viernes, 13 de enero de 2017
La CIA y una insólita operación contra Donald Trump
Por Alberto López Girondo
La Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos, la tan célebre como tenebrosa CIA, parece inmersa en otra de sus ancestrales costumbres: la de elaborar estrategias para derrocar presidentes poco amigos “de la casa”. O al menos eso denuncian muchos cronistas que no se creen eso de que Rusia intervino en las elecciones de Estados Unidos a favor de Donald Trump en un inédito resabio de la guerra fría. Sin embargo, el pedido de investigar una posible incursión cibernética de expertos de Moscú es apoyado hasta por líderes del mismo partido por el que compitió el polémico empresario inmobiliario.
Paul Ryan, presidente de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, fue candidato a vice de Mitt Romney en 2012 y es uno de los favoritos del Tea Party, el grupo más radicalizado dentro del partido republicano, lo que no es poco decir. A regañadientes –como muchos otros republicanos- aceptó que Donald Trump hubiera sido el aspirante a la Casa Blanca y se supone que lo votó por disciplina partidaria aunque con un broche en la nariz.
Ahora se sumó al abanico de dirigentes que rechazan las nuevas alianzas que “su” presidente electo quiere establecer con Vladimir Putin. Y es uno de los conservadores que se sumó al pedido de investigación de espionaje ruso en los comicios estadounidenses que la CIA viene fogoneando en sordina desde hace meses.
Un caso que, de ser verdad, implicaría no solo un escándalo internacional sino que debería poner al país en pie de guerra. Trump, sin embargo, dobló su apuesta y nombró a alguien que conoce muy bien a Putin y negoció infinidad de veces con él, como el CEO de ExxonMobil Rex Tillerson para la secretaría de Estado.
Quema esos mails
Desde sectores políticos de izquierda y principalmente desde rincones libertarios de tendencia pacifista, sin ser “trumpistas” sostienen que hay en danza una colosal operación del servicio de inteligencia que se inició en mayo con la intención de limar el apoyo ciudadano al mediático empresario. Y ahora, elucubran, buscan quitarle apoyos en el colegio electoral. Es bueno recordar que Hillary Clinton obtuvo más de 2,6 millones de votos que Trump, aunque tiene 232 electores contra 302 del republicano.
Justin Raimondo, un “paleolibertario antibélico”, es agudo en la ironía: “la CIA está a la altura de sus viejos trucos, derribar un gobierno democráticamente elegido. Solo que esta vez es nuestro gobierno”.
El 18 de mayo, cuando las primarias estaban a pleno y Trump venía arrollando entre los republicanos, el director de Inteligencia Nacional del gobierno de Barack Obama, James Clapper, denunció una serie de ataques informáticos contra los dos partidos y adelantó que “a medida que la campaña avance probablemente sabremos mucho más” sobre el asunto.
Un mes más tarde, una empresa de ciberseguridad contratada por el Partido Demócrata señaló como posibles responsables del robo de datos del sistema informático a “los poderosos y muy capacitados servicios de inteligencia del gobierno ruso”.
Al otro día de la nominación de Trump, el 22 de julio, WikiLeaks publicó cerca de 44.000 mails y unos 18.000 documentos pirateados al Comité Nacional Demócrata (CND).
WikiLeaks entra en el juego
No fue sino hasta octubre, en plena disputa electoral entre Clinton y Trump y a un mes de la elección, que Clapper denunció que detrás de los ataques estaba Moscú. Desde entonces WikiLeaks fue poniendo en la web correos electrónicos de la cuenta personal del director de campaña de Clinton, John Podestá, que afectan especialmente a la aspirante a la Casa Blanca por las maniobras que expone para llegar al poder y por su responsabilidad en el uso de servidor oficial para mandar información privada.
Algunos de esos mails demuestran que la esposa de Bill Clinton estaba muy preocupada por el avance de Bernie Sanders en la interna demócrata y desnuda oscuras estrategias para atacar al senador por Vermont. La defesa del CND fue decir que los mismos que habían atacado al comité son los que hackearon las cuentas y las filtraron a WikiLeaks.
Tras la confirmación del triunfo electoral de Trump, desde la comisión de Inteligencia del Senado estadounidense se comenzó a menear la idea de investigar si hubo intervención de Rusia en el comicio para beneficiar al empresario. Y este último fin de semana el Washington Post y el New York Times se hicieron eco de un informe de la CIA que afirma que el gobierno ruso quiso ayudar a Trump publicando los correos hackeados a Podestá y al CND.
