viernes, 8 de mayo de 2015
¿Cuál es la cuestión?
Lo decimos de un porrazo: el asunto no está en la reelección ni en los artículos pétreos. Es más, esa cosa vergonzosa de los pétreos hace mucho tiempo debió desaparecer porque como sarcásticamente se preguntó Eduardo Galeano en una entrevista a Radio Progreso, “¿Nosotros con artículos pétreos, nosotros los humanitos?”
Si expresidentes se quieren reelegir y si hay gente a la que se puede convencer para que los reelija, eso le da hasta elegancia a los procesos electorales y nos coloca en la práctica electoral mayoritaria de las naciones. Insistimos, ese no es el asunto.
¿Cuál es el asunto? Es muy claro, el asunto está en las sinvergüenzadas de los liderazgos políticos y en el manejo cínico de la legislación hondureña. La cosa se profundiza cuando gente como el actual presidente de la República y su grupo cachureco de la más firme estirpe de la mancha brava, en plena alianza con la oligarquía hondureña y el capital multinacional, deciden usar toda la maquinaria del Estado para perpetuarse en el poder.
Aquí no valen argumentos jurídicos ni reclamos de la oposición de cualquier signo que sea. El Estado, las leyes, la patria, el diálogo, la nacionalidad adquieren el tamaño de las ambiciones de poder de quienes se han convencido que nacieron con la estrella divina para gobernar el país todo el tiempo que quieren, al costo que sea necesario y haciendo todo lo que tengan que hacer.
Ese es el asunto de fondo. Es una borrachera de poder que en los hechos representa un vigoroso acto de violencia del cual solo se podrán esperar nuevos y más pavorosos escenarios de violencia. No en vano, este acto de la reelección tuvo como preludio aquella decisión presidencial de dar alcance constitucional a la policía militar.
A fin de cuentas, no hay nada que hacer por la vía de los corredores de la democracia y del Estado de Derecho porque todo lo han mandado al carajo. Y no se puede hacer nada por esa vía porque todo lo que se haga será usado para dar legitimidad a la ley de los fuertes. Porque al fin hemos podido constatar que el asunto no era ni es lo de los artículos pétreos, sino de las decisiones y mentes pétreas de Juan Orlando Hernández y los suyos. Y esa concepción de piedra, inamovible, es mortal para el presente y el futuro de la democracia y el Estado de Derecho.
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