martes, 24 de enero de 2017

El interminable aprendizaje de la escritura, que termina con uno mismo


Rebelión

Por Mario Hernandez

Había nacido el 12 de diciembre de 1928 como Marcos Ribak Schatz, hijo de inmigrantes obreros –de madre ucraniana y padre polaco–; pero para sus lectores fue, es y será por siempre el seudónimo que adoptó, Andrés Rivera, por haber vivido en la calle Andrés Lamas y haber leído La vorágine de José Eustasio Rivera. En ese hogar de militantes comunistas donde creció no faltaban los libros. Su itinerario lector se inició con Los miserables de Víctor Hugo, la trilogía Manhattan Transfer de John Dos Passos y El sonido y la furia de William Faulkner. Después, por recomendación de su tío materno trotskista y tipógrafo, Felipe Schatz, llegó a El juguete rabioso, Los siete locos y Los lanzallamas, de Roberto Arlt. 
Trabajó como obrero en una fábrica de Villa Lynch, donde aprendió el oficio de tejedor, entre 1950 y 1957, donde fue elegido por sus compañeros, todos peronistas, secretario de la comisión interna. Entonces se había casado con Reneé Dana, una militante del PC, con quien tuvo a sus dos únicos hijos: Carlos y Jorge. 
En 1957 empezó a trabajar en el diario del PC La Hora, donde se vinculó con Juan Gelman, Juan Carlos Portantiero, José Luis Mangieri y Roberto “Tito” Cossa, entre otros camaradas de ruta. Ese mismo año, a los 29 años, publicó su primera novela, El precio, en la editorial Platina de Bernardo Edelman, también miembro del Partido Comunista. Los años 60 fueron tiempos difíciles. Llegó la expulsión del PC, acusado de “nacionalista burgués”, “enemigo de la clase obrera” y “populista”, por escribir un “mal” cuento, “Cita”, dedicado a Gelman y a Portantiero –también expulsados del partido previamente por abrazar el maoísmo– y por publicarlo en La Rosa Blindada, la editorial de otro expulsado: José Luis Mangieri. Pronto se separaría de la madre de sus hijos y hacia fines de esa década se uniría a Susana Fiorito, su compañera desde entonces, con quien abriría una biblioteca popular en un barrio obrero y el centro de documentación de historia de la clase obrera Pedro Milesi. Entre el 70 y el 74 vivió en Córdoba y fue testigo privilegiado de las luchas obreras de Sitrac-Sitram. La pareja tuvo que regresar a Buenos Aires porque Carlos, el hijo mayor de Rivera se enfermó de cáncer y murió poco tiempo después.

Del 1974 al 1981 trabajó en El Cronista Comercial, donde firmaba como Pablo Fontán. “Yo no quería publicar por dos razones. Primero: ningún editor habría querido hacerlo. Segundo: si publicaba, iba a dar lugar a equívocos peligrosos. Pero escribí: Nada que perder y Una lectura de la historia, dos libros que se publicarían más tarde. Allí estaba el trabajo de diez años de silencio forzado. El mismo silencio que le ocurrió a muchos”, reflexionaba Rivera que volvería al ruedo de la publicación, luego del regreso de la democracia, con En esta dulce tierra (1985), que obtuvo el Segundo Premio Municipal de Novela. En esos años leyó que Juan José Castelli, “el orador de la revolución”, murió de un cáncer en la lengua. Esa pequeña semilla, algo leído como al pasar, disparó una de sus más grandes novelas: La revolución es un sueño eterno, obra por la que obtuvo el Premio Nacional de Literatura en 1992.

Durante la década del 90 Rivera publicó novelas y cuentos: El amigo de Baudelaire (1991) La sierva (1992),Mitteleuropa (1993), El verdugo en el umbral (1994), El farmer (1996), que fue adaptada recientemente al teatro por Pompeyo Audivert y Rodrigo de la Serna; La lenta velocidad del coraje (1998), El profundo sur (1999) y Tierra de exilio (2000). La última etapa de su producción se prolonga otra década más con Ese manco Paz (2002), en la que rescata la olvidada figura del general José María Paz; Cría de asesinos (2004), Esto por ahora (2005), Punto final(2006), Por la espalda (2007), Traslasierra (2007), Estaqueados (2008), Guardia Blanca (2009) y Kadish (2011), su última novela de tan sólo 67 páginas. “La nouvelle es el modo que tengo para expresarme. El que necesita cerca de doscientas páginas, debería limpiar la mitad”, sugería Rivera y admitía que quizá había publicado demasiado y que no había sabido retener algunos materiales.

