Por Ismael Moreno
En Honduras el dilema no es si la derecha golpista sigue mandando o si la izquierda en resistencia logra tomar el poder. El dilema es cómo construir ciudadanía en una sociedad en depresión colectiva. El descalabro nacional y la percepción que la sociedad hondureña tiene del país, de sus instituciones y de sí misma, son terreno fértil y propicio para gobiernos autoritarios, cuasi mesiánicos y con un protagonismo creciente de los militares.
El 28 de enero, el general Carlos Antonio Cuéllar, Jefe del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas de Honduras, sucesor del general Romeo Vásquez, ambos acusados junto a otros cuatro militares de abuso de autoridad al detener y expulsar del país al Presidente Manuel Zelaya en aquella aciaga madrugada del 28 de junio de 2009, fue relevado de su cargo por el general René Osorio Canales, hasta ese día Jefe de la Guardia de Honor Presidencial del Presidente Porfirio Lobo, y responsable inmediato de dirigir el operativo que entró en la casa de Zelaya para sacarlo en pijama a punta de ametralladoras y colocarlo en una base aérea, de donde el polémico mandatario fue expatriado hacia Costa Rica. Este nombramiento cubrió la primera plana de todos los diarios hondureños y estuvo acompañado de rumores, conjeturas, apuestas y de una sonora lista de otros candidatos, lo que no ocurría desde hacía unas dos décadas, cuando los militares iniciaron una tregua en su protagonismo político en el país.
Militares: De nuevo protagonistas
¿Qué cosas han cambiado en Honduras para que el nombramiento de Cuéllar para ocupar el endiosado -antes de los años 90- cargo de Jefe de las Fuerzas Armadas adquiera la categoría de acontecimiento? Muy sencillo: terminó el paréntesis de militares en bajo perfil. Tras el golpe de Estado, y bajo las nuevas coordenadas de Washington, los militares hondureños pasan a ser factores y actores decisivos en las “democracias autoritarias” diseñadas para América Latina. Y Honduras sigue siendo un buen laboratorio para experimentar este diseño, aún aparentemente imperceptible, pero adecuado para sofocar la inseguridad, la violencia delincuencial, el narcotráfico, las pandillas juveniles, la inestabilidad política y la conflictividad social ante tantas demandas populares acumuladas e irresueltas.
Honduras es el país con tierra más fértil para el retorno protagónico de los militares a la escena política. El golpe de Estado vino acelerar un proceso que el propio Zelaya había iniciado, entre optimismos e ingenuidades, reconociendo a los militares como “fuerza del pueblo”, lo que los dos gobiernos anteriores no hicieron.
El argumento de más peso para el retorno de los militares es el descalabro en el que los políticos han dejado al Estado y el ambiente de ingobernabilidad que se respira en casi todo el territorio nacional, especialmente en las zonas de “Estado fallido” como son la región del Aguán en la Costa Atlántica, y varios municipios, especialmente los occidentales departamentos de Copán, Lempira y Santa Bárbara, en donde la institucionalidad del Estado ha quedado subordinada a los poderes que de facto deciden y que dirigen el crimen organizado, grupos de terratenientes y políticos locales desmembrados de las direcciones de sus partidos o de las instituciones del Estado central.
El tiempo de las "Democracias tuteladas"
Recuperar soberanía interna del Estado, devolviéndole un poder que en las condiciones actuales ha perdido en parte del territorio, sería argumento decisivo para reavivar el protagonismo de los militares. No es ocioso recordar que hace treinta años los militares entregaron el poder a los civiles y políticos, obedientes al proyecto de Estados Unidos de poner en marcha una “democracia tutelada”. Esto significó que las elecciones y el gobierno que de ellas saliera serían “tutelados” por Washington, con recursos que fortalecerían las fuerzas armadas, a cambio de que renunciaran a su protagonismo. Democracia sí, pero con resguardo militar: esa era la fórmula de las “democracias tuteladas”.
