Por Ricardo Salgado
Escuchamos con curiosidad, en el programa 30/30 (bautizado así por imitación del 20/20 de Barbara Walters), las declaraciones de la presidenta de la Cámara de Comercio e Industrias de Tegucigalpa, órgano empresarial en el que no se aglomeran muchas “industrias”, que es más bien, como en cualquier país latinoamericano, una punta de lanza de los empresarios para interferir en la política del Estado. Durante la entrevista, la señora en mención se quejaba de las malas condiciones que presenta Honduras para la competitividad, y ponía como contraste las ventajas con que se desarrolla la empresa privada nicaragüense, nacional y extranjera. El periodista, identificado con la conspiración del Golpe de Estado, entonces haciendo uso de su gran conocimiento en materia económica le preguntó, si aquello, en Nicaragua, “no sería una obra de propaganda populista del gobierno sandinista, cuyos vínculos con Venezuela son intensos”; prosiguió el genio de las finanzas internacionales citando a la lista publicada en la revista Forbes, sobre confiabilidad para inversión extranjera, en la que Venezuela aparece en el lugar 130, y Nicaragua en el 111.
La señora respondió como autómata, “si en Venezuela Chávez le ha hecho mucho daño a la inversión extranjera, expropiando, y otras cosas populistas”. Inmediatamente nos damos cuenta de que el periodista esta desde ya, anticipando el contenido de la propaganda de la oligarquía para los próximos dos años; sin embargo, no se explica por ningún lado como es que la señora, en el inicio de la disertación estaba expresando que Honduras era menos atractiva para la inversión que Nicaragua, cuando aquí no se han impuesto medidas populistas de ninguna índole, al contrario, se han profundizado las condiciones que favorecen la competencia mercantil que defiende el neoliberalismo; además se ha firmado, y se trabaja a pie juntillas bajo las directrices del Fondo Monetario Internacional.
El tema es de suma importancia, pues el mito de la inversión extranjera para desarrollar el país ha fracasado en toda la línea, pues a lo largo de la historia no tenemos ninguna experiencia positiva con el capital foráneo, que hoy se niega a venir a Honduras, porque el país se ha convertido en un inmenso campo militar, donde las intenciones de los Estados Unidos están más bien orientadas a re impulsar el papel de portaaviones que en el pasado tuvo este país centroamericano, esta vez para escalar la agresión militar contra las democracias populares de Suramérica, impedir el avance del pueblo mexicano y someter toda la región del Caribe.
Desde los enclaves minero y bananero, nuestro país obtuvo poco desarrollo, aunque las contradicciones que se dieron dentro del marco de estos procesos permitieron avanzar al movimiento popular a estadios de consciencia que no eran posibles, dadas las condiciones parasitarias e improductivas de la llamada empresa privada. Es el capitalismo colonial de las transnacionales el que genera las condiciones para la organización del Estado mismo, por lo que la participación del capital nacional, ha ocupado siempre el lugar de los carroñeros, construyendo la acumulación de capital de forma tardía, en relación a otros países centroamericanos, y sin entrar nunca en la idea sistémica de que hay que arriesgar.
Desde la década de los años ochenta, los políticos legislaron aceleradamente para dar privilegios adicionales a la ya consabida mano de obra barata, legislación laboral decorativa, y otras prebendas consustanciales al subdesarrollo del país. Entonces se instauraron varios regímenes especiales que eliminaban impuestos a la renta de las empresas extranjeras, a sus importaciones, y les otorgaba la opción de crear pequeños feudos, a los que los hondureños llamamos “maquilas”, donde se intensificaba la explotación del trabajo a niveles de esclavitud (no literalmente, aunque el salario que percibían no tenía nada que ver con su trabajo). Las exoneraciones fiscales, se otorgaban por veinte años, y, en la práctica, podían renovarse con las generaciones de políticos corruptos que a la sazón crecían en el corazón mismo del envilecimiento apátrida de los gobiernos “dirigidos” por políticos tradicionales.
Transcurridos los veinte años, Honduras, no se había desarrollado económicamente, no estaba mejor tecnológicamente, la calidad de los servicios que se le dan al pueblo se habían deteriorado al límite, la infraestructura productiva seguía en manos privadas, y el Estado era más pequeño. En suma el país era más pobre, entonces alguien “muy sabio”, dijo que la solución para desarrollar al país estaba en la creación de condiciones favorables para atraer inversión extranjera al país, Aquí debemos notar que la empresa privada local de entonces tampoco estaba comprometida con el desarrollo económico del país, y era instrumento de la creación de una inmensa desigualdad que todavía hoy sigue profundizándose, y empobreciendo a miles de familias hondureñas.
