miércoles, 19 de octubre de 2011
La violencia ¿acaso es funcional al sistema?
Vos el Soberano
Por Rodolfo Pastor Fasquelle
Hay otra clase de violencia –estructural- que cotidianamente se ejerce contra la población que no puede cubrir sus necesidades como demuestra Adrienne Pine. Por hoy, la violencia física se impone como el tema incomodo obligado. Honduras ha sido un país violento durante siglos y esa violencia ha estado vinculada con la política desde siempre. Eran violentas las continuas guerras civiles y asonadas del siglo XIX y primer cuarto del XX, violentos los campos bananeros, las comunidades rurales brutales y alcoholizadas. Pero el tiempo no es plano y hay consenso.
La guerra secreta de Reagan fue un caldo de cultivo fertilísimo. Desde entonces se ha agravado y degenerado la índole de la violencia. Y hay un vector nuevo. Las cifras hablan casi por si solas. De acuerdo a un Informe del Comisionado de Derechos Humanos, a quien nadie puede sospechar de estar contra el golpismo, y que cubre 17 meses del gobierno de Pepe Lobo, bajo el gobierno de Mel se produjeron 30 muertes violentas mensuales, un descenso con respecto a la cifra anterior, en números redondos, en la dictadura de Micheletti, esa cifra aumentó a 40 mensuales y en los diecisiete meses que van de gobierno de Lobo y sin tomar en cuenta las escandalosas matanzas de antier, aumentó de nuevo a 55 mensuales! Como tasa de la población total, esa es una estadística que nos pone en una Liga para nosotros solos. Somos el país más violento del mundo. Hay más violencia aquí que entre los vecinos y países en los que hay conflictos armados, más violencia que en países que sufren hambruna. Estamos en hondas dificultades. Pero no quieren entender. Adentro ni afuera.
Este se ha vuelto el país más violento del mundo, pese a las promesas del Lobo y los triunfos pregonados de la policía que quería depurar el irresponsable de Oscar Álvarez y ahora defiende Pompeyo Bonilla como impoluta. (Esa policía es responsable de una parte de la violencia y los violentos no tienen dificultad para disfrazarse de policías, de modo que nunca se sabe.) He perdido en dos años a un par de amigos y se me ha dicho que, por razones políticas, han amenazado a otros académicos y pensadores amigos. No los nombro porque por miedo justificado o prudencia, ellos prefieren ocultar su condición de amenazados.
Más allá de las estadísticas escalofriantes, en lo cualitativo sucede algo peor. Esta clase de violencia tan perversa deshumaniza y de ese modo propulsa un círculo vicioso. Como nos angustia la información nos volvemos insensibles, incluso dentro del morbo inevitable. Empezando con la policía, se propala la especie de que las víctimas son además de idóneas, las responsables y en última instancia culpables (si fueran inocentes nadie les haría nada) y se las investiga para corroborar esa idoneidad y no para precisar los móviles de sus victimarios, a quienes las razones excusan. Como cuando se culpa a las mujeres violadas de haber provocado a sus violadores. (Hay razón dicen Tola y Maruja ¿quién nos manda salir a la calle cuando andamos en celo?) Tampoco novedad. Pero una actitud que se profundiza. Así dejamos de condolernos o ser solidarios, para figurarnos que, a nosotros no nos va a pasar nada.
Eso declara insólitamente la policía excusando su incapacidad para dar con los culpables y para aliviar la presión del público en su contra. Hay otras tretas de este tipo. Oscar Álvarez en tiempo de Maduro culpaba a la mara…. No había que preguntarse de dónde salía la mara ni por los vínculos entre la mara y la policía corrupta, bastaba con calificar a los mareros de ser los malos e incinerarlos, para concluir que quienes no estamos dentro de esa organización somos más y por supuesto ¿somos los buenos? Ni preguntarnos a nosotros mismos quienes son los responsables de que los muchachos no tengan oportunidad de escuela ni de trabajo ni que culpa tiene ellos, de que les de hambre al mediodía.
Hoy se prefiere culpar al crimen organizado y a los carteles del narco. Con la misma superficialidad. Porque aunque, después de plática con J. Napolitano, Oscar Álvarez regresó confesando que los controladores aéreos de los carteles eran policías corruptos, lo sabíamos desde tiempo atrás y además sabíamos y sabemos que los policías recogen su propio impuesto entre los distribuidores al menudeo de la droga. Ya lo había descubierto Gautama Fonseca. Y porque además también hay que preguntarse ¿de dónde sale ese negocio? y ¿como se lo va a combatir mientras los consumidores en el Norte estén dispuestos a pagar por la sustancia la pequeña fortuna que se acumula en manos de los traficantes?
