miércoles, 13 de mayo de 2015

Un teórico de la dependencia en la literatura

Rebelión

Por Fabián Vega

Robert García

En un cuento de 1975, Borges hace decir a sus personajes que ser colombiano o ser noruega es un acto de fe. Eduardo Galeano, que nació en Montevideo en 1940 y murió el día de ayer, optó por la fe de ser latinoamericano. Fue periodista en tiempos de urgencias políticas y también teóricas; en las décadas de 1960 y 1970, se generalizó en nuestro continente la teoría de la dependencia, que tuvo representantes en la sociología, en la economía y en la historiografía. Galeano fue una de sus más enfáticas expresiones en la literatura.
Las venas abiertas de América Latina (1971), que fue el producto de esta fase de su obra, no puede ser leído sin tener en consideración ese contexto. No fueron pocos los “intelectuales bienpensantes” (la expresión es de Alfonso Sastre) que cuestionaron sus excesos y su simplismo. Con una prosa que se corresponde con la época, Galeano recuperaba allí las ideas desarrolladas por el sociólogo de origen alemán Andre Gunder Frank, que en libros como Capitalismo y subdesarollo en América Latina había elaborado una versión ciertamente poco bruñida del dependentismo. Si hoy en día muchos de los argumentos últimos de Frank han sido refutados y superados por la ciencia social latinoamericana, pensamos que no sucede lo mismo con las ideas esenciales que estructuraban la denuncia de Galeano; nos referimos a la división internacional del trabajo, al papel de América Latina en el mercado mundial y a la continuidad en la dominación de este continente desde hace cinco siglos.
En 1996, tres plumas del pensamiento neoliberal escribieron un texto colérico, que titularon Manual del perfecto idiota latinoamericano. En un capítulo del mismo objetaron esas ideas del libro de Galeano; la creencia (que Frank Hinkelammert califica de idolátrica) en un mercado democrático es el fundamento de todo el cuestionamiento. Sutilezas como el concepto de “intercambio desigual”, desarrollado desde Arghiri Emmanuel en adelante, que determina una apropiación diferencial de valor entre los países en función de su diferente composición orgánica de capital, se les escapan a estos autores. Galeano, a pesar del simplismo que le ha sido adjudicado, lo explicó hacia el final de su obra; los críticos, sin embargo, eligieron centrarse en el prólogo…
El año pasado, Galeano declaró que no “volvería a leer” Las venas abiertas de América Latina. La derecha continental, a través de distintos medios de comunicación, festejó alborozada la confesión; ignoró que el eje del rechazo se encontraba, más que en los contenidos específicos del libro, en “esa prosa de la izquierda tradicional”, a la que el escritor uruguayo juzgó “aburridísima”. La obra posterior de Galeano consistió en microrrelatos, en crónicas, en poemas en prosa; con ellos pretendió superar la frialdad expositiva que caracterizó a esa izquierda a través de la historia. Cambió el estilo, no así los contenidos, los temas, las ideas. De su ingenio poético, que ciertamente se expresó de modo desigual a lo largo de toda esta producción, rescatemos aquí sólo dos ejemplos. El primero lo tomamos de un relato de El libro de los abrazos, en el que narrador propone fundar un “marxismo mágico”: “mitad razón, mitad pasión, y una tercera mitad de misterio”.
El segundo, del “Diccionario del Nuevo Orden Mundial” (del libro Ser como ellos); allí define la “libertad de comercio” como una “droga estupefaciente prohibida en los países ricos, que los países ricos venden a los países pobres”. Nombrar lo mismo, pero de otra manera, y con ello iluminar una faceta diferente de las cosas: en ello consistió el objetivo de Galeano, esa fue su función como intelectual comprometido. En otro de sus pequeños relatos, un niño que conoce por primera vez el mar exclama a su padre, obnubilado: “¡Ayúdame a mirar!”. El relato se titula “La función del arte”, y resume, en nuestra opinión, toda la labor de Galeano: ayudarnos a mirar, y sobre todo, ayudarnos a mirar desde otras perspectivas, siguiendo siempre un mismo hilo rojo, ese que recorrió toda su obra.

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