martes, 27 de enero de 2015

Democracia y geopolítica



Por Samuel Pulido *

A finales de 2014 el impulso democrático de los últimos años parece agotado en todo, pese a efervescencias puntuales aquí o allá. ¿En todo el mundo? ¡No! En algunas pequeñas aldeas del sur de Europa (Grecia, España) la movilización popular podría tener finalmente su traducción en sus respectivos gobiernos, reabriendo desde la eurozona un nuevo periodo de incertidumbres y de esperanza. Sin embargo, el contexto económico y geopolítico internacional en el que puede producirse dicho cambio político es complejo.
La crisis financiera de 2007-2008, un capítulo más de la crisis de larga duración que aqueja al capitalismo desde hace cuatro décadas, todavía se deja sentir, sin que hasta ahora se haya instaurado una gobernanza global que mitigue el caos sistémico. La economía mundial sigue creciendo con tasas medias relativamente bajas, las desigualdades sociales continúan agrandándose a marchas forzadas y la degradación medioambiental sigue su curso. Los efectos de las crisis se desplazan por los circuitos financieros. La incógnita consiste en saber dónde y cuándo tendrá lugar la próxima turbulencia.

Aunque tal vez no en el corto plazo, China se va situando en el centro de las preocupaciones de los inversores por la reducción de su crecimiento combinado con el incremento desorbitado de su deuda interna (pública y privada), con importantes vencimientos en 2015: constructoras y promotoras teóricamente deberán reembolsar unos 33.000 millones de dólares (casi el doble que este año) en trusts, vehículos de inversión propios del llamado sistema bancario “en la sombra”.

La reducción de la demanda china y en general de la demanda global de materias primas, junto con excesos de oferta en mercados como los del petróleo, pondrán en aprietos a más de un país de los llamados emergentes, que tendrán más complicado continuar acumulando reservas de divisas y desviando su exceso de ahorro a los mercados de deuda de los países más ricos. Los países emergentes podrían verse afectados además por elementos que escapan a su control: la volatilidad del dólar y el previsible primer aumento en siete años de los tipos de interés por parte de la Reserva Federal de EE UU, tal vez seguido por una medida similar en el Reino Unido. El contraste con el mantenimiento de tipos cero por el Banco Central Europeo (BCE) y el Banco Central de Japón, junto con la inestabilidad política, podría favorecer aún más el movimiento de capitales en dirección a EE UU, ya iniciado con el fin de los estímulos de la Reserva Federal.

Así pues, podemos decir que de un modo u otro se agudiza la competencia entre los Estados, y en especial entre los más fuertes, por transferir recursos a sus élites respectivas al tiempo que procuran contener a los empobrecidos con medidas cada vez más autoritarias y un discurso cada vez más nacionalista asumido por dirigentes mainstream como Came­ron, Putin, Valls o Modri. En el interior de la UE todo ello ha provocado una mayor vulnerabilidad de la eurozona, lo que motivó que el BCE acabara actuando como representante del capital colectivo al anunciar estímulos (quantitative easing, QE) para comienzos de 2015, contrariando los intereses inmediatos del capital alemán. Esta medida debería garantizar la estabilidad macroeconómica en la eurozona, contrarrestar las tendencias deflacionistas y contribuir al exceso de liquidez generado por los estímulos previos de EE UU y Japón, lo que puede generar nuevas burbujas inmobiliarias. El espejismo que esperan gobiernos en año electoral como el español.

Dicha competencia incluye las negociaciones de acuerdos de libre comercio. Lo que está en juego en ellas es fundamentalmente la convergencia regulatoria y el establecimiento, sin debate democrático, de normas y estándares que no puedan ser cuestionados por alternancias electorales y que favorezcan a las transnacionales que ya los adoptan, especialmente en el ámbito de los servicios y de la economía digital. Así, EE UU negocia con la UE el TTIP y con varios países asiáticos el Acuerdo Trans­Pacífico. Acuerdos menos ambiciosos son los que promueven Rusia y China con sus países vecinos, y entre ellos mismos en materia energética.

Lucha por la hegemonía
Por otro lado, aunque EE UU despliega un liderazgo del que todavía carecen otras potencias –incluyendo China–, se muestran incapaces de representar el papel de agencia hegemónica a la que pueda supeditarse el orden interestatal capitalista. Esto ha sido puesto en evidencia en aquellos territorios donde Estados subalternos perdieron el control efectivo de los mismos. En ocasiones, como consecuencia de revueltas populares fallidas que no lograron sustanciar las demandas democráticas en transformaciones políticas duraderas. En estos casos, Estados Unidos coopera o compite, según, con otras potencias regionales para expandir de manera crecientemente autónoma su área de influencia, en un movimiento de placas tectónicas que a veces provoca sacudidas: la UE y Rusia en el este europeo (Ucrania), Arabia Saudí e Irán en el revuelto enjambre de Medio Oriente tras la primavera árabe, Catar en Medio Oriente y en Libia. Muchos de los conflictos violentos, en particular aquellos protagonizados por grupos armados no regulares, se han enquistado: narcos en Mesoamérica, las diferentes milicias yihadistas que se arraigan en Siria-Irak y en partes de África, etc.

Este escenario no parece nada halagüeño para el avance de la democracia. Pero como ha quedado demostrado en los últimos años, de nosotros depende en parte no someternos al mismo. Del caos también pueden nacer sorpresas positivas.

* Samuel Pulido es autor del blog Quilombo.

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