lunes, 20 de abril de 2015
La mano levantada
Por Jorge Alaminos
Mujeres que integran sindicatos rurales denunciaron malas condiciones de trabajo y discriminación.
Las mujeres rurales decidieron venir a Montevideo en el Día de la Mujer. No vinieron a festejar, sino a dar a conocer una realidad que sienten olvidada. Las dirigentes sindicales aseguran que las leyes no se cumplen en el campo, que conviven con abusos, explotación y discriminación por parte de los patrones, pero también que cuesta mucha pelea ganar espacios a nivel sindical.
En el anfiteatro del PIT-CNT había más niños que de costumbre. Muchas de las dirigentes sindicales que luego subieron a contar sus experiencias, y quienes fueron a escucharlas, llegaron a Montevideo acompañadas de sus parejas y sus hijos. Chela Fontora, histórica dirigente de la Unión de Trabajadores Azucareros de Artigas (UTAA), recordó al comienzo que ella y las mujeres de Bella Unión, cerca de 50 años atrás, no sabían que el 8 de marzo era el Día de la Mujer, “un día de lucha”. Rememoró cómo era el trabajo rural para las mujeres: “El compañero trabajaba cuando tenía corte. Nosotras trabajábamos todos los días del año. Si éramos pobres, todavía era peor. Nos trataban con desprecio”. Y fue enfática al cuestionar también a los dirigentes sindicales hombres: “La lucha no fue solamente hacia el patrón, también fue hacia adentro de nuestro propio sindicato. No solamente me explotaban cuando trabajaba, en el sindicato tenía que trabajar el doble”.
En las marchas a la capital las designaban para cocinar y cuidar a los niños. “Yo, no sé por qué, tuve suerte y llegué hasta la directiva de UTAA; había muy pocas compañeras, pero no porque no quisieran”. La historia que contó Fontora era muy similar a la de María Julia Alcoba, también dirigente histórica pero de la Unión Obrera Textil. “Las mujeres vendíamos bonos, los hombres estaban para las reuniones, las entrevistas. Los compañeros nos tenían en un lugar desvalorizado”. También contaron la resistencia que generaba que una mujer empezara a militar en un sindicato. “Chela era una puta. Así me decían. ¿Por qué? Porque andaba con los hombres. El propio patrón se encargaba de dar la damajuana de alcohol para que los compañeros pudieran rendir más. ¿Y después la que los bancaba cuando venían al sindicato quién era? Era la mujer”. “Callejera”, era como le decían a Alcoba, por estar en reuniones con hombres.
Fontora cuestionó los dichos de Tabaré Vázquez en el acto oficial por el Día Internacional de la Mujer, cuando dijo que el principal enemigo de la mujer era el consumo de tabaco. “Y a las 12 mujeres que murieron de enero hasta ahora las dejó en segundo lugar. Ni un patrón ni ningún hombre tiene derecho a tener la vida de una mujer en sus manos. Eso no lo podemos permitir”.
“Negras naranjeras”
La historia de Julia Franca, actualmente la única dirigente mujer de la UTAA de los seis que integran actualmente la directiva, confirmó que todavía falta para mejorar la situación de las trabajadoras rurales. Contó que empezó a trabajar a los 14 años, porque había quedado embarazada, y que tuvo que aprender a ser niña, mujer y madre mientras convivía con “abusos, acosos, violaciones en la chacra que quedan tapadas. No sólo del patrón, sino también de los compañeros”. Estaba nerviosa por hablar desde el estrado, pero seguía contando. “Nadie se animaba a ir al Ministerio [de Trabajo y Seguridad Social, MTSS], si iba a preguntar algo mi patrón venía y me decía ‘vos saliste, me llamaron’”.
Sobre la realidad actual, aseguró que el empleo disminuye y criticó las condiciones laborales. “Lo que más nos preocupa es la mujer desempleada. No hay fuentes de trabajo”, dijo, y el ejemplo es ella misma, que está desocupada. “Cuando faltamos porque se enferman nuestros hijos nos corren, si reclamás mucho te corren. Ganás miseria y le pagás más miseria a alguien para que cuide a tus hijos. Te da vergüenza”. En relación al sindicato “la situación no ha cambiado mucho”, dijo, mirando a Fontora. “Soy la única mujer, y cuando hacés algo siempre es: ‘nosotros hicimos’. Ta, me la aguanto”, reía.
Teresa de los Santos, de la Organización Sindical de Obreros Rurales (OSDOR) de Paysandú, fue una de los 101 trabajadores del citrus despedidos hace tres años por reclamar que el contrato laboral incluyera la media hora de descanso. A ellas, en su mayoría mujeres, les toca que les digan “las negras naranjeras”. “Somos discriminados en todo Paysandú por ser trabajadores de la naranja. No nos toman porque somos las quilomberas rurales”.
La dirigente aseguró que hay explotación en las tierras de plantación de naranja, que a las mujeres no se les paga sueldo sino por bolso cosechado, que en las chacras no hay baños, mesas para el almuerzo ni media hora de descanso. Hicieron la denuncia en el MTSS, pero cuando fue la inspección “apareció todo. Y cuando se fueron, desapareció”. “Hoy empieza la cosecha. Me gustaría que fuera el MTSS, pero sin avisar”.
Claudia Fernández es dirigente del Sindicato Único de Trabajadores de Tambos y Afines (SUTTA). Había llevado un discurso para leer pero prefirió contar lo que quería decir. Aseguró que el interior “es muy diferente, somos más que discriminadas”, y recalcó que cuando se exige derechos “son pocos los que nos dicen ‘dale para adelante’”. Dijo que la ley de ocho horas no siempre se cumple, y que los patrones “nos tratan como ignorantes, nos dicen que la ley es sólo para Montevideo”. Tampoco faltan “las comisarías que dan una manito para desalojar a los trabajadores”. “Aún sigo escuchando ‘el campo no da’, pero después los veo llegar de las vacaciones de Punta del Este”.
María Flores, dirigente del SUTTA, fue la encargada del cierre. Leyó: “Sabemos de todo un poquito, desde alambrar, cosechar, cortar caña, criar guachos y ordeñar [...] Somos las que rompemos la monotonía de una asamblea aportando ideas, negociamos. Somos la mano levantada, pero hace rato, y el compañero no me ve”.
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