También se alega por parte de esta clase dominante que se ha descalificado a si misma, que se trata de un problema de recursos. Se ocupa más policías, mejor armados. Sobre ese predicado se ha inventado el tazón de seguridad para recoger 1200 millones al año adicionales para un impuesto especial destinado a la seguridad? Pero Nicaragua dedica apenas una fracción de los recursos que gastamos nosotros al control de la delincuencia, emplea a sus mareros como vigilantes de la seguridad en sus comunidades y barrios y no tiene una sombra del problema que tenemos nosotros.
Tampoco se trata de un problema exclusivo. El crimen organizado ha sentado sus reales también hacia el Norte, en México y en Guatemala. Los narcos se han metido a la política. En Guate podrían estar a punto de acceder a poder publico. El otro es suyo.
No culpo a Pepe Lobo. El es el responsable. Porque los mandatarios son por definición responsables de lo bueno y lo malo que ocurre dentro de sus jurisdicciones, aunque no lleven merito de lo bueno ni culpa en lo malo. Un gobernante no puede estar en todas partes, ni asegurar el desempeño de sus oficiales. Pero el superior de una cadena de mandos es quien puede exigir. Pienso que Pepe está equivocado en varios frentes de política de seguridad. Necesita dar una vuelta de timón. En ningún lado ha funcionado la militarización. Más de lo mismo no va a funcionar.
Tiene que sanear a la judicatura. Debe nombrar como han hecho otros presidentes antes, en Colombia por ejemplo, a un Comisionado y facultarlo para dialogar con quien sea, en procura de un entendimiento para proteger inocentes. En vez de fusionar a los militares con los policías, lo cual es un contrasentido (unos sirven para una cosa y otros para otra) debería, previo la depuración definitiva de los sicópatas, los violentos y los contaminados con la política, abolir a las Fuerzas Armadas y entrenar a todos sus miembros como policías, a los oficiales como técnicos y a los soldados como agentes de línea, pero entrenarlos para que protejan. Y finalmente tiene que quitarle a la violencia su base estructural, el hambre y la desesperación de los miserables, la falta de perspectiva de futuro de los jóvenes. Y si invierte sus nuevos recursos de tazón en esas tres cosas, puede conseguir resultados milagrosos a corto plazo. Es decir, siempre y cuando no le den un golpe antes. Pero no lo hará. Ni quizás lo dejarían.
Por Rodolfo Pastor Fasquelle
Hay otra clase de violencia –estructural- que cotidianamente se ejerce contra la población que no puede cubrir sus necesidades como demuestra Adrienne Pine. Por hoy, la violencia física se impone como el tema incomodo obligado. Honduras ha sido un país violento durante siglos y esa violencia ha estado vinculada con la política desde siempre. Eran violentas las continuas guerras civiles y asonadas del siglo XIX y primer cuarto del XX, violentos los campos bananeros, las comunidades rurales brutales y alcoholizadas. Pero el tiempo no es plano y hay consenso.
La guerra secreta de Reagan fue un caldo de cultivo fertilísimo. Desde entonces se ha agravado y degenerado la índole de la violencia. Y hay un vector nuevo. Las cifras hablan casi por si solas. De acuerdo a un Informe del Comisionado de Derechos Humanos, a quien nadie puede sospechar de estar contra el golpismo, y que cubre 17 meses del gobierno de Pepe Lobo, bajo el gobierno de Mel se produjeron 30 muertes violentas mensuales, un descenso con respecto a la cifra anterior, en números redondos, en la dictadura de Micheletti, esa cifra aumentó a 40 mensuales y en los diecisiete meses que van de gobierno de Lobo y sin tomar en cuenta las escandalosas matanzas de antier, aumentó de nuevo a 55 mensuales! Como tasa de la población total, esa es una estadística que nos pone en una Liga para nosotros solos. Somos el país más violento del mundo. Hay más violencia aquí que entre los vecinos y países en los que hay conflictos armados, más violencia que en países que sufren hambruna. Estamos en hondas dificultades. Pero no quieren entender. Adentro ni afuera.
Este se ha vuelto el país más violento del mundo, pese a las promesas del Lobo y los triunfos pregonados de la policía que quería depurar el irresponsable de Oscar Álvarez y ahora defiende Pompeyo Bonilla como impoluta. (Esa policía es responsable de una parte de la violencia y los violentos no tienen dificultad para disfrazarse de policías, de modo que nunca se sabe.) He perdido en dos años a un par de amigos y se me ha dicho que, por razones políticas, han amenazado a otros académicos y pensadores amigos. No los nombro porque por miedo justificado o prudencia, ellos prefieren ocultar su condición de amenazados.
