martes, 28 de febrero de 2017

Estados Unidos debe elegir la diplomacia antes que la guerra



Por Phyllis Bennis

Traducido del inglés por Beatriz Morales Bastos

Nota del director: Durante gran parte de las dos últimas décadas y sin lugar a dudas desde la invasión de Iraq en 2003 la política exterior progresista se ha definido por aquello contra lo que está, fundamentalmente un neoconservadurismo agresivo que nos ha llevado a múltiples guerras en Oriente Próximo y ha sacrificado objetivos internos en aras de una cruzada global por el dominio estadounidense. Pero está mucho menos claro qué significa una política exterior progresista y cómo debería ser en la práctica. Es especialmente importante tratar de definirlo ahora, tras la elección de Donald Trump.
Sería sensato que las personas progresistas reconocieran dos tendencias a este respecto. La primera define una política exterior progresista como un simple rechazo de todo lo que Trump dice o hace. Por supuesto, Trump ya ha nombrado a varios peligrosos extremistas para desempeñar cargos de política exterior y en el mejor de los casos el propio Trump es imprevisible, aparentemente incapaz de centrarse de forma continua en los difíciles problemas de política exterior. Pero algunas de sus declaraciones (sus peticiones de trabajar con Rusia, acabar con las destructivas guerras de Estados Unidos y crear unos acuerdos comerciales más equitativos) no distan mucho de lo que nosotros mismos hemos defendido. Tenemos que defender nuestra propia versión progresista de estas posturas en vez de simplemente rechazarlas rotundamente.

La segunda tendencia que debemos evitar es caer en la nostalgia de la era Obama. Sin lugar a dudas debemos defender los notables logros de su gobierno de entablar la normalización de relaciones con Cuba y contribuir a lograr un acuerdo nuclear con Irán. También podemos elogiar la intención de algunos discursos magníficamente elaborados y destinados a reparar la imagen de Estados Unidos en el mundo. Pero también debemos recordar los defectos de la política exterior de Obama: el haber perpetuado la “guerra global contra el terrorismo” (aunque no con el nombre que tenía en la Era Bush), incluidas unas guerras de drones no declaradas que se han extendido desde el Maghreb al sur de Asia y una innecesaria aunque peligrosa nueva Guerra Fría con Rusia. Y aunque esta revista apoyó a Hillary Clinton frente a Trump en las elecciones, nos opusimos activamente a muchas de las llamadas políticas de “intervencionismo liberal” que Clinton defendía.

A pesar de la promesa democrática del movimiento inspirado por el senador Bernie Sanders, este no nos dejó unas propuestas de política exterior que guiaran nuestro pensamiento en el futuro. Este es el debate inconcluso que retomamos en este foro. Hemos pedido a seis importantes intelectuales progresistas que nos expresen sus ideas acerca de lo que deberían ser los principios e ideas que definan una política exterior progresista más allá de las elecciones presidenciales de 2016 (véase “Artículos relacionados” para el resto de los artículos). Este es el inicio de un debate que debe emprender nuestra nación, pero no es en absoluto el final.

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Las elecciones de 2016 y sus aterradoras consecuencias han llevado a millones de estadounidenses a un torbellino de racismo, xenofobia, histeria antiinmigrante e islamofobia, que refleja y al mismo tiempo prepara el terreno para una política exterior aún más militarizada, guiada por el beneficio privado, antimusulmana y antiinmigrante. Todavía no sabemos si la política exterior de Donald Trump reflejará su anterior coqueteo con el aislacionismo o se acercará al intervencionismo militar furibundo del que son partidarios muchos de los generales que ha nombrado. Sin embargo, incluso sin saberlo, debemos identificar cómo debería ser una política exterior no imperialista y verdaderamente internacionalista, una política exterior en la que el derecho internacional, los derechos humanos y la solidaridad global sustituyan a la “guerra global contra el terrorismo”. Esta política empieza por recortar los presupuestos militares y acabar con las guerras, ocupaciones e injusticias climáticas que están generando las muchas crisis de refugiados que existen en el mundo.

Una nueva política exterior estadounidense debe ser amplia en su visión y en su alcance, y debe reconocer que la guerra no puede derrotar al terrorismo. A pesar de algunas buenas intenciones y de algunos discursos potentes, y a pesar de dar un nombre nuevo a la “guerra global contra el terrorismo”, el presidente Obama fue incapaz de romper con ella; de hecho, acabó ampliando considerablemente su alcance con el uso de las Fuerzas Especiales de Estados Unidos y aumentado las campañas de bombardeos en Siria, Libia, Yemen y otros lugares, además de Iraq y Afganistán. El resultado de un incremento aún mayor de esta política por parte del gobierno Trump no será sino el incremento del fracaso.

Una política exterior progresista significa dejar de favorecer tanto económica como políticamente a los especuladores militares. Significa privilegiar la política sobre la guerra al tiempo que se rechaza el aislacionismo y se reconocen las obligaciones vinculadas a ser la nación más poderosa y rica de la historia.

