lunes, 13 de abril de 2015

Hablando de clases sociales


Por J. Donadin Álvarez

Es una obviedad que las sociedades están estratificadas, incluyendo  aquellas que se precian de muy equitativas en el marco de los modelos económicos anti neoliberales. Así pues, clases baja, media y alta pueden percibirse en cualquier latitud del planeta independientemente de la configuración sociopolítica. 

En Honduras, de igual manera, fácilmente se puede distinguir esta tríada socioeconómica. De la clase alta se sabe que históricamente ha venido controlando la producción y la política nacional manteniendo un sólido anclaje en las instituciones financieras globales ajenas a los intereses de la mayoría que puebla este país. Esta clase, pues, ha permanecido con el dominio absoluto de las clases baja y media a pesar de estar conformada por un grupúsculo de personas con apellidos impronunciables pero con un patrimonio exorbitante que sobrepasa el capital reunido de las dos clases restantes.

Sin embargo, la clase alta no lo es todo. Si bien, su hegemonía ha estado asentada en su fortuna, la clase media,  justo debajo de ella, le ha colaborado al ejercer el  papel de legitimador del sistema. Los viajes al extranjero, los bondadosos salarios, la participación en la vida pública, entre otros, han sido parte de los privilegios que la clase media ha recibido de la clase alta por su colaboración. 

Empero, en los últimos años algo no ha estado funcionando de manera correcta. A partir del 2009, fundamentalmente, el matrimonio ideológico que la clase media había mantenido con la clase alta comenzó un irreversible proceso de divorcio. ¿La razón? La crisis económica que desde el 2008 azota al planeta y que en Honduras se vio agudizada con el golpe de Estado acabó orillando a dos millones de personas del núcleo económico  y los lanzó inmisericordemente a la clase baja. Sin duda, este trauma que sufrió la clase media fue muy fuerte, mucho mayor que para la clase baja ya casi habituada a la miseria a la que ha sido condenada por la clase alta en complicidad con la media que ahora también atraviesa una crisis terrible a pesar de que se niegue a exteriorizarla.

Ante este desequilibrio la acción política deberá ser clara: legislar para todo el país pero buscando la inserción de estos dos millones –más si es posible- a la clase media a través  de estímulos e incentivos pues esta clase es la que genera opinión, la que orbita en el mundo político y empresarial. No hacerlo significaría aumentar su desencanto y por consiguiente  generarle mayores complicaciones a la salud económica del país. 

Hasta el momento nada indica que se está trabajando por solucionar este proceso de pauperización. En el terreno político los partidos tradicionales parecieran no reconocerlo. Siguen dirigiéndose a una inexistente clase media a la que consideran su caudal electoral. El partido Liberal aún adolece en su golpe y no interpreta con claridad de criterio la situación. Y el partido Nacional por su parte es el que se muestra menos comprometido. Aunque posee el poder se manifiesta incapaz de construir una alternativa incluyente. Por el contrario, en sus entrañas se articulan los más excluyentes proyectos y  afloran los atisbos de continuismo que por más que estén adornados con fuegos artificiales la mayoría excluida no aprueba. La “alternativa” propuesta por los nacionalistas no es sino un mensaje débil que deja entrever las ambiciones de sus “monarcas” quienes han creído que el Estado les pertenece y que ellos constituyen la panacea para los males de los hondureños.  Habrá que decirles que Honduras afronta problemas sistémicos, no electorales.

En el terreno de las expectativas rotas sólo PAC y LibRe muestran una mejor lectura. La clase media, empobrecida, que se siente defraudada, que opta por lo diferente en lugar de seguir apostando por lo mismo, se ha adherido con cierta devoción casi religiosa a estos dos partidos.  De manera tal que el futuro político de estos dos partidos estará determinado en función de su propuesta hacia la clase media.   

Quizá nunca antes había sido tan necesario valorar la situación de la clase media.  De su encumbramiento socioeconómico depende, en buena medida, la salida del atolladero económico en el que se encuentra el país. 

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