Tras los acuerdos de paz en los conflictos centroamericanos y bajo el embrujo de los ajustes a la economía que suponían la reducción del Estado para dar rienda suelta a las leyes del dios mercado del neoliberalismo, los militares dejaron de ser el centro de atención de Washington y progresivamente pasaron a un segundo o tercer plano en el Estado y en la sociedad. De acuerdo a los apologistas del modelo neoliberal, la democracia centroamericana “había madurado”. Altos jefes de las diversas promociones del Ejército pasaron a retiro, dedicándose a negocios privados. Algunos incursionaron en el rentable mundo de las empresas de seguridad privada. Otros, a los subterráneos laberintos del crimen organizado. Veinte años después de la fiebre neoliberal, el fenómeno de la migración, como expresión de la inviabilidad de nuestras desajustadas sociedades, no sólo ha significado remesas económicas. También ha habido remesas culturales y la transnacionalización de las remesas de la criminalidad.
Del Neoliberalismo a Zelaya
Con el neoliberalismo creció la economía de unas cuantas familias, mientras se incrementaba la exclusión y la violencia, y los políticos perdían su capacidad de conductores de un Estado cuyo poder se fue difuminando y distribuyéndose entre diversos grupos que hoy son los que deciden, como auténticos gobiernos, desde territorios bajo su control.
Hubo presidentes, diputados y alcaldes elegidos en elecciones básicamente libres y transparentes, pero estos políticos electos no tuvieron capacidad para administrar la democracia ni para dar respuesta a las demandas de los sectores populares, que se fueron acumulando y complejizando.
Los intereses confrontados entre el sector de Zelaya -que representaba el modelo del Socialismo del siglo 21- y el sector elitista político y empresarial, sostén del modelo neoliberal y socio local del capital transnacional, fueron ocasión propicia para que los militares abandonaran su estrategia de bajo perfil, y de una aparente subordinación a los políticos y a los empresarios y avanzaran hacia el protagonismo que ya comienzan a tener en la vida nacional.
Una Sociedad en depresión colectiva
El descalabro nacional y la percepción que la sociedad hondureña tiene del país, de sus instituciones y de sí misma, son terreno fértil para predecir que estamos en los albores de un período propicio para gobiernos de corte autoritario, cuasi mesiánicos y con un liderazgo creciente de los militares. Vamos a los datos.
En el sondeo de opinión que a finales del año 2010 realizaron el Instituto de Opinión Pública (IUDOP) de la UCA de San Salvador y el Equipo de Reflexión, Investigación y Comunicación (ERIC) de Honduras en 16 de los 18 departamentos del país, con una muestra de 1,548 personas encuestadas, la institucionalidad hondureña aparece en franca precariedad, sin que ninguna de las instituciones alcance el 40% de reconocimiento.
De acuerdo con los resultados de conjunto de esa encuesta, la sociedad hondureña se define por su pesimismo y su desconfianza. La carga de la crisis política junto con el desempleo, que en conjunto superan el 60% de agobio, añadidos a la percepción de que la violencia, la delincuencia y el narcotráfico han aumentado en más del 80% en relación con el año 2009, hacen que la sociedad hondureña comience la segunda década del siglo 21 con el mayor de los pesimismos y en depresión colectiva.
Un 85% de la gente entrevistada no duda en decir que la corrupción de los políticos y empresarios es igual o peor que en 2009. En un porcentaje casi similar está la percepción en relación con la violación a los derechos humanos, mientras que la aplicación de la justicia se percibe con descrédito por un 79% de la ciudadanía entrevistada. La gente prefiere callarse y no denunciar ni las acciones delincuenciales comunes ni las violaciones a los derechos humanos, porque más del 60% no se siente nada segura con la Policía. En una mayoría que supera el 50% existe la percepción de que la Policía está involucrada en la delincuencia.
