lunes, 21 de marzo de 2011

La crisis en las relaciones entre los medios de comunicación y las Organizaciones de Ayuda Humanitaria necesita que vayamos más allá de la mera praxis


Rebelión

Por Urko Del Campo Arnaudas

Toda construcción de un modelo social requiere de la interdependencia de los actores que participan del mismo. Para lograr un progreso loable y sostenible son necesarias relaciones de colaboración para alcanzar objetivos comunes que incluyan a todos, ya que si cada uno transita un camino independiente al de los demás acabarán tropezando. Las relaciones entre las Organizaciones de Ayuda Humanitaria (OAH) y los medios de comunicación no son una excepción. Hasta ahora, la perspectiva fatalista que define esas relaciones como “naturalmente conflictivas” parece haberse impuesto, pero debemos replantear el debate sobre el tema tomando como punto de unión su naturaleza social.
Las dificultades en esas relaciones parten de la propia actividad de ambos sectores. Por un lado las OAH critican a los medios por no facilitarles suficiente espacio o tiempo en sus soportes y les acusan de su poca humanidad, pues los problemas son muchos y muy serios. Por otro lado, los medios sólo profundizan verdaderamente en temas de Ayuda Humanitaria (AH) cuando un actor del Tercer Sector es inculpado por temas de corrupción o desviación de fondos (Anesvad o Intervida)1. La mayor parte de las veces, un árbol hace más ruido al caer que un bosque al crecer, por lo que aunque el trabajo de las OAH sea poco a poco más efectivo, un caso de estos puede tirar por tierra muchos años de trabajo.

Sin embargo, ambos actores se necesitan. Las OAH son un hervidero de ideas e iniciativas que deberían estimular a la sociedad a moverse de manera cada vez más efectiva, partiendo del conocimiento de la situación. Para esta labor necesitan a los medios, que son la ventana a la sociedad. Los medios, por su parte, necesitan a las ONG para mostrar su compromiso y responsabilidad social, concepción que me parece simplista y carente de sentido profundo porque acaba siendo un mero acto de “lavado facial”. Su naturaleza misma exige a los medios una relación de colaboración para el desarrollo y el cambio, pues su responsabilidad para con la constitución y estructura de la sociedad es enorme.

El espacio dedicado a informaciones sobre OAH es cada vez más abundante, por lo que aunque el conflicto entre ambos sectores exista, estoy de acuerdo en que la responsabilidad de las consecuencias es compartida. El principal problema es la concepción misma de ambos sectores: los medios pretenden cazar lectores y presentarse ante ellos como responsables y las OAH pretenden hacer lo propio con los socios para poder financiar sus proyectos.

No parece existir realmente un fin de concienciación social y de implicación de verdaderas ideas en el debate social (me refiero a aquel que va más allá de los círculos especializados e institucionales), sino que sigue predominando una praxis economicista2. Para intentar hacer cambiar esta situación, quizá sería bueno empezar a plantearse que la Responsabilidad Social debería ser algo obligatorio y no optativo (como piensa la mayor parte de actores del sector privado), aunque para que sea efectivo debería nacer como algo propio de estos actores y no venir impuesto por las instituciones gubernamentales (que luego se debería regular por ley, claro está).

Esta responsabilidad compartida debe comenzar a ampliar los espacios de colaboración entre ambos sectores con fines que vayan más allá de los antes citados. Para ello, las OAH deben dejar de lado un modelo comunicativo en el que muestran sus bondades y cómo ayudan sus proyectos a los pobres del Tercer Mundo o mediatizan los grandes desastres a través de imágenes que intentan hacer aflorar la piedad de la gente, para pasar a un tipo de comunicación más global que maneje verdaderas ideas para el desarrollo y que integre las raíces comunes de todas las OAH.

No estoy de acuerdo con el autor de este artículo en cuanto a su concepción sobre las OAH. Yo creo que sí existen raíces, causas, explicaciones (así lo demuestran los departamentos de educación y muchos de los archivos internos de las organizaciones)... pero el problema es que éstas prefieren presentar su efectividad práctica a que la sociedad pueda elaborar un juicio racional (e incluso intelectual) sobre el trabajo que realizan3. En lo que sí estoy de acuerdo es en que cada vez menos se buscan explicaciones. Como estas cosas no aparecen en los medios, no existen.

Esta situación conlleva un gran problema, ya que los medios de comunicación se dedican a reproducir las informaciones sobre AH sin buscar el fondo. Así, acaban surgiendo escándalos como el programa de repartición de alimentos en Somalia (1992) o el caso de la construcción de una base militar en el estrecho de Malaca, aprovechando el desastre humanitario provocado por el Tsunami en 20044.