Hasta la victoria siempre, compañero Andrés Rivera y que la revolución sea un sueño eterno. 

Fragmentos de la charla ofrecida por el escritor Andrés Rivera el 13 de agosto del 2011 en la Biblioteca Popular “Eduardo Martedí” (Pasco 555) del barrio de Balvanera (CABA)

Desgrabación y Edición: Mario Hernandez 
Literatura comprometida   
Uds. saben que se habla de literatura comprometida. Esa expresión se acuñó -a mi juicio-, cuando Jean Paul Sartre entró decididamente en el campo político e ideológico. El dio pie a este término: literatura comprometida, expresión a la que algunos hemos y seguimos adhiriendo.

En la literatura argentina, la narrativa siempre estuvo comprometida. Les voy a leer dos o tres títulos como ejemplo:El Matadero de Esteban Echeverría, Amalia de José Mármol y “Emma Zunz” (cuento incluido en el libro El Aleph) de Jorge Luis Borges.

Ahí está parte de nuestro pasado y el Borges que nos quieren vender. El mismo que escribió “Emma Zunz”, que es un cuento comprometido política e ideológicamente.

Amalia de José Mármol está escrita por un unitario. Un enemigo declarado de Juan Manuel de Rosas, a quien no se trata de reivindicar, porque a mi juicio fue el mayordomo de los grandes hacendados y terratenientes bonaerenses que siguen hoy. Basta asomarse a la Sociedad Rural y ahí están, formando parte de la Mesa de Enlace cuatro o cinco apellidos de origen italiano. Pero detrás están esos grandes hacendados que vienen desde la inconclusa Revolución de Mayo. Son los que intentó combatir Moreno, los que enfrentó Castelli y los que erigieron a Rosas como su representante político e ideológico, al punto que no es osado afirmar que La Mazorca fue el primer Grupo de Tareas que conoció el país.

Las organizaciones de Derechos Humanos contabilizan 30.000 desaparecidos, y hablan de los Grupos de Tareas. La Mazorca fue un Grupo de Tareas. Inauguró el universo de los Grupos de Tareas que tienen nombre y apellido, varios, voy a dar solamente dos: Emilio Eduardo Massera y Ramón Camps, que fue Jefe de la Policía de la Provincia de Buenos Aires. Para no hablar de todos aquéllos que mandaron al exilio o a la muerte, a miles y miles de argentinos. Esto habla también de cuán fuerte es la tradición de la literatura comprometida argentina con los títulos que acabo de leerles.

No hay otra para los intelectuales argentinos. No hay posibilidades de evadirnos del mundo en el que vivimos. 

El panorama actual 
Personalmente soy un privilegiado. ¿Sólo porque no vivo miserablemente? No, vivo muy bien. El Premio Nacional de Literatura me proporciona una cantidad respetable de dinero mes a mes. Creo que se equivocaron cuando me dieron el premio, no se dieron cuenta y ahí está.

Entonces, pienso qué ocurre hoy, después de esta breve enunciación de nuestro pasado, en la literatura de ficción. En primer lugar hay que destacar un hecho: hace décadas que desaparecieron esas editoriales argentinas que fomentaban el libro y daban pie para que los jóvenes escritores, que por primera vez debutaban con sus inéditos en el mundo real de la ficción, pudieran hacerse conocer. Hoy eso ha desaparecido. Hoy los escritores e intelectuales argentinos enfrentan o tocan el timbre en grandes editoriales españolas, que se han expandido por todo el país. Hoy es muy difícil encontrar sellos jóvenes, llevados adelante por argentinos -y no pretendo hacer reivindicaciones criollas- y con la mira puesta en expandir los libros de autores argentinos.