Se volvieron a adoptar medidas que, esta vez, favorecían la agricultura intensiva de productos de exportación, desplazando la soberanía alimentaria a un segundo plano, convirtiendo decenas de miles de hectáreas en zonas de cultivo para el postre en algunas naciones industrializadas. Millones de dólares se producen con la exportación de frutas orientales, melones, camarones, rambután, café (el único cultivo que se circunscribe a sus límites geográficos históricos,) y otros cuyo manejo está orientado a mantener el mercado interno en escasez. En esta oportunidad, los empresarios hondureños “arriesgaron”, muchos de ellos tienen contratadas sus producciones hasta por diez años, y no pueden multiplicar su producción para evitar que rompan el equilibrio del mercado internacional. Una forma muy interesante de “libre mercado”. Aquí encontramos una especie de servidumbre, en la que el capital extranjero no está presente per se, pero controla totalmente la producción nacional, sin traer beneficio alguno a las poblaciones.
El otro rubro en el que se fomenta la inversión extranjera desde mediados de la década de los noventa de siglo anterior, encontramos el capital financiero especulativo. La mayoría de los bancos locales, antes organizados de forma rudimentaria, son ahora parte de conglomerados extranjeros, los que pasaron a controlar el país, mediante el incentivo al consumo (no al trabajo), desarrollando aceleradamente el ingreso de telefonía celular (las compañías que más crecen en el país, están en este rubro, ninguna es hondureña), la importación de vehículos, con el consecuente aumento del consumo de carburantes, y el deterioro del transporte público en todo el país: A lo que llamamos globalización comúnmente, podríamos perfectamente llamarle dependencia y sometimiento. Todas estas formas de inversión nos hicieron más pobres, más dependientes y más sometidos ideológicamente. La sociedad está construida sobre la base de crecimiento de la renta para la inversión, y el empobrecimiento de las mayorías de la población.
Las estadísticas asociadas al fenómeno de la inversión extranjera, no son capaces de revelar la dimensión del grave daño que ha causado esta concepción del desarrollo a nuestras opciones progreso e independencia. Aunque la economía tuvo momentos pico de crecimiento, especialmente en 2007, 2008 y 2009 (año en el que el país se enfrentaba con éxito a la grave crisis sistémica), la estructura productiva del país no cambio, y se crearon ilusiones desarrollistas, como el turismo que se promueve una panacea de solución para muchos lugares donde no existe ni la más mínima condición para atraer a nadie. La relación de soporte al ingreso comunitario de las empresas turísticas es magra, y no aportan suficiente como para dinamizar el mercado interno, tan necesario para avanzar en la solución de problemas agudos como el hambre.
En general, el modelo de inversión extranjera no es una solución para la economía del país. Treinta años de continuados fracasos no pueden ser ignorados. Sin embargo, el Plan de Nación promovido por el gobierno post golpista, proclama nuevamente que el desarrollo del país debe sustentarse en el aprovechamiento de la enorme masa de mano de obra barata que podemos ofrecer, y el incentivo a la inversión extranjera; la empresa privada local, especialmente el capital especulativo, no adquieren ningún compromiso en la dirección de apoyar el desarrollo nacional, y solo se limita a establecer que seguirá cumpliendo su papel actual durante los siguientes 28 años; esto es adueñándose de todo el patrimonio nacional.
El gobierno actual ha “confesado” que el país tiene una deuda interna que alcanza los sesenta mil millones de lempiras, unos tres mil doscientos millones de lempiras, para el momento en que termine su gestión, este desastre habrá alcanzado al menos los cien mil millones de dólares, más de cinco mil millones de dólares, lo que significa que la siguiente administración recibirá un país hipotecado, con obligaciones financieras estratosféricas con la misma gente que patrocino el golpe de Estado de 2009. Ahora la cuestión central es entender porque, si la banca local es capaz de generar tanto circulante, no es capaz de comprometerse a desarrollar el país. Los pormenores de este negocio redondo deben explicarse en un trabajo minucioso aparte, pero si se puede afirmar que el cliente del dinero, es el mismo que lo produce. Debe mantenerse siempre en mente que esta es una de las formas de inversión extranjera.
Evidentemente, algo no funciona bien en el patrón este, pues aunque, en efecto, genera muchísima riqueza, no trae consigo la terminación de ninguno de los múltiples males que afectan a nuestra sociedad, y no es previsible que vaya a generar cambios hacia el progreso de Honduras. Debemos pensar que la deuda que el Estado adquiere con la banca privada local es una carga inmerecida sobre las futuras generaciones, y que, seguramente, es también impagable, además de moralmente cuestionable. El gobierno actual debería dejar de producir crisis política en el país, para favorecer la estrategia de dominación norteamericana, terminar los crímenes de lesa humanidad contra el pueblo hondureño, desmontar el aparato golpista, y, de esa manera continuar por la senda de la integración y la solidaridad internacional, para que, de esa forma pueda encontrar avenidas de solución que no atenten contra la soberanía del pueblo, que se avance en la solución de problemas alimentarios, de salud y educación, además de resolver los serios problemas energéticos que tiene. Si no es capaz de eso, debería consultar al pueblo si desea elecciones adelantadas, y dar paso a una administración con espíritu nacional, que resuelva el entuerto que han producido cien años de entrega al mito de la inversión extranjera.
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