jueves, 29 de mayo de 2014
Leonardo Padura y la caja de Pandora
Ogún Guerrero
Por Jorge Ángel Hernández
Es difícil hallar una obra más orgánicamente crítica con la realidad del proceso revolucionario cubano que la de Leonardo Padura, antes y después de esa “verdadera paduramanía” que, según la periodista Astrid Pikielnik, se ha desatado tanto dentro como fuera de la Isla. Lo hallamos en su narrativa, en su periodismo y, además, en su casi siempre relegada ensayística. Y es Padura, también, uno de los pocos escritores cubanos que se ha sostenido ante los veleidosos embates del mercado sin sacrificar su calidad literaria. De ahí, pienso, que fuese precisamente él —o sea, su obra— quien marcara el hito del cambio de generación en el Premio Nacional de Literatura de Cuba. Es lógico, por tanto, que aseveraciones tan fuertes y arriesgadas por parte de un autor de tal repercusión y prestigio, desaten diversos modos de respuesta y llamen a la necesaria polémica. Entre las numerosas reacciones desatadas, todas atendibles por una u otra causa, buena parte insiste en reincidir en ciertos patrones absolutamente dependientes de las codificadas conductas de la Guerra Fría.
Así, por un lado, hay quien lo acusa de socavar el proceso revolucionario cubano, al tiempo que le exigen incluir factores clave de las circunstancias de Cuba que se hallan fuera de su propia capacidad de decisión. En tanto, otros ven en las críticas, o en las no coincidencias con las ideas de Padura, una coherente y bien articulada reacción. Juan Carlos Tabío, por ejemplo, se pregunta si “la bronca” es personal, en tanto Arturo Arango, dando una vuelta decisiva a la rosca de la especulación, considera que se trata de una especie de venganza, desarrollada a través de una organizada conspiración contra Padura, por haber concedido el Premio Nacional de Literatura posterior al suyo (el correspondiente al 2013) a Reina María Rodríguez. Paradójicamente, el propio Arango acepta como de total limpieza y merecimiento, tanto el Premio Pablo Neruda como el Nacional de Literatura, que a la misma autora recién se les otorgaran. O sea, que se trata de una opinión dependiente del prejuicio de sospecha que defiende como ecuménico, e incuestionable, el juicio de valor personal.
El llamado de Atilio Borón a Leonardo Padura se centra, no obstante, en unir a esa fuerza crítica —que el Diario La Nación intenta presentar como “tolerada” y no como asumida por la propia dinámica de transformación del proceso revolucionario cubano— circunstancias insoslayables ajenas a ese mismo proceso, como el bloqueo estadounidense, condenado por sucesivas sesiones de la Asamblea de Naciones Unidas, en aplastante mayoría aun en las más difíciles circunstancias de las relaciones internacionales cubanas y, sin embargo, nunca eliminado. ¿Decir esto es seroficialista y significa además dejarse tragar por las orientaciones del Partido? Callarlo, ¿no significa otorgar patente de corso a un poder hegemónico global, de concreta, objetiva —y no abstracta— imperialista expansión? Como puede apreciarse con la simple lectura del breve texto del sociólogo argentino «Padura en Buenos Aires», su llamado al silencio —tan polémico como el modo de Padura de extender el desencanto a toda su generación—, se fundamenta en el condicional reconocimiento de lo que, desde el poder multiplicado, se invisibiliza y se desvirtúa, no en permitir que se use el bloqueo como tapadera de la ineficiencia burocrática. El comentario es explícito al respecto. Y es parte además del escenario de la lucha librada por Atilio Borón durante toda su existencia, aun arriesgando su carrera intelectual cuando defendió ideas que fueron prudentemente desterradas del canon de consenso intelectual global.
Rodríguez Rivera, por su parte, defiende la posibilidad de elección ideológica del intelectual, sin que se le descarte, justo, por una etiqueta militante. También él ha enfrentado posturas oficialistas que se pretendían representación revolucionaria canónica, con absoluta valentía y, más importante, en el dominio público. Se trata de un intelectual coherente con cuyas ideas, en efecto, no tienen todos que coincidir ciento por ciento. ¿Es por ello Rodríguez Rivera el ariete de una conspiración fraguada contra Leonardo Padura y, más allá, contra Reina María Rodríguez? ¿No es, entonces, un acto de reacción intelectual el hecho de considerar a estos autores punta de lanza de una conspiración articulada y coherente? ¿No pretende, clara y públicamente, Arturo Arango, que sea unánime, y hasta parametrado por el Premio Neruda, el criterio de considerar a Reina María Rodríguez la indiscutible Premio Nacional de Literatura de 2013?
Otros, demuestran la evidente ecuación que equipara el regreso a la normalidad de Cuba, deseada por Padura en la conclusión de la entrevista a La Nación, aunque, justo es decirlo, con reticencia, con el retorno a un capitalismo imprescindiblemente dependiente. ¿No es parte de la aceptación de los poderes globales asumir la alienación capitalista como un estado natural? ¿Por qué podría ser más aceptable la dominación de la ideología del mercado, que la dominación de un proceso de transformación revolucionaria marxista? De ahí que, del mismo modo que Padura elige, otros puedan hacerlo, incluso ajenos a supuestos mandatos de partidos políticos.
Hay, pues, y lo digo con las letras que considero analíticamente precisas, una profunda contradicción ideológica en este cruce reactivo de bombas y petardos. Y hablo de ideología como una parte imprescindible de la cultura, no como un patrón de propaganda doctrinaria. Lo aclaro para cuando venga la andanada que de oficialista me acuse. Y llamo, de paso, a asumir un poco más de seriedad intelectual a la hora de confundir obra con persona. Para seguir aclarando, y disponerme al cierre de este comentario que ya se va extendiendo demasiado, pienso que siguen sin aparecer las verdaderas aristas a profundizar, aunque algo se esboce por algunos, como lo hace García Borrero en su epístola de respuesta —pública— a Tabío y Arango, y, en ese mismo post, con meridiana lucidez, el comentarista Carlos Olmedo. La caja de Pandora destapada revela, eso sí, hasta qué punto, quienes nos proclamamos rotundos defensores de la libre expresión, y del ejercicio crítico, estamos dispuestos a entender las ramificaciones transversales de esa crítica libre. No es difícil comprender hasta qué punto insistimos en hacer coincidir nuestros propios límites con los límites de extensión de la opinión pública y, sobre todo, de los cánones de percepción ideológica. Y ello, a partir de la más libre elección personal, sin que medien orientaciones espurias de ninguna índole.
He recogido el Dossier de la polémica en Ogun guerrero, para que puedan confrontarse todos los trabajos.
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