Por cierto, los representantes políticos del Estado Nacional se preocupan de otros asuntos, menos de la cultura. No hay una editorial que esté sostenida por los representantes políticos del Estado, que con participación de escritores argentinos, pueda abrirles las puertas a aquéllos que por primera vez incursionan en el mundo de las letras. Este es un panorama, me animo a decir, desolador.

Décadas atrás, se dio el fenómeno, que escritores jóvenes armábamos editoriales. Yo participé de una de ellas junto al poeta Juan Gelman y algunos otros. La llevamos adelante yendo por las librerías de la calle Corrientes, distribuyendo nosotros los libros, llevándolos a los diarios para que hicieran alguna nota y vendiéndolos a nuestros amigos, a conocidos, al médico que nos atendía. Eso ha desaparecido. Hoy las librerías de la calle Corrientes también son grandes centros de venta de libros. Es difícil encontrar libreros que tengan opinión propia sobre los libros que venden. Están exhibidos en mesas que dicen ‘novedades’, otras aluden a los libros argentinos recién aparecidos y luego la literatura norteamericana y alguna francesa que llega poco. Acá todavía se siguen vendiendo a los escritores norteamericanos, cosa que no me parece nada mal. Debo decir que si hubo una literatura que me influenció, que pesó en mi trabajo de autor de narrativa, fue la norteamericana. Puedo citar dos nombres, que a Uds. no les van a resultar ajenos: William Faulkner, el autor de El sonido y la furia y Ernest Hemingway, autor de algunos cuentos realmente notables y de novelas muy flojas como Por quién doblan las campanas, donde puso en juego su compromiso con la República Española y su liberalismo avanzado. Recuerden que Hemingway se suicidó y hay fotos que lo muestran abrazándose con Fidel Castro. Creo que su último libro, El viejo y el mar, lo escribió en Cuba donde tenía una vivienda que había comprado con los ingresos que le reportaban la venta de sus libros.

Hay desatención del Estado, las grandes editoriales son de origen español y no hay movimientos de escritores jóvenes, que lleven una tarea de difusión de su propia obra o la creación de sellos editoriales. Un trabajo que realmente significa mucho esfuerzo para colocar lo que producen. Este es el panorama que les puedo ofrecer, de hecho es lo que a mi juicio existe y forma parte de la realidad argentina. 
La literatura argentina cuenta con buenos narradores 
Voy dar dos nombres: Juan José Saer y Ricardo Piglia. Sobre la obra de Eduardo Belgrano Rawson, creo que es muy buen escritor, que parece sentirse cómodo en San Luis y ha producido poco, pero insisto, se encuentra entre los mejores narradores de la actual literatura argentina.

En cuanto a mis libros, particularmente puedo reivindicar La revolución es un sueño eterno y El farmer, porque implicaron para mí una tarea singular que requirió un gran esfuerzo.

No soy para nada un admirador de Rosas, pero me tuve que poner en su piel cuando escribí El farmer, no traicionarme, es decir, que aquello que representó Rosas en su tiempo no me inhibiera de ponerme en su piel y hablar como si fuera él. Creo que lo logré. Esos dos libros son los que puedo defender y de los que mi memoria conserva una impresión gratificante.

Escritores como Belgrano Rawson, como yo, como Saer en su momento, no pueden esperar otra cosa que reuniones como éstas, en que de pronto se pone de pie un lector y te habla de algo que a uno le es familiar, menciona un título que también lo es, y entonces la memoria te golpea como una campana diciéndote: ‘acordate que esto lo escribiste vos’. Realmente es para agradecer que haya lectores que digan que un título o un libro que uno ha escrito le ha enseñado mucho. Yo nombré a Faulkner, a Hemingway, porque la primera versión de El precio (1957), diría que tenía una impronta faulkneriana abusiva, abundante, excesiva. La nueva versión que corregí es otra cosa, forma parte de este interminable aprendizaje de la escritura, que termina con uno mismo. 
Ahora, estoy en un momento que puedo decir con Borges, que no leo, releo. Eso es lo que hago, releo textos que ya he leído, vuelvo a poner los ojos sobre algunos cuentos de Hemingway, sobre algunas páginas de Faulkner, sobre algunos textos que aparecen en los diarios, y por los cuales me entero qué opinan ciertos escritores argentinos o no. Y dónde están parados en este mundo, dónde se ubican, con quiénes o contra quiénes están, porque siempre se está contra algo. Un escritor nunca es neutral. 

