martes, 14 de abril de 2015

Una madre nunca olvida: Historia de Doña Dilma quien busca a su hija migrante desaparecida



La migración ha sido parte importante de la vida de Dilma Pilar Escobar. Tras la muerte de su esposo, tuvo que migrar del área rural a la urbana con sus dos hijas y 7 nietos. Ya establecida en la ciudad de El Progreso, Yoro; en el norte de Honduras, una de sus hijas decidió migrar hacia Estados Unidos a falta de mejores oportunidades de empleo y seguridad, y en el camino desapareció.

Ahora Dilma es una de tantas madres que buscan a sus seres queridos en el riesgoso camino del migrante indocumentado hacia Estados Unidos. Dilma Pilar es voluntaria en el Comité de Migrantes Desaparecidos de El Progreso (Cofamipro) donde un grupo de madres que vivieron la misma situación se dedican a buscar a los migrantes que han dejado de comunicarse con sus seres queridos en Honduras. 

“No hay día de Dios que no llegue una madre llorando aquí a la oficina, yo quisiera que los jóvenes no se fueran, pero aquí no hay ni trabajo ni seguridad, hasta por hambre matan. A mi me duele”, cuenta doña Dilma.

Doña Dilma se esfuerza por recordar cada fecha, cada minuto en que se comunicó con su hija. El 27 de enero de 2010, se rompió la promesa de hablar una vez más con ella. 

Según doña Dilma, su hija Olga se perdió en Tapachula, Méjico, desde donde se comunicaba con ella y donde trabajaba, según le contaba su hija. Cuando Olga se fue, lo hizo sin despedirse. Doña Dilma estuvo buscándola por una semana. La buscó en los sitios donde es común buscar a los desaparecidos en Honduras: el hospital Mario Catarino Rivas en San Pedro Sula y la Morgue. 

Hasta que Olga se comunicó que ya estaba en Méjico. 

Búsqueda incansable

Cofamipro es ahora la familia de doña Dilma, donde ella trabaja recibiendo expedientes de otras madres, padres, hermanos, hermanas, que han perdido sus seres queridos en su tránsito hacia Estados Unidos. Cada vez son más las madres que doña Dilma conoce con su misma situación, pero todas cargan mucha esperanza. Ella también ha visto madres encontrando sus hijos en ese trágico camino.

Hace 10 años Dilma miraba de lejos esta realidad que invade cada rincón del país. Pero hace una década la primera caravana de madres de migrantes centroamericanos salía a buscar a sus hijos en el peligroso camino de Méjico.  La situación de violencia y crisis que expulsa a la población más joven que además se expone a la barbarie que se vive en el camino hacia Estados Unidos, redes de tráfico de personas, de tráfico de drogas, es el calvario de estos pueblos hermanos.  

En marzo de 2015, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos  en su 154 periodo de sesiones en Washington escuchó a Dilma y otras madres y esposas que perdieron a sus seres queridos en Méjico mientras transitaban hacia Estados Unidos. 

Las personas migrantes se encuentran en condiciones de vulnerabilidad particularmente graves en su tránsito por México hacia los Estados Unidos. Además de ser víctimas de secuestros, ejecuciones sumarias y desaparición forzada, la Fundación para la Justicia en Méjico, ha documentado varios actos de tortura cometidos contra población migrante en tránsito. Masacres como la de  72 personas migrantes en Tamaulipas, las 193 personas localizadas en Fosas Clandestinas en San Fernando Tamaulipas y los 49 torsos de Cadereyta, en algunos casos, implicó incluso agentes de autoridades de diferentes niveles. Hasta la fecha no se investigaron debidamente los hechos, madres como Dilma exigen esa justicia al Estado de Méjico y a los países expulsores. 


Familia rota

Doña Dilma quedó al cargo de los 5 hijos de Olga, habían dos que apenas eran unos bebés, y uno de ellos era amamantado por Olga. Doña Dilma tuvo que convertirse en su madre durante este tiempo, y cada vez que se da cuenta cuánto han crecido, sufre tanto porque su hija no lo ha podido presenciar. 

Su otra hija, que también tiene dos hijos, vende tortillas y doña Dilma la apoya con eso, que es el único sustento de esa numerosa familia dirigida por dos mujeres únicamente. Los padres de los chiquillos nunca se hicieron responsables. 

A doña Dilma le supura la herida cada vez que sus nietas o nietos le preguntan por la madre. Y derrama lágrimas con solo recordar. 

“Si viera lo difícil que es mantener a mis nietos. Un gran esfuerzo mandarlos a la escuela, darle un lápiz siquiera a mis niños, es duro. Yo no sé de bonos, de apoyo de nada, mi hija era la esperanza que nos iba a ayudar y ahora ella está perdida”, dijo doña Dilma. 


Responsables

Para doña Dilma hay muchos responsables de esta tragedia, que no solo ella está viviendo. ¿Por qué se va la gente de Honduras? Porque los gobiernos no se interesan por el pueblo, porque no hay trabajo, no hay seguridad, la gente se está matando en medio de toda esta crisis. ¿por qué los migrantes desaparecen? Porque en Méjico hay un viacrucis. El camino es duro porque los criminales y las autoridades corruptas se aprovechan de los migrantes que no tienen trabajo, que no tienen dinero, que van solos. A muchos los secuestran, a muchos los venden. 

Todas esas preguntas se hace y se responde ella misma doña Dilma Pilar. 


“Yo quiero saber donde está mi hija, si la encuentro viva yo misma iré a encontrarme con ella, y si está muerta pues al menos sabré donde está, aunque sea la visitaré el día de los santos”, dice doña Dilma, con esas palabras que hieren. Una madre nunca olvida. 

Doña Dilma Pilar es una mujer fuerte, y ha entendido que su dolor es el dolor de muchas, que su energía es la de muchas mujeres, las de antes y las de. La esperanza la levanta cada mañana, la sonrisa de sus nietos y nietas que luchan contra el olvido. En el tiempo que usted leyó y escuchó esta historia probablemente se hayan ido de Honduras dos hondureños, huyendo y anhelando un futuro mejor, doña Dilma también piensa en ellos cada minuto. 

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