Entre los años 1980 y 1990 la Doctrina de Seguridad del Estado menospreció la libertad y la vida de los seres humanos aquí en Honduras. Por centenares fueron desaparecidas las personas, asesinadas y torturadas.
Pasó mucho tiempo hasta que, finalmente, en el Congreso Nacional fue aprobado el decreto284-2002 que oficializa el Día Nacional contra la Desaparición Forzada.
No fue aprobado por iniciativa propia de los legisladores y tampoco con su cabal entendimiento, como suele suceder en la discapacitada cámara diputadil hondureña.
Fue presión directa del Comité de Familiares de Detenidos – Desaparecidos en Honduras y organizaciones hermanas, que el presidente del legislativo de entonces, Porfirio Lobo, puso en agenda el tema.
Las familias venían exigiendo al Estado que después del Informe Los Hechos Hablan por Sí mismos de 1993 y de los primeros juicios penales de 1995, era preciso pasar del reconocimiento de los hechos a la reparación de los daños morales.
Una forma de compensar a los núcleos familiares de las víctimas, ofendidos en forma brutal por chafas, religiosos, políticos corruptos y medios del terrorismo desinformativo, era levantando su memoria.
Al declarar el 30 de agosto Día Nacional Contra la Desaparición Forzada, o Día Nacional de los Desaparecidos y Desaparecidas, aquella deuda en parte iba siendo pagada.
Honduras era capaz de reconocer que la disidencia política que se alzó contra la ocupación estadounidense tenía rostro y nombre.
Era capaz de reconocer que la oposición al uso del territorio por mercenarios centroamericanos entrenados por los gringos tenía apellidos y familias.
Los rostros de mujeres y hombres, los más hermosos que la generación de los años ochentas hayamos visto: Jóvenes, valientes, decididas, enamorados de la justicia, resistentes a morir frente a los vende patria.
Seres extraordinarios como Tomás Nativí, Fidel Martínez, Manfredo Velásquez, Samuel Pérez, Enrique López Hernández, Ediltrudes Montes, Sandra Mayorquín, Inés Consuelo, una tras otro, heroísmos del siglo XX.
El Decreto Legislativo fue considerado una victoria moral y política en 2002, porque no ocurrió por casualidad o concesión de divina gracia. Lo pelearon las familias ofendidas.
Fue aprobado con el silencio de los diputados cuyos partidos o corrientes estuvieron metidos hasta la médula en el financiamiento de la represión o en su justificación ideológica, como es el caso del Monarca cachureco y el Rosuquismo liberaloide.
Ambas marcas políticas sirvieron de soporte a la Asociación para el Progreso de Honduras, APROH, responsable de imponer el terrorismo estatal en Honduras. Y todavía dos décadas después seguíamos viendo aquellos rostros malvados en las butacas del Congreso, como los vemos ahora envejecidos y marchitos moralmente en los estadios.
Por el contrario, en el corazón de la victoria moral y política del 30 de agosto de 2002, nosotras vemos a las mujeres y hombres de ideales superiores por la libertad, la paz y la justicia, reverdecidos por su ofrenda superior de la vida.
Vemos en sus hijos e hijas, en la juventud rebelde de nuestros días, las semillas del martirologio germinando en surco fértil.
Por más de dos décadas las familias habían soportado en silencio que los malvados corruptos del Estado se refirieran a los desaparecidos como delincuentes, terroristas, bandoleros, pone bombas, revoltosos.
Hoy, nueve años después de su oficialización, en la víspera del Día Nacional de las y los Desaparecidos rendimos homenaje a esas bellezas de seres humanos que fueron y serán.
Como la lista de Schindler nuestra lista es larga, llena de heroísmo y dignidad, brillante en amor por Honduras y potente en la lucha de resistencia.
Un día como el 30 de agosto sólo tiene ecos similares a Los Andes, a las cumbres elevadas donde gobiernan las almas de las mejores hijas y los mejores hijos de la Patria de Morazán.
Mientras los responsables de la APROH tienen sus almas enjutas, sin visas para entrar a Estados Unidos, condenados a liarse con el narcotráfico y encarcelados en sus propias casas, nosotros hoy conmemoramos, celebramos, saludamos felices a nuestras heroínas y héroes. ¡Viva con nosotras la experiencia!
De los hechos y los hechores
Ni Olvido, Ni Perdón
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