Cuando me animo a recorrer desde Callao hasta el Obelisco las librerías de la calle Corrientes, y me paro en el umbral de algunas de ellas y miro a su interior, a ojo de buen cubero, digo: ‘Hay como 5.000 libros que no voy a leer nunca’. Alguna vez esa reflexión me resultó casi aterradora. Hoy la mía no es la resignación de aquél que pone la otra mejilla para la otra bofetada, pero es realmente imposible. 

No vivo de los talleres de escritura 
Tengo mi puerta abierta para aquéllos que me traen sus textos y yo respondo, pero no vivo de los talleres de escritura. No quiero que mis ingresos vengan de ese mundo, es decir, de un mundo cruzado por la ansiedad, por el deseo de saber, de aprender, pero con una necesidad muy intensa de salir a la luz. Yo no comulgo con eso. Mis ingresos provienen de mis derechos de autor, del Premio Nacional de Literatura y de los anticipos de la Editorial Planeta, uno de los grandes sellos de origen hispánico. 

Tacho lo que he escrito porque releo al día siguiente 
La mañana me concede toda la frescura que dan 5 o 6 horas de sueño, un buen desayuno y me pongo a escribir. A veces escribo 5 o 6 páginas de un cuaderno, porque escribo a mano, y otras, cero. Tacho lo que he escrito porque releo al día siguiente. Son recomendaciones de escritores como Faulkner y Hemingway; “que uno no termine un capítulo, sino que lo deje a terminar, para poder retomarlo bien al día siguiente”. Leo lo que escribí el día anterior y puedo tacharlo o no, puedo limpiar, a esa tarea me someto con muchísimo placer. 

Yo no leía a Borges 
Por azar conocí a la novia de Borges, Estela Canto, no María Kodama. Estela tiene un libro que se titula Borges a contraluz. Estela Canto fue una novelista exquisita y su hermano, Patricio, fue el traductor de la novela de Norman Mailer que lo llevó al éxito editorial: Los desnudos y los muertos. Patricio Canto era tan buen traductor que se hizo cargo del slang, del lunfardo de los afroamericanos. Estela y su hermano Patricio, venían de una familia uruguaya que había perdido su fortuna. Vivían juntos en un departamento de la calle Tacuarí. Un día, Estela perpetró una de esas audacias que siempre se le reprochó en la Revista Sur, que dirigía y fundó Victoria Ocampo; ingresó a La Hora, un matutino editado por el Partido Comunista. Ahí la conocí a Estela, a quien interpelé de un modo muy brusco: -‘Y vos, ¿quién sos?’.

Estela que tenía un cuello muy grácil, giró la cabeza hacia mí y me dijo con una dulzura que bordeaba el desprecio: -‘Yo soy Estela Canto’.

Nos hicimos muy amigos y ella rompió con uno de mis prejuicios, me incitó a que leyera a Borges a quien yo no leía por una razón ideológica, ya que el Partido Comunista lo había puesto, digamos, en penitencia, en un cono de sombra. Estelita me convocó a que lo leyera, luego me dio sus libros que son cartas que se enviaban y espléndidas fotografías de ambos. Ahí descubrí a Borges. Voy a decir una sola de las cosas que Borges me entregó generosamente con sus libros: me enseñó a adjetivar.

A Borges hay que leerlo todo. Cuando lo releo siempre descubro algo distinto y puedo incorporarlo a mi propia mochila. 

-¿Qué me quiere decir con referentes ideológicos?  