Más allá de las estadísticas escalofriantes, en lo cualitativo sucede algo peor. Esta clase de violencia tan perversa deshumaniza y de ese modo propulsa un círculo vicioso. Como nos angustia la información nos volvemos insensibles, incluso dentro del morbo inevitable. Empezando con la policía, se propala la especie de que las víctimas son además de idóneas, las responsables y en última instancia culpables (si fueran inocentes nadie les haría nada) y se las investiga para corroborar esa idoneidad y no para precisar los móviles de sus victimarios, a quienes las razones excusan. Como cuando se culpa a las mujeres violadas de haber provocado a sus violadores. (Hay razón dicen Tola y Maruja ¿quién nos manda salir a la calle cuando andamos en celo?) Tampoco novedad. Pero una actitud que se profundiza. Así dejamos de condolernos o ser solidarios, para figurarnos que, a nosotros no nos va a pasar nada.
Eso declara insólitamente la policía excusando su incapacidad para dar con los culpables y para aliviar la presión del público en su contra. Hay otras tretas de este tipo. Oscar Álvarez en tiempo de Maduro culpaba a la mara…. No había que preguntarse de dónde salía la mara ni por los vínculos entre la mara y la policía corrupta, bastaba con calificar a los mareros de ser los malos e incinerarlos, para concluir que quienes no estamos dentro de esa organización somos más y por supuesto ¿somos los buenos? Ni preguntarnos a nosotros mismos quienes son los responsables de que los muchachos no tengan oportunidad de escuela ni de trabajo ni que culpa tiene ellos, de que les de hambre al mediodía.
Hoy se prefiere culpar al crimen organizado y a los carteles del narco. Con la misma superficialidad. Porque aunque, después de plática con J. Napolitano, Oscar Álvarez regresó confesando que los controladores aéreos de los carteles eran policías corruptos, lo sabíamos desde tiempo atrás y además sabíamos y sabemos que los policías recogen su propio impuesto entre los distribuidores al menudeo de la droga. Ya lo había descubierto Gautama Fonseca. Y porque además también hay que preguntarse ¿de dónde sale ese negocio? y ¿como se lo va a combatir mientras los consumidores en el Norte estén dispuestos a pagar por la sustancia la pequeña fortuna que se acumula en manos de los traficantes?
También se alega por parte de esta clase dominante que se ha descalificado a si misma, que se trata de un problema de recursos. Se ocupa más policías, mejor armados. Sobre ese predicado se ha inventado el tazón de seguridad para recoger 1200 millones al año adicionales para un impuesto especial destinado a la seguridad? Pero Nicaragua dedica apenas una fracción de los recursos que gastamos nosotros al control de la delincuencia, emplea a sus mareros como vigilantes de la seguridad en sus comunidades y barrios y no tiene una sombra del problema que tenemos nosotros.
Tampoco se trata de un problema exclusivo. El crimen organizado ha sentado sus reales también hacia el Norte, en México y en Guatemala. Los narcos se han metido a la política. En Guate podrían estar a punto de acceder a poder publico. El otro es suyo.
No culpo a Pepe Lobo. El es el responsable. Porque los mandatarios son por definición responsables de lo bueno y lo malo que ocurre dentro de sus jurisdicciones, aunque no lleven merito de lo bueno ni culpa en lo malo. Un gobernante no puede estar en todas partes, ni asegurar el desempeño de sus oficiales. Pero el superior de una cadena de mandos es quien puede exigir. Pienso que Pepe está equivocado en varios frentes de política de seguridad. Necesita dar una vuelta de timón. En ningún lado ha funcionado la militarización. Más de lo mismo no va a funcionar.
Tiene que sanear a la judicatura. Debe nombrar como han hecho otros presidentes antes, en Colombia por ejemplo, a un Comisionado y facultarlo para dialogar con quien sea, en procura de un entendimiento para proteger inocentes. En vez de fusionar a los militares con los policías, lo cual es un contrasentido (unos sirven para una cosa y otros para otra) debería, previo la depuración definitiva de los sicópatas, los violentos y los contaminados con la política, abolir a las Fuerzas Armadas y entrenar a todos sus miembros como policías, a los oficiales como técnicos y a los soldados como agentes de línea, pero entrenarlos para que protejan. Y finalmente tiene que quitarle a la violencia su base estructural, el hambre y la desesperación de los miserables, la falta de perspectiva de futuro de los jóvenes. Y si invierte sus nuevos recursos de tazón en esas tres cosas, puede conseguir resultados milagrosos a corto plazo. Es decir, siempre y cuando no le den un golpe antes. Pero no lo hará. Ni quizás lo dejarían.
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