miércoles, 19 de octubre de 2011
Esa mancha negra en el mapa del mundo
Vos el Soberano
Por Sergio Bahr
Honduras: el país más violento del mundo
El día 14 de octubre de 2011 el periódico Inglés The Guardian publicó un mapa mundial de violencia[1] elaborado con datos de Naciones Unidas que asigna diversos colores por país de acuerdo con la tasa (x cada 100mil habitantes) de asesinatos. Así, el verde representa 0 a 5 asesinatos por cada cien mil habitantes, el amarillo 5 a 20, el rojo 20 a 50, el ocre 50 a 80 y el negro 80 a 90.
Vean bien ese mapa. Hay una mancha negra, pequeñita, en el mapa de asesinatos de todo el planeta tierra.
Esa mancha es Honduras.
¿Cómo puede este paisito nuestro ser el más violento del mundo?
En primer lugar, algunas aclaraciones: si no aparecen Irak o Afganistán ahí no es porque en Honduras muera más gente, sino porque el mapa refleja estadísticas de asesinatos únicamente, que es una figura jurídica particular y que por lo tanto no toma en cuenta ni las muertes en combate ni los “daños colaterales” producto de los democráticos bombardeos de USA sobre las tozudas poblaciones civiles en esos países que se niegan, incomprensiblemente, a aceptar el cristianismo y la democracia made in América.
Además a través del observatorio de la violencia del PNUD Honduras tiene un bien estructurado proceso de captura y producción de información sobre la violencia, que no existe en la mayor parte de países del mundo. Por lo tanto es muy probable que los datos de digamos, Guatemala, igualarían a los nuestros si existiera en la tierra de la eterna primavera un proceso de registro de información como el que tiene nuestro país.
Dicho eso…
Dicho eso, es hora de declarar la violencia como un tema de absoluta emergencia nacional, de señalar sus causas y de establecer políticas de estado (no de gobierno) para reducirla.
Consideremos que Honduras ha alcanzado una tasa de más de 80 asesinatos por cada cien mil habitantes. Ese dato no incluye las agresiones (verbales, físicas, sicológicas), no incluye las agresiones sexuales de las que cotidianamente son víctimas las mujeres, no incluye la violencia intrafamiliar o contra la niñez.
Consideremos que no todos los departamentos de Honduras son igualmente violentos, y que si departamentos como Gracias a Dios o Islas de la Bahía tienen tasas mucho menores que las mundiales, eso significa que hay departamentos como Cortés, Copán y Francisco Morazán con tasas mucho más altas que ese vergonzoso 80 nacional, alcanzando 100, 130, 150 asesinatos por cada cien mil habitantes.
Consideremos que esos datos no incluyen la violencia de la brutal explotación económica y exclusión política que vive la mayor parte de la población del país, o la enorme y creciente desigualdad en la concentración y distribución de la riqueza: 4 de 5 quintiles de población NO alcanzan a cubrir la canasta básica de alimentos.
Consideremos que la respuesta del Estado es generar de manera activa más violencia, o poner al ejército a enseñarles religión a los niños, o pretender unificar a la secretaría de seguridad con la secretaría de defensa brindándole atribuciones militares de jure (que ya tiene de facto) a la investigación criminal y policial, o intentar aprovechar el temor de la población para justificar la re implantación de una de las prácticas más violentas de terror como lo es el servicio militar obligatorio.
O comprar jets de combate con el argumento de combatir la inseguridad. O culpar a las y los jóvenes de tanta muerte, poniéndole a la violencia el apellido de “juvenil”.
Consideremos pues que las políticas de Estado en materia de seguridad de los últimos 20 años (por no hablar de los efectos del golpe de Estado) tienden a fracasar como limitantes de la violencia, cuando no a empeorarla.
Ante esa situación es necesaria una transformación del Estado en sus estructuras, y por mientras cuando menos, hacer una revisión profunda de las políticas de seguridad que deberían hacer más énfasis en el ser humano que en propiedad privada, en el desarrollo y la equidad en lugar de la construcción de cárceles de máxima seguridad, en la tolerancia a quienes piensan diferente, a quienes tienen una vida sexual diferente, a quienes creen en refundar el país, a quienes luchan por su derecho a la tierra en el Aguan.
Las y los jóvenes de Honduras no son la causa de la violencia, pero si son sus principales víctimas. Mientras mueren por miles, la derecha nacional (todavía ebria de triunfo y asentando su poder tras el golpe de Estado), declara entre sus prioridades el prohibir la entrada al país de un cantante homosexual.
Porque, supongo, es más problemático para esa derecha que se puedan contagiar de rickymartismo los jóvenes hondureños a que los estén matando en las calles.
Corresponde al pueblo hondureño montar una nueva resistencia, ya no en defensa del caudillo derrocado, sino más urgente: en defensa de su propia sobrevivencia y para que Honduras deje de ser una mancha negra en el mapa del mundo.