Desconfianza de casi todo
La sociedad hondureña desconfía de casi todo, pero de manera especial de las instituciones y de quienes las ocupan. Y aunque la gente responde que tiene esperanza y que prefiere quedarse en el país, esos sentimientos, ante el conjunto de otras respuestas, no tienen asideros en los que sostenerse. Mientras más del 60% de la gente piensa que la situación económica está igual o peor que en 2009, más del 50% confiesa que 2011 será igual o peor que 2010. Para la inmensa mayoría de la gente en Honduras “vamos de mal en peor bajando”, porque ya no sólo la situación está peor que antes, sino que se sigue esperando algo todavía peor. Se ha perdido la confianza en los demás y especialmente en la institucionalidad, en la que la gente identifica a las personas y a los grupos responsables directos de sus penurias.
En la encuesta, el empresariado queda como el sector que despierta mayor desconfianza entre la ciudadanía. El rechazo llega al 84%. Los siguen los políticos con el 80% del desprecio popular. La desconfianza abarca a toda la institucionalidad. Más de 7 de cada 10 personas desconfían de la Corte Suprema de Justicia y del Ministerio Público y de quienes los dirigen. Unas 8 de cada 10 desconfían tanto de los partidos políticos, del Congreso Nacional y de sus diputados como del Frente Nacional de Resistencia Popular.
La desconfianza es extensiva a la jerarquía de la Iglesia Católica: confía en ella un 39.5%, mientras un 47.9% expresa tenerle poca o ninguna confianza. Y aunque en números la jerarquía católica resulta ser la institución con mayor credibilidad, tampoco resulta muy bien parada.
A la espera de respuestas "divinas"
Una sociedad que se retuerce entre el pesimismo y la desconfianza está en riesgo de caer bajo la influencia de caudillos con propuestas mesiánicas y con modelos de corte autoritario donde decide la ley del más fuerte. Ése es el mayor peligro al que está enfrentada Honduras. Los resultados de la encuesta permiten imaginar estos escenarios. Un pesimismo y unas desconfianzas tan enormes son difíciles de sostenerse indefinidamente. Por algún lado tendrán que decantarse. En la encuesta, la mayor señal en este sentido estaría en la respuesta que dan 7 de cada 10 personas entrevistadas, que dicen ver el futuro con esperanza.
A pesar de la situación de anomia que dibuja la encuesta, 7 de cada 10 personas afirman que prefieren quedarse en el país en lugar de emigrar. ¿Cómo explicarlo? ¿Cómo puede la gente que dice no creer en casi nadie, que ve el 2011 con el mayor de los pesimismos, afirmar simultáneamente que tiene esperanza en el futuro? Sólo lo puede afirmar si en lugar de tener confianza en sí misma, la sociedad se dedica a buscar confianzas en otros. ¿Qué “otros”? En la encuesta los entrevistados dicen tener puesta su confianza en la Iglesia Católica (39.5%) y en las Iglesias Evangélicas (31.5%).
Así los datos, existen razones y bases para aventurar la hipótesis de que, con desconfianza en sí misma y en el conjunto de la institucionalidad, la gente acentuará su visión providencialista: salidas religiosas a la crisis política, a la que los entrevistados atribuyen una de las principales razones para que haya subido tanto el costo de la vida. Si la desconfianza es tan generalizada, la gente preferirá dejar las soluciones no en su propia capacidad transformadora, ni siquiera en las instituciones de la sociedad, sino en la “respuesta divina” que le ofrece la religión. Y si desconfía de una determinada jerarquía religiosa, buscará respuestas en otras ofertas religiosas. La encuesta demuestra el crecimiento de las iglesias evangélicas a costa de la membresía tradicional de la Iglesia Católica.
La fe en los medios
La población hondureña coloca en segundo lugar de confiabilidad, después de las iglesias, a los medios de comunicación. Un 46.6% dice tener alguna o mucha confianza en ellos. Los medios de comunicación, comenzando por la televisión, seguida por la radio y los periódicos, son los principales configuradores de la opinión pública. El pesimismo y la desconfianza tienen mucho que ver con noticias e imágenes que la gente traga diariamente, repletas de sangre, violencia y crueldad, mientras le presentan a los altos personajes de la política y del empresariado como los honorables propietarios del Estado y del país.