Leí con mucho placer a Marx y Engels. Para aquéllos que quieran llevar adelante un ensayo que se respete a sí mismo, basta con leer La situación de la clase obrera en Inglaterra, uno de los primeros libros de Engels. Cualquiera de nosotros lo puede leer. Ud. lee el Manifiesto Comunista, y el mismo, está escrito bellamente. Deje de costado la ideología. Son datos de la realidad. He leído a Gramsci, sus Cartas desde la cárcel, y son realmente notables. Mussolini supo lo que hacía cuando lo encerró y lo dejó morir en la cárcel. 
A Isaac Babel (1894-1941) lo liquidó la burocracia estalinista. Era un escritor realmente notable. El mundo estalinista ahogó todas las expresiones de una literatura que debería haber sido heredera de los grandes escritores rusos del siglo XIX, comenzando por Chéjov. 
No suena la Marcha Peronista con la Presidenta Cristina Fernández de Kirchner 
Hoy es difícil localizar en eso que se llama clase obrera, un mundo que enfrente a la estancia, a lo que simboliza la Sociedad Rural. ¿Qué es hoy la clase obrera? ¿Quiénes se identifican como sus representantes políticos e ideológicos en este país? El peronismo ya no, porque ni siquiera la Presidenta de la Nación habla del peronismo. Por cierto, en la Casa Rosada, tienen un salón donde hay un retrato de Perón y Eva Perón, ineludibles, pero no suena la Marcha Peronista con la Presidenta Cristina Fernández de Kirchner.

Es un Poder Ejecutivo, comenzando por la Presidenta, “muy diplomático”. Ingresan todos, los torturadores y los torturados. También he visto en la TV el retrato de la dirigente socialista Alicia Moreau de Justo. 

Cuestiones personales 
Yo conocí a Pirí Lugones. Ella tiene, a mi juicio, una frase inmejorable: ‘Soy la nieta de un poeta y la hija de un torturador’. Su padre que también se llamaba Leopoldo. Pirí era la responsable de la desaparecida librería de Jorge Alvarez que estaba en la calle Talcahuano. Hace décadas, caminando, me la encontré en Talcahuano y Corrientes. Pirí era una mujer de una notable belleza y muy imperativa. Me dijo: ‘¿Qué hacés vos por acá? Y le respondí: ‘Camino, Pirí’. Entonces me dijo: ‘Vení’ y paró un taxi para llevarme a su departamento de la calle Rivadavia. […] realmente era un placer estar con Pirí. Después la mató la dictadura. Era realmente muy coqueta, demoraba dos horas para arreglar su pelo, los colores de su cara. Cuando ingresa a Montoneros -yo alcancé a verla una sola vez-, tenía la cara de una monja, limpia, pálida, desprovista de todo maquillaje y se manejaba con un tono enfático, de dogma. Pirí estaba comprometida hasta la muerte con la propuesta de Montoneros. Y la mataron. 
Yo no he sido torturado. Vivía en Córdoba y salvé mi vida cuando un “señor” que se llama Luciano Benjamín Menéndez, apuntaba sus fierros para hacer de Córdoba un mundo feudal y silencioso. Salí de Córdoba para Buenos Aires porque mi hijo mayor enfermó. Embarqué para Buenos Aires. El muchacho murió y yo salvé mi vida. 
Yo tengo mucha cautela cuando aludo a la ternura, porque es una expresión, como cariño u otro sinónimo, que se expresa muy poco en la vida cotidiana. Ud. sale al umbral de su casa y con la persona que transita por la vereda solo habla de sus relaciones con el dinero. Que necesita dinero para esto y aquello, un préstamo y así. La ternura se refugia en consecuencia en los ámbitos privados donde puede desplegarse o no.

La pereza yo no la veo. Es una elección de cómo escribir, de la que me hago cargo y trato de mejorar en la medida que escribo. Mi último libro es Kadish y habrán advertido que no llega a las 70 páginas. Tengo que agradecer al editor de Planeta que me la publique. 
A David Viñas le debe haber estallado el corazón porque la dictadura le mató dos hijos cuando estaba en el exilio. Sin embargo, retornó y escribió. Hay que ubicarlo entre esa reducida falange de escritores argentinos que todavía el mundo puede reivindicar. 

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