[1] http://www.guardian.co.uk/news/datablog/interactive/2011/oct/10/unitednations-development-data?fb=native
Por Sergio Bahr
Honduras: el país más violento del mundo
El día 14 de octubre de 2011 el periódico Inglés The Guardian publicó un mapa mundial de violencia[1] elaborado con datos de Naciones Unidas que asigna diversos colores por país de acuerdo con la tasa (x cada 100mil habitantes) de asesinatos. Así, el verde representa 0 a 5 asesinatos por cada cien mil habitantes, el amarillo 5 a 20, el rojo 20 a 50, el ocre 50 a 80 y el negro 80 a 90.
Vean bien ese mapa. Hay una mancha negra, pequeñita, en el mapa de asesinatos de todo el planeta tierra.
Esa mancha es Honduras.
¿Cómo puede este paisito nuestro ser el más violento del mundo?
En primer lugar, algunas aclaraciones: si no aparecen Irak o Afganistán ahí no es porque en Honduras muera más gente, sino porque el mapa refleja estadísticas de asesinatos únicamente, que es una figura jurídica particular y que por lo tanto no toma en cuenta ni las muertes en combate ni los “daños colaterales” producto de los democráticos bombardeos de USA sobre las tozudas poblaciones civiles en esos países que se niegan, incomprensiblemente, a aceptar el cristianismo y la democracia made in América.
Además a través del observatorio de la violencia del PNUD Honduras tiene un bien estructurado proceso de captura y producción de información sobre la violencia, que no existe en la mayor parte de países del mundo. Por lo tanto es muy probable que los datos de digamos, Guatemala, igualarían a los nuestros si existiera en la tierra de la eterna primavera un proceso de registro de información como el que tiene nuestro país.
Dicho eso…
Dicho eso, es hora de declarar la violencia como un tema de absoluta emergencia nacional, de señalar sus causas y de establecer políticas de estado (no de gobierno) para reducirla.
Consideremos que Honduras ha alcanzado una tasa de más de 80 asesinatos por cada cien mil habitantes. Ese dato no incluye las agresiones (verbales, físicas, sicológicas), no incluye las agresiones sexuales de las que cotidianamente son víctimas las mujeres, no incluye la violencia intrafamiliar o contra la niñez.
Consideremos que no todos los departamentos de Honduras son igualmente violentos, y que si departamentos como Gracias a Dios o Islas de la Bahía tienen tasas mucho menores que las mundiales, eso significa que hay departamentos como Cortés, Copán y Francisco Morazán con tasas mucho más altas que ese vergonzoso 80 nacional, alcanzando 100, 130, 150 asesinatos por cada cien mil habitantes.
Consideremos que esos datos no incluyen la violencia de la brutal explotación económica y exclusión política que vive la mayor parte de la población del país, o la enorme y creciente desigualdad en la concentración y distribución de la riqueza: 4 de 5 quintiles de población NO alcanzan a cubrir la canasta básica de alimentos.
Consideremos que la respuesta del Estado es generar de manera activa más violencia, o poner al ejército a enseñarles religión a los niños, o pretender unificar a la secretaría de seguridad con la secretaría de defensa brindándole atribuciones militares de jure (que ya tiene de facto) a la investigación criminal y policial, o intentar aprovechar el temor de la población para justificar la re implantación de una de las prácticas más violentas de terror como lo es el servicio militar obligatorio.
O comprar jets de combate con el argumento de combatir la inseguridad. O culpar a las y los jóvenes de tanta muerte, poniéndole a la violencia el apellido de “juvenil”.
Consideremos pues que las políticas de Estado en materia de seguridad de los últimos 20 años (por no hablar de los efectos del golpe de Estado) tienden a fracasar como limitantes de la violencia, cuando no a empeorarla.
Ante esa situación es necesaria una transformación del Estado en sus estructuras, y por mientras cuando menos, hacer una revisión profunda de las políticas de seguridad que deberían hacer más énfasis en el ser humano que en propiedad privada, en el desarrollo y la equidad en lugar de la construcción de cárceles de máxima seguridad, en la tolerancia a quienes piensan diferente, a quienes tienen una vida sexual diferente, a quienes creen en refundar el país, a quienes luchan por su derecho a la tierra en el Aguan.
Las y los jóvenes de Honduras no son la causa de la violencia, pero si son sus principales víctimas. Mientras mueren por miles, la derecha nacional (todavía ebria de triunfo y asentando su poder tras el golpe de Estado), declara entre sus prioridades el prohibir la entrada al país de un cantante homosexual.
Porque, supongo, es más problemático para esa derecha que se puedan contagiar de rickymartismo los jóvenes hondureños a que los estén matando en las calles.
Corresponde al pueblo hondureño montar una nueva resistencia, ya no en defensa del caudillo derrocado, sino más urgente: en defensa de su propia sobrevivencia y para que Honduras deje de ser una mancha negra en el mapa del mundo.
[1] http://www.guardian.co.uk/news/datablog/interactive/2011/oct/10/unitednations-development-data?fb=native
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