De forma similar a como actúa el providencialismo religioso, la sociedad hondureña atribuye a los medios de comunicación un poder casi mítico, intocable, al que se le tiene desconfianza, pero difícilmente se le desafía. La escasa confianza que a la gente le queda la deposita en esos misteriosos entes que configuran sus vidas y sus opiniones: poderosas iglesias de un dios lejano y poderosos medios de comunicación que todo lo saben.
Los caudillos y pastores más cercanos
Casi 6 de cada 10 personas encuestadas responden que tienen poca o ninguna confianza en las municipalidades. Sin embargo, el poder local ocupa el tercer lugar en confiabilidad: un 41.2% tiene alguna o mucha confianza en su municipalidad. Esta relativa confianza en la municipalidad es la que más contribuye a que la gente ponga pie en su propia realidad, puesto que se trata de la institucionalidad más cercana a la vida, al sentir y al sufrir de las personas. Siendo esto cierto, también lo es que la sede de los caudillos políticos y de los promotores del providencialismo religioso se encuentran precisamente en el territorio en donde la gente vive, siente y sufre.
Y si la gente vive agobiada por la inseguridad, la violencia, el desempleo y el alto costo de la vida, y si no mira más que el empeoramiento en su situación, acabará buscando en el político caudillo de la localidad y en el pastor religioso más cercano esa esperanza que dice tener en el futuro. Ambos incrementarán una desconfianza que se traducirá en desconfianza en sus propias capacidades y energías transformadoras. El municipio se puede convertir así en factor decisivo para el fortalecimiento del autoritarismo de los caudillos y de las sectas fanáticas, particularmente las de corte pentecostal, que se sostienen en pastores-caudillos que predican una religión que ofrece salidas intimistas y mágicas a las crisis.
Fuerzas Armadas creíbles
En las Fuerzas Armadas se deposita alguna credibilidad: un 38.4% afirma tener hacia la institución armada alguna o mucha confianza, muy por encima de cómo ven a la Policía: sólo un 26.6% le tiene alguna o mucha confianza.
Aunque es cierto que más del 50% expresa desconfianza hacia el Ejército, el hecho de colocar a este actor en el cuarto lugar de credibilidad, es un índice de la confianza a la que tiende la sociedad hondureña: poderes mesiánicos y caudillistas, medios de comunicación masivos y poder autoritario de los militares.
Si a estas tendencias sumamos el esfuerzo que un sector muy conservador de pastores está haciendo para que el Estado laico sucumba ante el fundamentalismo, no sería extraño que viéramos surgir en este caldo de cultivo a partidos políticos de corte religioso fundamentalista, que serían aliados políticos de los militares en el marco de la “democracia autoritaria” por la que apuestan otros poderosos sectores fundamentalistas, los de Estados Unidos.
Que sean otros y que vengan desde arriba
La población, agobiada por la violencia, la inseguridad y el peso en su vida de la crisis económica, prioriza las respuestas a sus graves e inmediatos problemas por encima de las que hay que dar a los grandes desafíos políticos. Es cierto que el alto costo de la vida y la inestabilidad económica los atribuye la gente a la crisis política. Sin embargo, al ver una ruta de salida a esta crisis se contradice entre un estar a favor de la convocatoria a una Asamblea Nacional Constituyente y un dejar en manos de los mismos de siempre esta convocatoria, lo que delata la mentalidad conservadora o de supervivencia que predomina en la población, especialmente entre los sectores con menor índice de escolaridad.
No deja de llamar la atención que, a la par de la desconfianza en las instituciones, la encuesta destaca que la gente identifica como el mayor logro del gobierno de Lobo Sosa la entrega de un bono de 10 mil lempiras (unos 530 dólares), al tiempo que espera que sea el gobierno quien le resuelva los graves problemas del país y le atribuye bastantes puntos positivos a unos medios de comunicación que han construido un auténtico cerco mediático para controlar la información.
