martes, 20 de mayo de 2014
El escorpión
El presidente del congreso nacional, Mauricio Oliva, ha amenazado con militarizar el estrado legislativo para impedir la protesta de los diputados para hacer frente a las arbitrariedades en la dirección parlamentaria.
La deliberación en la asamblea nacional se ha visto entorpecida por la práctica de anular -mediante prácticas autoritarias- el ejercicio de la oposición, tanto en su derecho a disentir como en el de proponer, con la finalidad de desgastarla, fragmentarla y desacreditarla.
El presidente del Legislativo, con el apoyo monolítico de la bancada del Partido Nacional y de los adláteres de otros partidos, presenta las manifestaciones de la oposición -de los partidos Libertad y Refundación (LibRe), Partido Anticorrupción (PAC), y, a veces, de diputados liberales y udeístas- como remanentes de la lucha callejera y como falta de asimilación de su nuevo rol en el escenario constituyente.
Esa apreciación, sin duda aviesa, trata de poner la realidad patas arriba, pues lo que se pretende, en realidad, es continuar con la implantación de un régimen dictatorial, a como haya lugar, sin asimilar, precisamente, el hecho de que la naturaleza de la oposición política actual es pluripartidista, fuera del marco del bipartidismo trasnochado.
Es muy interesante observar ese comportamiento autoritario en el ámbito legislativo, donde se supone que debe haber amplia deliberación democrática, con libertad de expresión. En ese plano, la oposición es expuesta ante a la opinión pública como “un escorpión que se acerca a picar la cara” del poder, y, por supuesto, es necesario aplastar al ponzoñoso.
Dentro de lo inédito de esta situación -si nos remitimos a las últimas cuatro décadas-, entra en juego una nueva forma de militarización, ahora en el dominio legislativo. La idea, según ha trascendido en los corrillos del parlamento, es introducir la custodia de la Policía Militar del Orden Público (PMOP) en aplicación suprema de su verdadero rol, el de fuerza de choque.
Una fuerza de choque que, de llegar a ese extremo, no se quedaría abollando ideologías en las calles y en las plazas públicas, sino que actuará en el palmito de la “democracia hondureña” (así, entre comillas), cada vez más perfeccionada y mejor acondicionada al mandato de “hacer lo que hay que hacer” para perpetuarla en los siguientes 50 años.
Una visión –y una voluntad—mesiánica, hitleriana, que, pese a todo, no es conciliable con la mente hondureña, siempre dispuesta a la confraternización, en ocasiones hasta con pliegues de ingenuidad.
Un contraste, asimismo, con el republicanismo de nuestros ancestros políticos, los padres de la patria, que respondieron al principio de la supremacía del poder civil sobre el militar, hasta el punto de plasmar constitucionalmente el derecho del pueblo a la rebelión contra el abuso opresor.
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