El Post, incluso, asegura –siguiendo la línea indicada por el dossier de la CIA- que espías ligados a Rusia entregaron los correos pirateados a WikiLeaks. Y agrega, citando a un alto funcionario estadounidense al que deja en el anonimato, que “la opinión de consenso” en la agencia es que “el objetivo de Rusia era favorecer a un candidato sobre el otro, ayudar a Trump a ser elegido”.
Por las dudas, el diario aclara líneas abajo que esa información es apenas una evaluación de una de las 17 agencias de Estados Unidos y que no hay pruebas de quienes serían los funcionarios rusos que ordenaron filtrar la información a WikiLeaks. El mandatario electo, como era de esperar, rechazó las conclusiones del informe de inteligencia y las calificó de ridículas. "No saben si fue China, Rusia u otro", aseveró. Y golpeó en un lugar que duele en las mentes mejor pensantes de Estados Unidos: “Son los mismos que dijeron que Saddam Hussein tenía armas de destrucción masiva”.
¿Pirateo o filtración?
La primera gran desmentida sobre la información partió desde la embajada ecuatoriana en Londres. Allí el asilado creador de WikiLeaks, Julian Assange, declaró que la fuente de los documentos publicados por el sitio no es ningún agente ni intermediario ruso.
A favor de los dichos de Assange intervino Craig Murray, un diplomático, académico y bloguero británico que fue por casi dos años embajador de Londres en Uzbekistán, hasta que fue depuesto por decir cosas inconvenientes para la política de la corona como que el uzbeco era un régimen fascista. Ahora Murray reveló que no hubo hackeo en la difusión de los correos. Más aún, tras aclarar que hay una diferencia sustancial entre piratear y filtrar, asegura que la información que supuestamente benefició a Trump salió de Langley, la sede de la CIA. Y afirma que conoce al “garganta profunda” que llevó el material a WikiLeaks. Que obviamente no es ruso, recalca.
El nuevo enemigo público
Varias preguntas surgen a partir de todo esto. Una es por qué desde la agencia e incluso entre quienes proponen investigar el caso desde el Congreso -ligados al partido republicano muchos de ellos- quieren ir contra Trump. La periodista independiente Marcy Wheeler, experta en temas de seguridad y defensora de las libertades civiles, percibe que las nuevas alianzas que pretende Trump incomodan a la gran corriente de pensamiento e intereses creados en torno de la política exterior estadounidense en varias décadas.
Y un punto clave sería el Medio Oriente, ya que el acercamiento a Putin implica correrse de la intervención en Siria, donde Moscú es el principal sostén de Bashar al Assad. Por otro lado, la relación con el régimen de Arabia Saudita cambiaría radicalmente, lo que dejaría a la CIA fuera de foco en esa región y complicaría una relación tortuosa pero beneficiosa para las necesidades estratégicas de Washington.
“La CIA tiene una relación de larga data con Riad y juntos han trabajado asiduamente no sólo para derrocar a Al Assad en Siria, sino para forjar una alianza sunita ´moderada´ que vigile la región mientras establece a los saudíes como hegemón regional”, sostiene Wheeler.
Esto explicaría algunas de las razones para ir contra el inefable Trump y también para haber planteado la operación cuando todavía se podía minar el apoyo al empresario en la interna partidaria y luego cuando se lo podía derrotar en la presidencial. La otra cuestión sería porqué con el resultado puesto seguir batiendo ese parche.
El que ensaya una respuesta es Raimondo. El 19 de diciembre se reúne el Colegio Electoral que debería ungir a Trump. Los que se oponen a su nominación podrían tener en este informe de la CIA –que bueno es decirlo, carece de fuentes identificadas y no generó una protesta encendida de Obama ni de su canciller John Kerry- una buena excusa para abstenerse o votar por otro, que no necesariamente debería ser Hillary Clinton.
La opción es la que desliza Paul Craig Roberts, ex funcionario del Tesoro en el gobierno de Ronald Reagan y encendido opositor ahora a la limitación de derechos que se extendió en Estados Unidos desde el 2001. “Si los oligarcas neoconservadores o de seguridad militar están dispuestos a actuar tan públicamente en violación de la ley contra un presidente entrante que podría acusarlos y someterlos a juicio por alta traición, ¿no estarían dispuestos a asesinar el presidente electo?”.
Inquietante pregunta para una nación que ya sabe de qué se trata eso.
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