Todo esto conduce a una hipótesis sumamente preocupante: la sociedad hondureña está sostenida con unos hilos sociales, políticos y culturales muy rotos que dejan a la ciudadanía con niveles muy bajos de conciencia de su responsabilidad ante lo público y ante sus desafíos y problemas personales, familiares y sociales. Es mucha la gente que espera que sean otros y vengan desde arriba los que hallen la solución de los problemas, mientras opta por sumergirse en la supervivencia, en sus calamidades y en la lógica del “sálvese quien pueda”.
Frente de Resistencia: Sin Simpatías
Para los más entusiastas resulta un escándalo o en el mejor de los casos una sorpresa inesperada la antipatía de la sociedad hondureña hacia el Frente Nacional de Resistencia Popular. Tres cuartas partes de la población entrevistada manifiesta tener ninguna o muy poca confianza en el FNRP y sólo el 12.9% -similar al puntaje que le dan al Ejecutivo- manifiesta tener mucha confianza en esta estructura, nacida en oposición al golpe de Estado.
Esto hay que leerlo entre diversas líneas. Más de un 50% de los entrevistados ven con buenos ojos la convocatoria a una Asamblea Nacional Constituyente, pero desconfían del sujeto conductor de los cambios, que sería un FNRP al que equiparan a los partidos políticos. No hay que olvidar que en la encuesta, la gente afirma que lo que le hicieron a Zelaya fue un golpe de Estado, pero que se trató de una medida correcta, aunque a renglón seguido el mismo porcentaje de la población, superior al 50%, sostiene que Zelaya debe regresar al país como condición para la reconciliación nacional.
La simpatía hacia la convocatoria a una Asamblea Nacional Constituyente y la antipatía hacia el FNRP tienen también que ver con el papel de moldeadores de opinión y de conciencias que representan los medios de comunicación de alcance nacional, propiedad de un reducido sector oligopólico.
También tienen que ver con que la realidad de la resistencia no se agota en ninguna institucionalidad política, organizativa o partidaria. La resistencia nació con fuerza en los meses siguientes al golpe de Estado y en ella hay mucha gente de diversos colores y sectores reunidas por la indignación ante las imposiciones y la violencia. El FNRP surgió de un proceso de institucionalización que progresiva, y muy rápidamente, se fue separando de la indignación popular no estructurada. Por eso, la gente identifica a la estructura del FNRP como un partido político más, en el que confluyen liderazgos tradicionales del movimiento popular, liberales leales a Zelaya y gente que busca capitalizar esa estructura para intereses proselitistas inmediatos. El FNRP se percibe, porque lo está, íntimamente vinculado a la figura y al liderazgo de Zelaya. El FNRP se fue decantando con el correr de los meses en esa dirección y actualmente se lo puede definir como una estructura política e ideológica zelayista porque Manuel Zelaya define sus ideas y toma las decisiones que le dan identidad.
Zelaya: ¿Objeto de culto u obstáculo?
Zelaya no sólo es piedra de contradicción y de confrontaciones entre los de la resistencia y los responsables del golpe de Estado. Es también factor de polémica al interior de los sectores de la resistencia. Mientras para unos, Mel Zelaya es el salvador sin el cual la resistencia no tendría razón de ser, para otros el culto a este mesías hace mucho daño al FNRP.
Para muestra, dos opiniones de miembros de la resistencia hondureña. Uno escribe así: “El retorno de Manuel Zelaya Rosales constituye para el pueblo hondureño el motor principal, la dirección apropiada, la vanguardia directriz, la bandera de lucha con la cual se logrará satisfacer la meta establecida desde su gobierno: la instalación de la Asamblea Nacional Constituyente y la redacción de la nueva Carta Fundamental de la hondureñidad. Y en este propósito conducente hacia el reintegro insoslayable al territorio patrio del Comandante Zelaya Rosales, no deben existir dudas, engaños y dilaciones de ninguna de las partes que configuran el conflicto político que padece la nación… Si no es Manuel Zelaya Rosales no hay quien más nos pueda conducir a la infalibilidad de la meta que el pueblo ha introyectado en su conciencia política con la figura, la palabra, el pensamiento, y la acción del ex-presidente más carismático de los últimos 50 años de historia política catracha. Porque si ello no fuera de ese modo significa entonces que es una falacia haberlo electo como el coordinador del Frente Nacional de Resistencia Popular”.