Los ejemplos son muchos y desde un primer momento siempre se han denunciado los fines reales de estos asuntos, pero los medios, en general, han hecho caso omiso.

Por lo tanto, la responsabilidad de los medios de comunicación es muy grande también. Es cierto que existen muchos intereses económicos y políticos detrás de su propiedad, pero no creo que el principal problema sea ese. La falta de tiempo y la premura con la que obligan a los periodistas a tratar la información no permite que éstos hagan un análisis profundo de la situación, por lo que las ideas que deberían aparecer en el debate social que surge diariamente en los medios queda relegado al olvido o, con mucha suerte, a un tercer o cuarto plano informativo.

Además, la preeminencia de la televisión y del espectáculo trae consigo dos problemas: la aparición de “todólogos” que pueden opinar de cualquier cosa (aunque no tengan ni idea) y la adaptación de las OAH a los modelos comunicativos e informativos de este medio. Los primeros, como bien señala el autor, sustituyen a los intelectuales de antaño como estructuradotes sociales y del desarrollo (bajo mi punto de vista uno de los grandes fracasos sociales de nuestro tiempo). Ahora citamos y hablamos de los tertulianos y no de los intelectuales que son los que manejan, e incluso a veces se pierden en ellas, las verdaderas ideas (no por superioridad intelectiva, sino simplemente porque conocen).

En segundo lugar, la adaptación comunicativa a la que hago referencia tiene que ver con la utilización de estructuras y modelos propios del espectáculo, que pretenden estimular la afectividad de los ciudadanos y moverlos a prestar su ayuda. Bajo mi punto de vista, estas prácticas no dejan de tener una concepción mercantilista (conseguir dinero) con métodos similares a los de la televisión (tan criticados por buena parte de la sociedad): cartelería, campañas, spots... en ciertas épocas del año o a raíz de ciertos eventos. Por ello, creo, que es también indispensable la Responsabilidad Social y la coherencia, sobre todo en cuanto a principios e ideas radicales (de raíz), dentro de las propias OAH.

¿Pueden cambiar las cosas?
Soy optimista y creo que sí, pero el debate debe traspasar las fronteras endogámicas del propio sector. La relación entre ambos sectores debería permitir al lectorado el acceso a informaciones más completas, sirviendo los medios como elemento de alcance global. De esta forma, las publicaciones especializadas serían entendidas por todo el mundo. La sociedad ya no tolera que los medios reinterpreten las ideas de los especialistas para darles el matiz que les interese, pero nos las siguen “colando”. Nosotros como periodistas tenemos la responsabilidad no sólo de tratar correctamente la información dando cuenta de los engaños, sino de llegar al fondo de los asuntos.

En el conflicto entre AH y medios, estoy de acuerdo en que el debate debe ser público. No con la concepción estatal de imposición de ideas y medidas, sino como una construcción de la sociedad en su conjunto. Para ello es necesaria la transparencia y la gestión responsable tanto por parte de las OAH como de los medios. Tanto en unos como en otros es indispensable la participación de los ciudadanos, sobre todo en las OAH, pues a mi parecer su estructura jerárquica5 no las convierte en alternativa real de cambio, sino en parte de un sistema poco democrático. Pero esta concepción quizá sea un tanto utópica, debido al nivel de recursos y a los riesgos en las decisiones que existen.

El tan ansiado interés común requiere de una praxis colaborativa entre las diversas OAH, que deberían usar el dinero en proyectos comunes (incluso de captación) en vez de presentarse batalla unas a otras en la afiliación de socios. Los medios deben facilitar estas prácticas, pero resulta muy difícil que aquello que surge con una concepción competitiva (como es un medio) pregone un interés común (que aunque no lo crean es el suyo también) de colaboración y de construcción social conjunta. La crisis de identidad que sufren ambos sectores comenzará a resolverse cuando cuestiones como estas aparezcan en el debate social y, por presión, alcancen el ámbito político.

Pero claro, esta idea requiere de un sistema democrático que vaya más allá de una mera participación cada varios años.
En esa nueva estructura de poder, el periodismo debería cumplir su verdadera función de cuarto poder6 (como alternativa y no como pilar de apoyo) y los modelos de AH deberían reinventarse. Un ciclo muy repetido es el siguiente: los medios facilitan la guerra y los conflictos a través de la “gestión del miedo7” y todo lo relacionado con la “guerra preventiva”. Cuando el conflicto está en marcha se dedican a informar sin explicar y se frotan las manos por los derivados que obtendrán de sus negocios. Cuando acaban las guerras, los medios instan a los Gobiernos mundiales a la reconstrucción y la ayuda por cuestiones humanitarias, mientras se frotan de nuevo las manos las grandes corporaciones. Los Gobiernos dan el dinero a las OAH y éstas lo canalizan hacia las multinacionales que proporcionan los materiales para la reconstrucción.

