jueves, 7 de mayo de 2015

Dichos y hechos: Los acomodamientos geopolíticos en la Cumbre de las Américas

Rebelión

Por Norberto Emmerich

Kalvellido

La Cumbre de las Américas realizada durante el segundo fin de semana del mes de abril de 2015 se caracterizó por dos procesos: la alianza Cuba-Estados Unidos y la impronta sudamericana contra Estados Unidos.

Los discursos de los presidentes Raúl Castro de Cuba, Rafael Correa de Ecuador, Cristina Kirchner de Argentina, Daniel Ortega de Nicaragua, Evo Morales de Bolivia y Nicolás Maduro de Venezuela fueron los mejores exponentes de un conjunto de países que dejaron de reproducir automáticamente el discurso del “pensamiento único” neoliberal.

Aunque las exposiciones de los presidentes mostraron un perfil similar sus políticas exteriores no lograron moldear una política unificada y el contexto de unanimidad antiamericana no produjo una declaración final que expresara el rechazo manifestado en las intervenciones, condenando el reciente decreto ejecutivo del presidente Obama. Hablar es una forma de hacer política, pero la política es poder, no palabras.

Esos discursos, sin embargo, escondieron al mismo tiempo dentro del chisporroteo antiamericano la licuación de las problemáticas interiores. Ahora Colombia es un país de paz, olvidando toda la sistemática violación de los derechos humanos que sostiene la política del presidente Santos. Nada se dice sobre el desembarco de 3200 soldados americanos en Perú prevista para el mes de septiembre, con la correspondiente aprobación del congreso peruano. El narcotráfico es en gran parte responsabilidad de los países centrales sin que los gobiernos latinoamericanos asuman su inmensa cuota de complicidad con el crimen organizado. Se habla del importante peso del que todavía gozan las elites oligárquicas como si ellas fueran un cáncer ajeno y extraño y no las históricamente (ayer y hoy) acaparadoras de la riqueza nacional. Y finalmente algunos se presentan como antiimperialistas, con total descaro.

Hay una base material para explicar la racionalidad con que se desenvuelve la ambivalencia de los países latinoamericanos. Los presidentes del Caribe y América Central, que dependen en gran medida de la política solidaria de Petrocaribe, se reunieron con Obama durante su previo viaje a Jamaica y luego en Panamá. Le solicitaron ayuda para resolver sus problemas energéticos, porque temen que Venezuela continúe con los recortes a los subsidios petroleros. Cuba recibió en 2014 apenas 50 mil barriles diarios, la mitad de lo que recibía gratuitamente en 2012. Jamaica y República Dominicana sufrieron recortes de similar magnitud.

La exitosa presión americana, que no se expresa solamente a través de la diplomacia coercitiva sino que también presiona con sus indicadores de crecimiento económico, provocará una caída de un 7% en la economía venezolana, la más dramática en una región que está fuertemente golpeada por la crisis. Sin embargo la intervención americana no explica todo. La situación empeora si sumamos la caída de los precios del petróleo y los 27 mil millones de dólares que dejarán de entrar en la economía venezolana. Y con la adopción por parte del gobierno bolivariano de medidas de estimulación al capital privado (ley de inversiones extranjeras, aumento de la participación extranjera en PDVSA al 49%, zonas económicas especiales, reforma tributaria) se desmorona el edificio.

Mediante el modelo de hegemonía multidimensional del presidente Obama, que es multidimensional pero no es hegemónica, la política exterior de Estados Unidos se dirige a Venezuela pero tiene como destino final a Cuba y paulatinamente el resto de los países. La proyección de las inversiones económicas en Cuba pretende socavar todo margen de soberanía en la isla mientras muestra síntomas de distensión al retirar a Cuba de la lista de países patrocinadores del terrorismo.

El temor a un desplome económico y político en Venezuela, que ya se expresó en el recorte petrolífero, fue una de las principales motivaciones que llevaron a Cuba a negociar una normalización de las relaciones con Estados Unidos. Y es lo que lleva a los países centroamericanos y caribeños a seguir la misma dirección.

Venezuela y Cuba están en un mismo tren, pero no alineados “contra” Estados Unidos sino “por” Estados Unidos, que usa a uno para alcanzar al otro.

Lógicamente, en virtud de estas restricciones materiales, las resistencias de Venezuela son escasas (11 millones de firmas y amplias declaraciones de rechazo a la injerencia de Estados Unidos), el apoyo de Unasur es improductivo y contradictorio (incentivar el diálogo entre oposición y gobierno favorece a la política exterior de Estados Unidos, sea que se produzca o no) y el consenso sudamericano es dificultoso (Brasil no defiende un status antiamericano).

Sobre el resto de los países de América del Sur, la presión de Estados Unidos se construye y sustenta casi exclusivamente en su crecimiento económico. “La fortaleza del crecimiento económico americano es la base de nuestra seguridad nacional y la fuente crucial de nuestra influencia exterior”, sostiene la presentación de la Estrategia de Seguridad Nacional 2015 de Estados Unidos. La economía latinoamericana está pasando por uno de sus peores momentos de los últimos 15 años tras la implosión de los precios de las materias primas. China muestra un desaceleramiento, Europa está estancada y Estados Unidos es el único sector mundial en crecimiento. Algunos países latinoamericanos ven en ese crecimiento una posibilidad de aumentar sus exportaciones y buscar nuevas inversiones. Brasil encabeza ese pelotón.

Si la política exterior americana se sustenta en su crecimiento económico, así como antes se sustentó la política exterior de la “década ganada” en América del Sur, la contradicción siempre latente y ahora manifiesta entre discurso y política se entiende en virtud del actual decrecimiento económico.

Los grandes países de la región, Brasil, Argentina y Venezuela, esperan una abrupta caída interanual del PIB para este año 2015, lo que expresará un crecimiento cero para el conjunto de los países de Unasur. Desnegociar los términos del intercambio es la única alternativa y el mantenimiento de los términos del discurso se explica por referencias internas, dirigida hacia las bases electorales y en correspondencia con su memoria política.

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