miércoles, 21 de mayo de 2014
Diálogo político
Diario Tiempo
Hubo necesidad de que el puño popular se alzara en las calles para que la dominación oficialista en el congreso nacional adoptara la retórica del diálogo con la oposición, aparentemente para buscar una salida al conflicto creado por el afán de silenciar la deliberación democrática en la asamblea legislativa.
Independientemente de las manipulaciones mediáticas y de la burbuja desinformativa que prevalece en la comunicación social hondureña, de alguna manera la protesta masiva, aunque reprimida con furia y crueldad, logró un impacto positivo en la mente autoritaria, y, mucho más, en la mente de la colectividad hondureña.
El presidente del Legislativo, Mauricio Oliva, dice, un tanto a la defensiva, que “algunos se han expresado en términos peyorativos de mi persona”, (pero) “yo he estado abierto al diálogo”. Sin embargo, refiriéndose a la protesta en el interior del hemiciclo, aduce que “yo no fui capaz de mandar a sacar a los diputados”.
Culpas van, reproches vienen, pero en nuestro Macondo político eso es campo trillado, como también lo es el costoso intento de cambiar los hechos para cargar lo malo en la espalda del adversario. Dadas así las cosas, la cuestión es ahora el montaje del diálogo, no sabemos si de partidos o de bancadas legislativas o de capos.
En toda actividad política hay necesidad de diálogo, pero la naturaleza del diálogo político se corresponde con la naturaleza e intereses de los actores. Eso es fundamental definirlo al momento de entablar pláticas, pues, de no hacerlo, el resultado tiende a ser estéril por intencionado.
Hay, por supuesto, el diálogo de sordos, empleado para engañar la opinión pública, para darle, como dice el vulgo, atole con el dedo. Hay otro tipo de diálogo, el condescendiente, en que la parte que se considera a sí misma dueña de la situación, da la venia a la otra parte para que exprese, desde abajo, humildemente, sus demandas y súplicas.
También está el diálogo de contención, a manera de colchón frente al empuje de las demandas, de las argumentaciones, y para desmontar la ofensiva. Es el dialogo de los acuerdos de mala fe, fabricados para ser incumplidos, y, por supuesto, para desacreditar la justa razón del oponente.
Esa clase de diálogos son todos, en el fondo, monólogos, como así los definía D. Miguel de Unamuno, sabio filósofo existencialista-cristiano de Salamanca. Monólogo, sí, porque son dos partes las que hablan pero nada sustancial dicen, o porque hablan y, en último análisis, repiten lo mismo.
En el caso de Honduras y su realidad política y social presente, se necesita del verdadero diálogo, de partes contrapuestas que hablen de igual a igual, expongan de buena fe sus reclamos y pretensiones, todo ello en función del bien nacional, y hagan compromisos justos, confiables, éticos y con determinación de cumplirlos.
¿Es eso posible en nuestro medio, altamente polarizado y con desigualdades abismales? Es difícil saberlo si hay borrachera de autoritarismo, colmo del poder institucional y designios mesiánicos. De ahí la vieja conseja, demonizada, por cierto, de que solo el pueblo salva al pueblo.
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