martes, 16 de noviembre de 2010
Muere el gran subversivo del cine español Sara Brito
Público
Luis García Berlanga ha fallecido este sábado, a los 89 años, tras una larga enfermedad que lo retuvo en una silla de ruedas los últimos años. Se ha ido el gran director del cine español, maestro de talento descomunal, cómico y pesimista lúcido.
Según un portavoz de la familia, García Berlanga ha fallecido "de mayor" y "tranquilamente". La capilla ardiente con sus restos mortales se ha instalado en el salón de actos de la sede de la Academia de Cine, en la madrileña calle de Zurbano, número 3, desde las 19:00 horas. Su funeral tendrá lugar el domingo a las 15 horas en Pozuelo de Alarcón, localidad madrileña donde será enterrado.
El féretro llegó a la Academia pasadas las 18:00 horas y ha quedado iluminado por cuatro grandes candelabros y acompañado de una corona de rosas blancas. Al fondo, en una pantalla se proyectan fotografías de la trayectoria del cineasta. En el hall de entrada, casi una veintena de coronas recuerdan a Berlanga, entre ellas las de los Ayuntamientos de Madrid, Valencia y Guadalix de la Sierra (el pueblo madrileño en el que se rodó "Bienvenido Mr. Marshall"), así como del Ministerio de Cultura y de la Fundación Príncipe de Asturias.
Retrato de las diferencias sociales
Berlanga retrató como nadie una España marcada por las diferencias sociales, la hipocresía amarga y absurda, y lo hizo con naturalidad asombrosa, ternura, y con un ojo crítico aplastante. Bienvenido Mister Marshall, El verdugo, Plácido, más tarde La vaquilla, La escopeta nacional... cualquiera de sus películas, sobre todo las de la etapa que compartió con el guionista Rafael Azcona en los sesenta y setenta, son cumbres de la historia del cine español. Su obra tiene el peso y la cohesión de un autor que construyó un universo propio: el mundo ‘berlanguiano', que es coral y humanista, satírico y negro. Su cine, que mantuvo el tipo en su baile de despiste con la censura, constituye un ejemplo de subversión al que quizás sólo Buñuel, y de manera muy distinta, es comparable.
Cine popular. Eso hizo Berlanga durante cinco décadas de oficio, que empezaron en 1951 al dirigir junto a Juan Antonio Bardem Esa extraña pareja y que acabó con París Tombuctú en 1999. Entre una y otra median curas, gente humilde, familias ricachonas, pícaros, señoras y señoritas, guardias civiles, maquis, taxistas, algún burgués... toda una tropa de personajes que intentan ser felices, pero que son en esencia muñecos movidos por los hilos siniestros y absurdos del poder. "Me he pasado toda la vida intentando dar a la gente sencilla algo que les ayudara a pasar un rato agradable, a hacerles sentir mejor en su piel, durante unas horas: he hecho películas", dijo.
Nacido en Valencia, el 12 de junio de 1921, en una familia acomodada, su padre fue Gobernador de Valencia durante la República. Para evitar represalias contra él, se alistó en la División Azul . Cursó estudios de Derecho y Filosofía y Letras, aunque los abandonó para ingresar en 1947 en el Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas de Madrid, donde más tarde sería profesor. Allí hizo amistad con Juan Antonio Bardem con quien debutó en la dirección y que lo acompañaría, junto a Miguel Mihura, en el guión de Bienvenido Mister Marshall , su primera película en solitario y un filme que ha pasado a formar parte del imaginario colectivo.
Burlar a la censura
Todos conocen su argumento y la metáfora de aquella gran farsa: un pueblo castellano se ponía la peineta y entonaba el andaluz olé para, a golpe de folklore, sacar los cuartos a los americanos del Plan Marshall, que acababan pasando de largo como si nada. Berlanga presentaba su primer filme en Cannes, aclamado por la crítica pero criticado por EEUU. Allí ya estaba el antagonista de toda su carrera: el censor, que estuvo haciendo cirugía con sus películas hasta la muerte de Franco.
Su talante independiente e irreverente lo llevó a mantener una lucha sin cuartel con los ministros de la tijera, pero también con la moral recalcitrante, hipócrita y retrógrada del franquismo. Sucedió en El verdugo (1964), obra cumbre de su cine, y uno de los ejemplos del Berlanga más negro y esperpéntico, que había empezado a colaborar con el guionista Rafael Azcona en 1961 en Plácido, candidata al Oscar a la mejor película extranjera . El alegato feroz contra la pena de muerte de El verdugo fue al Festival de Venecia bajo los alaridos del gobierno de Franco.
Carne y hueso
Pero, más allá de la censura, en El verdugo, como en Plácido, está la gran cualidad del cine de Berlanga: la carne. Sus personajes son de verdad, no llevan encima las líneas pesadas del guión. No hay guiñol, sino una aparente espontaneidad detrás de la que hay un trabajo de planificación maestro. La coralidad de muchas de sus películas, orquestada por majestuosos planos secuencia, no jugó nunca en detrimento del dibujo de personajes. La tropa berlanguiana, con sus habituales intérpretes extraordinarios, es parte del mundo en apariencia caótico del director.
Luego, a finales de los sesenta y principios de los setenta, vendrá su trilogía de la soledad y las mujeres, La boutique , ¡Vivan los Novios! y Tamaño natural. Esta última, filmada en Francia, es una película atípica en su filmografía y el mejor ejemplo de la ambigüedad del director. "Yo siempre hablo de las contradicciones entre mi tripa y mi cabeza, del caos berlanguiano, pero quizá sea la ambigüedad lo que define mi cine".
Ya en democracia, filma algunos de sus filmes más populares, La escopeta nacional (1978), Patrimonio Nacional y Nacional IV, ciclo en torno al Marqués de Leguineche, o su visión carnavalesca de la Guerra Civil en La vaquilla en 1985. El sable no descansa: contra el poder en Todos a la cárcel (1993) donde critica la cultura del pelotazo, o contra la moralina en París Tombuctú, donde retoma su faceta de erotómano.
Berlanga querido
Su talento nunca se lo pagó el Franquismo, por eso lo quisieron antes fuera que dentro. Su primer filme, Bienvenido Mister Marshall, se presentó en Cannes donde arrancó una mención especial. Presentó Calabuch en Venecia en 1956, y allí, en 1964, ganó el premio Fipresci con El verdugo. Ya avanzada su carrera, el Festival de Karlovy Vary llegó a premiarlo como uno de los diez cineastas más relevantes del mundo.
En España los premios empezaron a llegarle después de la caída del régimen que dijo de él "Berlanga no es comunista, es un mal español". Obtuvo sólo un Goya por Todos a la cárcel, el Premio Príncipe de Asturias, el Premio Nacional de Cinematografía, director de la Filmoteca Española en los ochenta, entre muchos otros.
No hay otro director más admirado. Con él se va el referente indiscutible de las generaciones de cineastas que vinieron después. De José Luis Cuerda a Miguel Gutiérrez Aragón, pasando por Carlos Saura, o los más jóvenes Óscar Aibar, Santiago Segura o Borja Cobeaga. Todos han bebido de él. Se va el cronista singular de la España del siglo XX.
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