domingo, 9 de junio de 2013
Guerra permanente del imperio
Por Saul Landau
Este país se ha enfrentado oficialmente al resto del mundo. Mientras unidades militares de EE.UU. luchan o amenazan con luchar con supuestos enemigos que pertenecen a grupos jihadistas, la mayoría de los cuales son desconocidos para los norteamericanos, un funcionario del Departamento de Defensa informó al Congreso que ahora el Pentágono considera al mundo entero como el campo de batalla de Estados Unidos.
El 16 de mayo Michael Sheehan, subsecretario de Defensa para operaciones especiales y conflictos de baja intensidad, también predijo ante el Congreso que la guerra contra al-Qaeda duraría de 10 a 20 años más y podría tener lugar en cualquier parte del mundo. También aseguró que con la Autorización para el Uso de la Fuerza Militara (AUMF), aprobada por el Congreso días después de los ataques del 11 de septiembre, el Congreso había autorizado operaciones militares iniciadas por EE.UU. para ese período no especificado.
Pero el 23 de mayo, el presidente Obama declaró que no estamos en tal estado, y que él tenía planeas de normalizar (desmilitarizar) la política de terrorismo, cerrar Guantánamo y proteger los derechos procesales borrados después del 11/7 por razones de “seguridad”. Pero, ¿cómo vivir sin un enemigo, en especial con un enemigo militar que traga cerca de $1 billón de dólares anuales (incluyendo a la CIA y a la NSA y el costo de guerras)?
Durante casi 30 años luchamos contra el “imperio del mal” soviético y su bloque. En 1991, la URSS colapsó. Pero en unos pocos años, nuestros líderes encontraron un nuevo enemigo (terrorismo) digno de una respuesta militar global.
Por décadas, durante nuestra cruzada anticomunista, los lideres norteamericanos también crearon alianzas y sustitutos para promover nuestras políticas. Un ex-aliado militar recientemente compareció ante un tribunal guatemalteco. Su caso puede que enseñe al Congreso más acerca de política norteamericana que escuchar el testimonio de funcionarios de Defensa.
A mediados de mayo, un juez guatemalteco declaró culpable de genocidio al ex-dictador y aliado de EE.UU., general Efraín Ríos Montt, por haber ordenado la matanza de miles de campesinos indios. Ríos Montt no negó que había ordenado a su ejército a que atacara a campesinos pobres. “Mi trabajo como jefe de estado fue tomar las riendas del país que estaba al borde del precipicio. Guatemala había fracasado”, le dijo al tribunal. “Y perdóneme, Su Señoría, los guerrilleros estaban a las puertas del palacio presidencial”.
Nadie se dio cuenta de esos guerrilleros en el umbral. Los más de 100 000 campesinos asesinados por los soldados de Ríos Montt no eran guerrilleros, pero sus oficiales les robaron sus tierras. Es más, él y sus gorilas militares que gobernaron a Guatemala desde que la CIA derrocó al gobierno elegido en 1954, recibieron grandes sumas de ayuda norteamericana y aliento verbal.
El 21 de mayo, el Tribunal Supremo de Guatemala anuló el veredicto de culpabilidad. El resultado sigue siendo confuso. Pero las acciones de Ríos Montt se han convertido en conocimiento público para el mundo. Un tema ausente en el juicio fue el papel del gobierno de EE.UU. como cómplice del genocidio, bajo el pretexto de que la ayuda norteamericana era para la cruzada anticomunista.
Es cierto que hubiéramos sido testigos de una justicia más adecuada si el ex-ayudante presidencial Elliot Abrams, el hombre que funcionaba como uno de los principales promotores de los violadores de derechos humanos de Reagan en Latinoamérica, hubiera estado junto a Ríos Montt en el banquillo de los acusados. Abrams elogió el comportamiento de Ríos Montt –además de los rituales de masacre, ¿qué otra cosa hizo?— e incluso dijo que los derechos humanos han mejorado bajo su mando”. Abrams conocía de hechos que lo debieran haber llevado a la conclusión opuesta, a no ser que uno considere el genocidio como una acción a favor de los derechos humanos.
