Si el capital interviene con lobby o presión mediática, Estado mediante, la sociedad popular lo hace desde la protesta social y la organización popular. En lenguaje tradicional remitimos a la “lucha de clases”.

Lecciones en tiempos electorales

Vale la pena desde Bolivia, Argentina o Uruguay, mirarse en el espejo de la realidad chilena, ecuatoriana o haitiana, porque es el destino del discurso de las derechas y el liberalismo (neo). El neoliberalismo parte de un mensaje directo, simplón, que puede resultar atractivo para una parte de la sociedad, incluso de sectores empobrecidos, si no, no se puede entender el traspié de los gobiernos que impugnaron, con más o con menos, el discurso hegemónico de corte neoliberal. La simpleza del mensaje liberal contemporáneo puede ayudarnos a explicar el consenso electoral en los gobiernos de Argentina con Macri, o de Brasil con Bolsonaro, y que intentan hacer pie de cualquier modo en Bolivia o en Uruguay.

La disputa en estas horas en Bolivia es por continuar y profundizar el proceso de cambio iniciado por Evo Morales en 2006 o retomar una senda cuyos resultados ya vimos en nuestros países en la oleada liberalizadora de los 80´ y los 90´, y que no hay duda se rechazan en las calles de Chile, Ecuador o Haití, incluso en Bolivia. Es lo que se discute en Argentina y Uruguay el próximo domingo 27/10, un rumbo de impugnación a la lógica de la mercantilización que sostienen los ideólogos de la apertura económica y las reaccionarias reformas laborales y previsionales, o un rumbo definido por la organización social consciente de construir otra realidad, basada en la lucha por satisfacer necesidades y ampliar derechos.

Algunos me interrogan porque esas movilizaciones tan amplias no se realizan en la Argentina del 35,4% de pobres, de más del 10% de desocupados o del tercio con empleo irregular, con tarifas por ahora congeladas, pero que al estar dolarizadas volverán a congelar los bolsillos de una mayoría con limitaciones severas en la apropiación personal de ingresos suficientes para atender las ampliadas necesidades. La explicación es que en Argentina existen expectativas político electorales, del mismo modo que en Uruguay, algo que no necesariamente ocurre con las luchas comentadas en el resto de la región, pero en uno u otro de estos territorios, la garantía siempre estará en la capacidad de movilización y protesta de la sociedad para hacer realidad la satisfacción de las reivindicaciones democráticas, y mucho más si lo que se pretende es transformar la realidad.


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