viernes, 21 de octubre de 2011

Honduras: Un Estado degradado

Tiempo


Según el cuarto informe sobre el estado de la región centroamericana en desarrollo sostenible en el período 2008-2011, Honduras está en vía de convertirse en Estado Degradado, incapaz de cumplir con las funciones básicas del Estado moderno.

La degradación, en su acepción más benigna, significa eso: reducción. Pero también el término está asociado a la humillación y la vileza. Entendemos que la conclusión del citado Cuarto Informe está relacionada específicamente con el tema del desarrollo humano, aunque su connotación abarca el tema de los valores.

La preocupación por la degradación del Estado se refiere a la mayoría de los países de América Central. Es obvio, empero, que Honduras está en la peor situación. La percepción generalizada es que la antesala de “Estado degradado” ha sido sobrepasada, pues se acerca a la calificación de “Estado fallido”.

En línea con tal percepción, lo que tenemos es una crisis de valores en la sociedad hondureña en todos los órdenes, éticos, morales, cívicos, políticos, patrióticos y culturales, y, en el conjunto, está el colapso de la institucionalidad en el Estado. Esa penosa realidad se identifica más con el Estado fallido.

El golpe de Estado militar –o político-militar, si se quiere— 28-J, con sus antecedentes, su desarrollo y sus consecuencias, fue la gota que derramó el vaso. La Corte Suprema de Justicia, por ejemplo, ha ratificado definitivamente el fallo del juez natural Jorge Rivera Avilés, presidente dicha Corte, exonerando de toda responsabilidad y culpa a los comandantes golpistas.

De los países del Triángulo del Norte centroamericano –Guatemala, El Salvador y Honduras--, el nuestro es el más violento. Al extremo de que es el más violento del mundo, incluyendo a los que están hoy día en guerra. Una tasa de homicidios de 86 por cada 100 mil habitantes. También, es uno de los más corruptos.

El gobierno de Estados Unidos, a través de su embajada en nuestro país, hace bastante tiempo que viene alertando a sus nacionales sobre la peligrosidad de viajar o vivir aquí. Su última alerta, en esta semana, hace indicaciones de que “en Honduras la violencia es endémica”. Añadimos que también creciente, progresiva.

El menosprecio por la vida humana, que es la negación del más alto valor, que es la vida, ha sentado sus reales en suelo hondureño. Este menosprecio no se circunscribe a la criminalidad, ya que se extiende al irrespeto de los derechos humanos en general: los políticos, los económicos y sociales. No hay lucha contra la pobreza, que es la piedra angular de la violencia.

Los hondureños, valga decirlo, pasan con el pie en el estribo. Los jóvenes, en su casi totalidad pobres y sin esperanza, arriesgan sus vidas para emigrar al Norte en busca de trabajo y de oportunidades. Miles de ellos se quedan en el camino, sin la cruz en el lugar del último fracaso. Los profesionales hacen acopio de sus recursos materiales y parten a otros lares, sacrificándose por el futuro de sus hijos.

Cuando se sintetiza toda esta desgracia, la conclusión –filosófica y al mismo tiempo pragmática—es que nuestro problema fundamental es de justicia. No hay justicia, y el pueblo hondureño, igual que todos los pueblos de la Tierra, lo que demanda, lo que exige, es justicia.

Justicia política, justicia económica, justicia social, justicia institucional. Como esa justicia no la tenemos ni estamos en vía de lograrla, la Sociedad y el Estado de Honduras no están en degradación. Están en camino al Estado fallido.

Octubre 20, 2011

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