martes, 3 de enero de 2017
“Lo que me pagan no me ajusta ni para la comidita”
Por German H. Reyes R.
Foto: Kirstin Garrison
La vida de una aseadora, madre soltera de dos hijas, trabajando de 6 p.m. a 6 a.m. entre las plagas de un hospital público. Si se enferma ahí mismo tendrá que buscar tratamiento porque su patrono está moroso en el Seguro Social.
Son las cinco de la tarde del martes uno de noviembre de 2016, es un día nublado y la penumbra ha comenzado a cubrir Tegucigalpa. Suyapa Martínez sale apresuradamente de su humilde casa en la colonia Los Pinos, y con beso se despide de su hija Kenia, de once años. “Hasta mañana hija”, le dice, y apresura el paso para alcanzar el bus urbano que espera en la estación. (Para protegerlas, el nombre de las aseadora y sus hijas que usamos en esta nota no son sus nombres reales.)
La mujer con vestido verde olivo, medias blancas y zapatos negros sube al bus que la conduce a las cercanías de su centro de trabajo. Ella es empleada de una empresa privada de limpieza y labora como aseadora de un hospital público de la capital donde es obligada a trabajar jornadas laborales superiores a las legalmente establecidas. Su trabajo es de 6 de la tarde a 6 de la mañana, limpiando las bacterias que proceden de los enfermos y los desechos riesgosos que produce el hospital.
Por varios años esta empresa ha mantenido contratos en diversas instituciones del estado pese a que—tal como pasa con muchas empresas del rubro de limpieza—existen numerosas denuncias en su contra en el Ministerio del Trabajo por supuestas violaciones laborales.
Suyapa es madre soltera y tiene dos hijas: Kenia de 11 años y Maritza de 18, las dos estudian y ella sabe que solo esforzándose al máximo puede sacarlas adelante. Suyapa conoce sus derechos y es consciente que la están explotando, pero no reclama lo que justamente le corresponde por temor a perder su trabajo.
El horario en que Suyapa labora el Código de Trabajo lo clasifica como jornada nocturna y “La jornada ordinaria de trabajo nocturno no podrá exceder de seis horas diarias y 36 a la semana”, establece el Artículo 322 de esta Ley. En otras palabras, si en Honduras hubiera justicia, Suyapa no tendría que trabajar hasta las seis de la mañana sino hasta las 12 de la noche, pero lamentablemente el abandono gubernamental la obliga a ella y a miles de trabajadores más a soportar los atropellos que a sus costillas benefician al empresario, a las instituciones del Estado que reciben más servicios de lo que deberían recibir por el dinero que pagan, y posiblemente a funcionarios corruptos que adjudican los contratos.
De las 12 de la noche a las 6 de la mañana, Suyapa carga con una jornada de trabajo que debería hacerla otra empleada por un salario distinto al que ella devenga.
No es por casualidad que Suyapa esté mal de salud porque ella se desvela todos los días y aparte de no alimentarse bien también se expone a un ambiente plagado de bacterias, virus y enfermedades. Trabaja en una empresa grande que mantiene contratos con varias instituciones del Estado y pese a que según la Ley debería ganar mínimamente 8,626.31 lempiras al mes, su patrono solo le paga 6,800 lempiras—1,826.31 menos del salario mínimo establecido legalmente para el 2016.
Es notorio que Suyapa no se encuentra bien, pero tratando de esconder su realidad de su rostro que refleja el cansancio que como producto de las extenuantes jornadas se ha venido acumulando en su cuerpo, sale un remedo de sonrisa, frota sus manchadas y callosas manos y en tono suave dice, “lo que me pagan no me ajusta ni para la comidita”, mueve los dedos de sus manos y comienza a contar, de los 6,800 “solo me dan 6,400 por las deducciones”.
Del su salario a Suyapa le deducen 400 lempiras como cuota para tener derecho a la asistencia médica que requiera del Seguro Social, pero ese dinero la empresa se queda con él.
Hace ochos meses, Suyapa se enfermó y los médicos dictaminaron que necesitaba ser intervenida quirúrgicamente. Ella fue al Seguro Social, pero allí le negaron la atención porque su patrono estaba moroso con el centro asistencial. Esa situación la obligó a ir a un hospital público y su patrón únicamente le pagó los días que dejó de trabajar. Seis meses después, Suyapa fue nuevamente intervenida, la empresa se negó a pagarle su incapacidad, ella les reclamó y en represalias le cambiaron su rol de trabajo.
Antes, Suyapa trabajaba en el día de 6 de la mañana a 6 de la tarde, pero inesperadamente la trasladaron al turno de la noche, con el mismo salario y con mayor cantidad de horas de trabajo. Es por eso que en la actualidad su jornada laboral es de 6 de la tarde a 6 de la mañana.