Más importante aún, el presidente Ronald Reagan llamó a Ríos Montt “un hombre de gran integridad personal”. ¿Con qué laureles habría coronado a Al Capone? Y Abrams condenado por mentir al Congreso, ahora ocupa un asiento en el prestigioso Concejo de Relaciones Exteriores, en vez de una celda de Leavenworth por promover el genocidio en Guatemala y la violencia en otros países vecinos.
En 1991, un tribunal condenó a Abrams por dos acusaciones de ocultar ilegalmente información al Congreso durante las investigaciones del asunto Irán-Contras. Abrams conspiró con Paul Wollowitz y Oliver North, teniente coronel retirado de la Infantería de Marina de EE.UU., como participantes integrales en el escándalo Irán-Contras.
En 1992, George H. W. Bush lo indultó. Y Abrams luego fue el vice-asesor de Seguridad Nacional para la Estrategia de Democracia Global desde febrero de 2005 a enero de 2009. Su asesoría no provocó una mayor democracia ni una estrategia para alcanzarla. A pesar de estos resbalones de comportamiento por parte de nuestros aliados y funcionarios, los militares de EE.UU. ahora confrontan al mundo como un campo de batalla para la nueva cruzada antiterrorista.
Abrams y los de su ralea debieran haber sido juzgados por promover el asesinato, la tortura y la guerra en varios países centroamericanos cuando promovió a asesinos paramilitares de derecha que dirigían algunos de esos países durante la presidencia de Reagan, en la cual sirvió como asesor especial. Abrams promovió a los contras nicaragüenses mientras sus compinches vendían misiles a Irán, después de que el Congreso prohibiera tales ventas, a fin de financiar el suministro de armas para la contrarrevolución en Nicaragua. Para Abrams y sus colegas neocons, ser un amigo proveniente del Tercer Mundo significaba ser obediente, no una figura democrática. Frente a los fríos hechos a cerca de los militares de El Salvador que cometían asesinatos y practicaban la tortura (incluyendo a monjas norteamericanas), Washington mimó a casi todos los dictadores y torturadores del Tercer Mundo, desde Marco en Filipinas, hasta Augusto Pinochet en Chile. Washington también apoyó a gran cantidad de de dictaduras militares, desde Indonesia hasta el cono sur de Latinoamérica.
Washington nunca se quejó acerca del dictador egipcio Hosni Mubarak. Durante tres décadas él dijo “yes, sir”. Cuando millones de egipcios se reunieron en las calles para expulsarlo, Washington saludó al movimiento democrático como anteriormente había apoyado a Mubarak, y simultáneamente trató de fortalecer los lazos con los militares egipcios, de ninguna manera una fuerza para la democracia.
Funcionarios del Pentágono aseguran ahora que el presidente Obama y los presidentes futuros tienen la autoridad para enviar tropas a cualquier parte del mundo a fin de luchar contra grupos supuestamente vinculados a al-Qaeda. Cuando Sheehan dijo que se podría enviar tropas a Siria, Yemen y el Congo sin una nueva autorización del Congreso, el senador Angus King (independiente de Maine) se enfrentó a esta idea de que los militares podrían decidir que el mundo entero es su campo de batalla. “Esta es la audiencia más sorprendente y más sorprendentemente preocupante en la que he participado desde que estoy aquí. Ustedes, en esencia, han reescrito aquí hoy la Constitución”, dijo King. “han hecho nulos los poderes de guerra del Congreso”. (Democracy Now, Pacifica Radio, 17 de mayo.)
¿Será la participación militar mundial el legado de Obama? ¿O tratará él de restaurar nuestros derechos y el status legal de la nación que sus acciones han socavado? El imperio parece haber dictado las opciones a los presidentes después de la 2º Guerra Mundial ¿Quién hubiera imaginado a EE.UU. como un país donde los militares dictan la política y criminales como Elliot Abrams son alentados a colaborar con dictadores genocidas en el exterior?
* Los filmes de Saul Landau "Fidel " y "Por favor, que el verdadero terrorista se ponga de pie" se encuentran en DVD por medio de cinemalibrestudio.com. Landau es miembro del Instituto de Estudios para Políticas.
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