Ante la impasibilidad de las instituciones supranacionales la guerra sale rentable, y esto es intolerable. Los Gobiernos deben poner en verdadera práctica sus códigos de buen gobierno, limitando este tipo de atropellos. Las OAH deben reinventar sus modelos comunicativos, haciéndoles ver a los medios que el espectáculo no es socialmente responsable. Y los medios deben jugar su papel reestructurador e informativo sabiendo muy bien la responsabilidad que sobre ellos recae. Para ser efectivos, los cambios deben nacer del seno del propio sector, aunque hoy por hoy es muy difícil. El Estado controla que las farmacéuticas nos envenenen con sus productos y debería hacer lo mismo con los medios8.

Creo que la crisis no es sólo de identidad, sino también de concepción en su relación con Gobiernos y medios. James Petras9, aún pensando que puede llegar a ser un poco extremista en algunas cuestiones, plantea preguntas interesantes. La AH puede llegar a ser mucho más eficaz a nivel teórico y práctico en la configuración de una nueva realidad social. Pero hasta que no seamos capaces de generar un modelo en el que cualquier persona (sin importar su color de piel o procedencia) tenga los mismos derechos y su estatus (el de persona) adquiera un rango superior al que actualmente posee la economía, las cosas no cambiarán mucho. Es imprescindible que las OAH y los medios, sobre todo por su presunta vocación y responsabilidad social, caminen hacia los mismos objetivos a aunque sea por sendas diferentes.

Notas:
* Recomiendo la lectura de Alterperiodismo, los medios de comunicación y las causas solidarias, de David Casablancas. No es muy extenso pero tiene cosas interesantes sobre el tema.
1 Aunque es cierto que en las publicaciones especializadas sobre AH o en alguna de las Tribunas de ciertos periódicos se lanzan a debate ideas sobre este tema. El problema es que, las primeras quedan en el círculo de dedicado a AH (no hay un verdadero conocimiento social) y las segundas no son muy numerosas.
2 Aprovecho para comentar que me parece increíble que (yo lo he vivido en Intermón), gente de la ejecutiva de ciertas instituciones del Tercer Sector se queje por cobrar unos 60.000 € al año, un sueldo bastante digno pero que no es comparable al de otras empresas del sector. ¿Dónde quedan los valores por los que se supone trabajan ahí?
3 En un estudio sobre la eficacia social de las ONG españolas que elaboré el año pasado en colaboración con Ana Cok y Juan David Gómez (ambos profesores de la USJ), me di cuenta que en la mayor parte de documentos que las organizaciones ponen a disposición del público faltan ideas (reflexiones y elementos intelectivos) e información sobre las propias organizaciones. Esta situación, también derivó en discusiones con alguno de los trabajadores de Intermón Oxfam Aragón sobre la estructura y concepción de la Organización, porque yo me empeñaba en que estas instituciones deberían ser más democráticas y no tan jerárquicas en su funcionamiento.
4 En Somalia las ONGs denunciaron desde un primer momento la mala calidad de las remesas de alimentos y las intenciones de la ocupación estadounidense y en Indonesia la armada americana aprovechó la situación para establecer un punto de control sobre el petróleo que entra a China.
5 Aunque hay algunas que funcionan de manera más colectiva, sobre todo asociaciones a nivel local y regional con pequeños proyectos muy localizados.
6 Al estilo, por compararlo con algo, de la BBC inglesa que tras las elecciones pasa a ser controlada por la oposición. La diferencia es que debería ser independiente de cualquier poder político y creo que, debido a su poder, deberían limitarse sus financiadores y los tipos de negocio en los que están metidos los grupos que controlan los medios de comunicación.
7 De esta forma, por ejemplo, Saddam Hussein tenía que ver con el 11-S según más del 60% de la población estadounidense; Irak tenía armas de destrucción masiva; o los Talibanes aumentaron la producción de opio y drogas cuando llegaron al poder, cuando se sabe que hicieron leyes para prohibir su cultivo por considerarlas anti-islámicas. Es ahora cuando la droga está financiando esa guerra.
8 Algunas de las medidas que Hugo Chávez está tomando en Venezuela (tachadas de atacar la libertad de expresión) tratan de establecer sanciones ejemplares a las mentiras mediáticas, veneno social en estado puro. Son medidas formales en cuanto a la citación de fuentes, presentación de imágenes... Pero claro, chocan con el modelo de espectáculo y rumor que predomina actualmente.
9 Ayuda humanitaria y medios de comunicación, James Petras, 2 de Abril de 2003.

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