La supervisora estaba enojada conmigo porque yo peleo mis derechos y después de haber venido de mi incapacidad, me hizo el cambio y yo siento que es como un castigo,” afirma Suyapa. Ella dice que le dieron el contrato para que lo leyera y que luego lo firmara, pero su escaso nivel académico no le permitió interpretarlo y así lo rubricó. Y “como uno no entiende mucho, solo lo firma”, sostuvo.
El cambio de horario ha perjudicado mucho a Suyapa, su salud se quebranta porque en el día no duerme bien “y fíjese que en la noche el sueño me domina y a veces momentáneamente me siento y cierro los ojos y la supervisora me regaña enfrente de mis compañeras”, aduce, en ese momento dos enormes lágrimas descienden por sus mejillas.
Los 6,400 lempiras que Suyapa recibe de salario deben ajustarle para comprar la comida, pagar alquiler de la casa, el traslado de a su trabajo, pago de energía eléctrica y agua potable y también para “las recargas del teléfono para llamar a mis muchachitas (sus hijas) que se quedan solas toda la noche”, expresa.
Añadió, que a los gastos anteriormente dichos también se suman las necesidades de ropa y zapatos, los útiles de la escuela de sus hijas y los materiales de higiene personal. Cifras oficiales que basadas en el monitoreo de precios del Banco Central de Honduras dio a conocer la Secretaría del Trabajo, indican que a junio pasado la canasta básica tenía un costo de 7,890.96 lempiras, 1,490.96 más de lo que gana Suyapa.
A eso se suma que el último trimestre Suyapa ha tenido que sobrevivir con dinero prestado, porque en la empresa donde trabaja le han retrasado el pago, pese a no tener más beneficios que su raquítico salario. Lleva dos años y medio laborando con la misma empresa, pero su contrato es temporal, una disciplina aplicada por una fuerte cantidad de empresas para asegurarse que el trabajador no tenga derecho a vacaciones, a décimo tercero y décimo cuarto meses de salario, bono escolar y demás prebendas contempladas en la Ley.
A inicios de 2016 el Hospital escuela universitario firmó contrato con la empresa para la cual Suyapa trabaja, vigente hasta diciembre de este año, pero con opción a ser prorrogado y en su cláusula 19 el tratado contempla que el proveedor, será responsable del pago de salarios “incluyendo horas extras, décimo cuarto mes, prestaciones laborales, vacaciones, cotizaciones al IHSS, al INFOP, RAP, Permisos, pagos de incapacidades, uniformes y otros que contemplan las leyes vigentes”, pero la situación de Suyapa y de sus compañeras es distinta a la que allí está planteada.
Su vida no es fácil, la miseria la rodea y siente que está sola. Hay ocasiones en que sus vecinos se niegan a prestarle dinero y en la pulpería tampoco le dan crédito. Pero “¿qué otra opción tengo?”, dice con un manantial de lágrimas que emanan sus ojos. De la bolsa de su uniforme saca un mugriento pañuelo que frota en sus ojos para después sacudirse la nariz.
Si se queja ante los jefes lo más seguro que tiene es perder su empleo, que nadie lo envidia por precariedad, pero a ella le sirve para sobrevivir.
La renovación constante de contratos de trabajo les permite a los empresarios despedir a los trabajadores sin la responsabilidad de pagarles las prestaciones laborales. Las autoridades saben que eso pasa, pero por complicidad o negligencia no hacen nada para evitarlo.
Pero las adversidades que sufre Suyapa no son lo suficientemente fuertes para doblegarla, lucha por sus hijas y resiste al flagelo, un sacrificio que ya le ha comenzado a dar buenos resultados. Maritza que es la mayor ha finalizado con éxito sus estudios secundarios y se alista para el examen de admisión que exige la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH) a quienes aspiran estudiar allí. Y Kenia, la menor, acaba de finalizar su sexto grado.
Para Suyapa es un triunfo que comparte con su familia y todos aquellos que se acercan a platicar. Cuenta y no acaba de todo lo que ha tenido que hacer y confía que dios la seguirá iluminando y dando fuerzas para seguir adelante.
Es por eso que todas las tardes Suyapa se pone su ya desteñido uniforme verde olivo, sus ya gastados zapatos negros y sale a paso ligero para alcanzar el bus que la conduce a su trabajo. No sabe cómo será su noche de trabajo, ni el recorrido que hará en el transporte público, la violencia es bárbara en esta ciudad, pero ella confía en Dios y le pide protección para regresar sana el siguiente día.
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