viernes, 17 de febrero de 2017

Juventud en política



Por J. Donadín Álvarez *

Jean Jacques Rosseau, pensador francés, expresaba con evidente acierto  que “la juventud es el momento de estudiar la sabiduría y la vejez el de practicarla”. Por supuesto, esa preciada etapa tan malgastada por muchos constituye quizá la fase más importante en la vida del ser humano. La niñez que le antecede está caracterizada por el aprendizaje constante, la adolescencia por la definición de la personalidad y la divina juventud no es sino el equilibrio logrado entre el aprendizaje de la infancia y la conducta de la adolescencia. En este sentido arribar a la juventud, es la más maravillosa experiencia que Natura concede a los mortales. Es, pues, éste el momento preciso para asumir una posición memorable frente a la vida para que la vejez no nos encuentre preparándonos todavía para actuar. 

La política, por ejemplo, es una excelente labor para estudiar la sabiduría; es decir,  la juventud tiene en el gobierno y la organización de las sociedades humanas una excelente oportunidad para dedicarse a hacer el bien, a administrar con decoro bienes colectivos e interpretar de esta manera la aplicación de la sabiduría aún sin haber llegado a la vejez. 

Y aunque quizá muchos jóvenes no lo hagan de manera directa su vinculación con la política es importante a través de otras vías. Ellos deben conocer todos sus derechos, ejercer soberanía mediante la presión popular, fortalecer la verdadera democracia con su voto consciente, formar agrupaciones y elevar sus ideales de desarrollo hasta llegar a la toma del poder político. 

Pero; ¡mucho cuidado! La juventud se puede desviar. Por eso es tan necesaria la orientación de los viejos de trayectoria admirable, de esos que ya están facultados por la vida para practicar la sabiduría. Si el joven no tiene una alta dosis de disciplina, amplios conocimientos que le permitan ejercer con mucho tino el oficio de gobernar y una ética orientada a la consumación de los más sublimes valores del ser humano, nada bueno estará haciendo. 

Históricamente dos líneas se han distinguido en la participación política de la juventud hondureña. Las ya bien detectadas de izquierda y de derecha. Como una especie de herencia ideológica los jóvenes, especialmente de la clase media, han asumido como propia la línea partidaria de sus padres y en función de dicho legado se han enrolado en los partidos políticos con los cuales ha existido una afinidad familiar. 

No obstante, esta tendencia ha cambiado en la década actual. Con el arribo del Partido Anticorrupción (PAC) y el Partido Libertad y Refundación (LibRe) muchos jóvenes han disentido de la línea partidaria de sus antecesores y se han enlistado dentro de los dos partidos anteriormente mencionados. 

Así las cosas, es innegable que la coyuntura multipartidaria del momento ha generado importantes espacios de participación política para la juventud, pero; ¿cuántos jóvenes aspirantes a un cargo público estarán aptos para gobernar con sabiduría y dignidad? No se trata solamente de complacer el anhelo de convertirse en un político de carrera únicamente por ser dueño de una juventud prometedora. A pesar de que no hay nada malo en esta efervescencia política que los domina, puesto que la sensación de saberse popular o bien recompensado económicamente ha de ser agradable, se debe ser cauteloso al tomar la decisión de incursionar en el enmarañado terreno de la política nacional.  El joven que aspira a efectuar, junto con otras personas,  el sublime ideal de acabar con la miseria en el país debe conocer la ruta que sea ciertamente congruente con lo que los electores esperan de él.

Por lo general, los jóvenes que recién incursionan en la política hondureña proceden de las universidades, algunos de ellos ya con su ciclo académico graduado. En ese sentido, hay un bagaje intelectual  valioso en ellos. Sin embargo, el conocimiento encapsulado en sus cerebros no será suficiente si se carece de una formación ideológicamente sólida, de una perspectiva reivindicativa y lo que es peor: de una iniciativa crítica para transformar el país. 

Cabe señalar que la universidad no prepara estudiantes para el exclusivo oficio de gobernar con justicia, sino más bien para  insertarlos a un mercado laboral consecuente con el modelo económico neoliberal. La formación que brinda está contemplada en un flujograma que contiene una gran cantidad de paquetes conceptuales denominados comúnmente “materias” o “asignaturas” y que ellos deben aprobar; No obstante, una vez graduados muy pocos se sienten facultados para desarrollar un trabajo interpretativo de la sociedad hondureña y un análisis riguroso de la ciencia política. 

En consecuencia, la academia ofrece al país un trabajador cualificado mas no siempre una persona con un nivel crítico aceptable. Por si fuera poco, el sistema agasaja al nuevo profesional con ciertos privilegios socioeconómicos que lo terminan encerrando en una burbuja social. Con este tipo de jóvenes egresados del nivel de Educación Superior, y que aspiran a gobernar el país, el desarrollo de la población no parece estar muy cercano. 

Los jóvenes que hoy se apuntan para incursionar en la política necesitan  fundamentalmente dos cosas: libros y valores morales. Los primeros les darán el conocimiento necesario para administrar sabiamente un Estado tan desmoronado como el hondureño. Los segundos, los comprometerán con la sociedad y con ellos mismos a obrar con honestidad y transparencia en su gestión en la esfera de lo público. 

* Escritor Nacional

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