viernes, 22 de mayo de 2015

El miedo, un mal signo de los tiempos



El miedo es un rasgo central en la Honduras actual. Y vamos de miedos a miedos. Hay miedo a lo desconocido, miedo a que te asalten, miedo a quedar sin trabajo, miedo a la policía y a los militares, miedo a que te maten, miedo a ser extorsionado, miedo al marero, miedo a poner una denuncia, miedo al vecino, miedo de andar en los mercados con el pelo pintado de amarillo o de rojo o andar en falda corta en la calle. En fin, nos movemos en función del miedo.

La cotidianidad de la vida de nuestra gente y su entorno comunitario o barrial está marcada por el miedo. En la medida que las ciudades fueron creciendo, con ellas fue creciendo el miedo y la desconfianza. Los nuevos espacios urbanos y marginales se fueron habitando sobre la base de la desconfianza y el temor a lo desconocido. Un miedo y una desconfianza que nos llevó a encerrarnos en nuestras casas, a levantar muros, a poner trancas en la entrada a los barrios; nos llevó a abandonar la calle como espacio común. Y sin darnos cuenta, por miedo abandonamos el espacio público y poco a poco fuimos convirtiendo las casas en pequeñas cárceles.

A medida nos fuimos encerrando, el espacio público y las redes comunitarias se fueron debilitando y en algunos casos desaparecieron. El Estado y empresarios en vez de reforzar el tejido comunitario y fortalecer el espacio público, vieron el miedo y el encierro como oportunidad de negocio y ofrecieron los centros comerciales o “moles” como espacio de diversión alternativo, al espacio público de las ciudades y barrios.

Pero la cosa no termina ahí. También se ha utilizado el miedo como herramienta para gobernar. Y en ese ejercicio de gobernar desde el miedo, se han utilizado a los mareros como chivos expiatorios para alimentar el miedo, la desconfianza y el encierro. El Estado a través de los voceros de la Policía Nacional y el Ejército acusan a los mareros de casi todo. Los acusan de los robos callejeros, de los homicidios, de la extorsión, del tráfico de drogas, de violencia y de la pobreza.

Sin duda, que los jóvenes en las pandillas tienen una cuota de responsabilidad de esa violencia y miedo. Sin embargo, el principal generador de miedo, desconfianza y de violencia es la ausencia de Estado en los barrios y comunidades, como actor generador de oportunidades, como creador y potenciador de las redes sociales, de salud, educación, de infraestructura para la recreación y el arte.

Honduras y sus principales ciudades están para repensarse. Y esa gran tarea de repensar las ciudades pasa por repensar la vida de nuestros barrios y comunidades. Pasa por rehacer el tejido comunitario, por recuperar el espacio público como espacio de disfrute del deporte, la música, el arte y la política. Pasa por recuperar el encuentro y la confianza entre los vecinos, entre jóvenes y adultos, entre los niños y ancianos, pasa por el encuentro entre las diversas expresiones de iglesia. En definitiva, se trata de cambiar la lógica individualista por la lógica colectiva, de cambiar la cultura de muerte, por una cultura de la vida.

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