Estados Unidos tienen la deuda global de ayudar a los pueblos y países del mundo. Es una deuda que se debe saldar rebajando drásticamente nuestro presupuesto militar de miles de millones de dólares. Estos miles de millones de dólares (todavía supone unos 54 céntimos de cada dólar de impuestos en el presupuesto federal) se deben destinar a prioridades internas urgentes (empleo, educación, protección del medioambiente, sanidad y más cosas), al tiempo que se dedica buena parte a la ayuda no militar a pueblos y naciones de todo el mundo. Esto es particularmente importante para aquellos pueblos cuyos tejidos sociales y cuyas economías han devastado las guerras y las sanciones estadounidenses. Entre otras cosas, nuestra nueva política exterior debería aumentar enormemente el apoyo humanitario a las personas refugiadas y a las desplazadas por las guerras y las crisis climáticas.

Cambiando este gasto militar podemos prever una política exterior que privilegie la diplomacia sobre la guerra. Debería empezar por proteger los éxitos diplomáticos del presidente Obama: el acuerdo nuclear con Irán, la normalización de las relaciones con Cuba y el acuerdo sobre el clima de París. Son elementos fundamentales del legado de Obama, pero están amenazados por Trump y un Congreso controlado por los republicanos.

Campañas similares de perfil alto y con una fuerte inversión en favor de la diplomacia en vez de la guerra y el militarismo se deberían emprender respecto a Siria y en general Oriente Próximo, y reflejar las a menudo citadas palabras de Obama (aunque a menudo ignoradas) reconociendo que “no existe una solución militar”. Se debería empezar por retirar las fuerzas militares estadounidenses y detener los ataques aéreos, se debería seguir con un compromiso serio con otras potencias regionales y globales (en primer lugar, Rusia) para acabar la guerra en Siria. Estados Unidos y Rusia tienen que apoyar un alto el fuego permanente y presionar a sus respectivos aliados (Arabia Saudí, Turquía, Jordania, Qatar, Emiratos Árabes Unidos y la oposición siria armada por una parte, y los gobiernos sirio e iraní, y Hezbolá por otra) para que acuerden un embargo total de armas a ambos bandos. Impedir que nuestros aliados regionales envíen armas estadounidenses a Siria (y detener la guerra saudí contra Yemen) fortalecería la capacidad de Washington para persuadir a Rusia de que lleve también a cabo esta desescalada.

En Israel/Palestina una nueva política exterior basada en la justicia significaría reconocer que ha sido un fracaso estrepitoso el organizado por Estados Unidos “proceso de paz”, que se basa en una solución de dos Estados y se arrastra desde hace casi un cuarto de siglo. La fuerza cada vez mayor del movimiento a favor de los derechos de los palestinos en Estados Unidos (y, a consecuencia de ello, el cambio en el discurso popular estadounidense acerca de esta cuestión fundamental) ofrece una oportunidad sin precedentes para que los líderes políticos reformulen la política estadounidense de manera que coincida con la opinión pública. Los políticos podrían dejar en manos de la Asamblea General de la ONU el control de la diplomacia en esta cuestión y poner fin al apoyo que Washington presta al apartheid y la ocupación israelíes, y respaldar, en cambio, una política basada en el derecho internacional, los derechos humanos e igualdad, sin privilegiar a las personas judías o discriminar a las no judías.

Hasta el momento la política exterior de Trump es extremadamente opaca, pero nuestra propia política exterior progresista sigue siendo clara: es una política basada en la justicia, el internacionalismo y los derecho humanos. Ningunas elecciones pueden cambiarla.

Corrección: en la lista de aliados de Estados Unidos y Rusia en la guerra civil siria un error del director de esta revista omitió uno de los aliados de Moscú, el gobierno sirio. El texto se ha actualizado. Pedimos disculpas a la autora.

Phyllis Bennis es directora del Proyecto Nuevo Internacionalismo del Institute for Policy Studies e investigadora asociada del TNI y del Institute for Policy Studies de Washington DC. Phyllis está especializada en política exterior estadounidense, especialmente respecto a Oriente Próximo y las Naciones Unidas, organización donde trabajó como corresponsal de prensa durante diez años. Actualmente colabora también como asesora especializada de varios cargos de alto nivel de la ONU sobre cuestiones relacionadas con Oriente Medio y la democratización de la ONU. Es columnista habitual en varios medios y autora de muchos artículos y libros, sobre todo centrados en Palestina, Iraq, la ONU y la política exterior de los Estados Unidos. Entre sus últimos libros, cabe destacar: Understanding the U.S.-Iran Crisis: A Primer (Interlink, 2008), Ending the Iraq War: A Primer (Interlink, 2008), Understanding the Palestinian-Israeli Conflict: A Primer (Interlink, 2007), Challenging Empire: How People, Governments and the UN Defy U.S. Power (Interlink, 2005). Véase la traducción al castellano de su obra Desafiando al Imperio, https://www.tni.org/sites/www.tni.org/files/download/Desafiando_al_Imperio-PRINT.pdf

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