Otro miembro de la resistencia responde con otro punto de vista: “El problema con escritos como éste es que lejos de beneficiar al compañero Zelaya, le perjudican. Porque una de las grandes motivaciones en esta lucha es terminar con los caudillismos y divinidades. Cuando se genuflexa tanto el culto a un nombre o a una persona, lo único que se logra es que se empañen las intenciones y el papel que juega esta persona. En el caso del compañero Zelaya, tanto culto de su persona y tanta invisibilización de las demás cosas que nos tienen en lucha, finalmente hacen que el líder se convierta en obstáculo de nuestra propia liberación”.
La encuesta parece recoger el sentir de una población que identifica la polarización hacia la que se fue progresivamente deslizando el FNRP, hasta acabar bajo el liderazgo de Zelaya, lo que ha terminado por percibir al FNRP dentro de los partidos políticos que, junto a los empresarios son los sectores que tienen la menor confianza y aceptación entre la población. El culto a Zelaya ratificaría lo que la población estaría expresando en la encuesta con otras respuestas: pesimista y desconfiada, acaba depositando sus esperanzas en algo o en alguien a quien le atribuye cualidades míticas o mesiánicas, propias del pensamiento fundamentalista, tanto en el ámbito de la fe religiosa como en el de las ideas políticas e ideológicas.
Lo que puede pasar
Con un cuadro como éste queda claro que la sociedad hondureña es carne de cañón para un autoritarismo que tenga sustento en los militares, que recobrarían un protagonismo que pudiera crecer a niveles parecidos a los de las peores décadas de la segunda mitad del siglo 20.
Para sofocar la alta conflictividad social y política, los militares, regresando a su protagonismo, tendrán una alianza externa con el sector más fundamentalista de Estados Unidos (el modelo colombiano) y una alianza interna con los sectores con más poder del crimen organizado, para repartirse cuotas de poder y control de territorios. Con esta amalgama política y económica Honduras, se convertiría en un pésimo modelo a seguir por otros países latinoamericanos.
Las sectas evangélicas están agazapadas para atacar en el momento oportuno. Serían fieles aliadas del militarismo, del Estado policíaco y de los sectores empresariales locales más leales a los dogmas del capital transnacional.
Los sectores que se agrupan en torno al FNRP zelayista están ensayando su propuesta, elevando a niveles de santidad a Zelaya para impulsarlo como el salvador del país, reviviendo la alianza de Honduras con el Socialismo del Siglo 21.
Lo que hay que hacer
Frente a estos escenarios, la tarea es mucho más profunda y más austera: construir ciudadanía en una sociedad atrapada en su depresión. Generar confianza en sus propias capacidades para desarrollar propuestas. Construir una ciudadanía que desmonte sus fantasías y sitúe en una dimensión correcta los fracasos y los problemas del país, y a los diversos liderazgos con sus aciertos y también con sus limitaciones. En Honduras el dilema no es si la derecha sigue mandando o si la izquierda logra tomar el poder. El dilema sigue siendo buscar una ruta de salida que tenga como base a una sociedad y a un país que le apueste a los consensos mínimos, donde vaya surgiendo una ciudadanía que vaya asumiendo su propio liderazgo y sus propias decisiones. El país entero se encuentra resquebrajado y deprimido, sin tener siquiera lo mínimo que le permita un debate fructífero.
Hay que comenzar por consensuar lo mínimo en educación, en salud, en trabajo y empleo, en recursos naturales, tierra, vivienda, economía y distribución de los recursos. Enfrentando la exclusión y la inequidad, todo lo demás, lo político y lo ideológico, se debatirá en dimensiones más correctas. Si no se logran estos consensos mínimos, apostando por la construcción de ciudadanía, los autoritarismos y mesianismos del signo que sean, que están al acecho, triunfarán. Y entonces, todo el país, sus derechas y sus izquierdas convivirán en un auténtico Estado fallido.
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