Loubavagu o el "Otro Lado Lejano," obra dirigida por Rafael Murillo Selva, se presentará este lunes 29 de noviembre en el auditorio del Museo de Antropología e Historia, a las 6.00 pm. La entrada general es 100 lempiras
“Sudor y Lágrimas”
Por Rafael Murillo Selva
Esta nueva experiencia de teatro comunitario seria significativamente diferente a las dos anteriores: “El Bolívar Descalzo” en Colombia, y “El Terremoto“ en la comunidad de Milpas Altas, Guatemala. La cordialidad en la que se desarrollaron estos trabajos fueron tan óptimos que si no fuese por cierto pudor de objetividad bien podrían ser calificados de “milagros”.
En la aldea de Guadalupe, en cambio, el “milagro”, en este sentido, no se dio aunque muy posteriormente se suscitaron otros pero de índole diferente.
Cuando entramos a vivir a Guadalupe con mi asistente la actriz franco-haitiana Mimy Barthélemy, no imaginábamos siquiera lo que esa “audacia” podría comportar. Inicialmente sentíamos que convivir y trabajar “desde adentro y desde abajo” con las y los aldeanos seria una experiencia feliz y todo parecía indicar que así fuese puesto que durante tres meses, durante el periodo previo de investigación, habíamos compartido con la sociedad Garífuna en mas de veinte comunidades diferentes. Durante esas permanencias pudimos constatar y vivir algunos de los rasgos que la distinguen: placidez, sociabilidad fácil y abierta, música, bailes, cantos hermosos y constantes, risa cotidiana y alegre (esa que surge hasta por el más banal motivo) y sobre todo una profunda convicción que la vida, a pesar de sus lamentos (que podrían ser muchos), se merece “vivirla”. Uno se enamora al instante de esa maravillosa cultura.
Nuestra vida diaria transcurría como la de cualquier vecino: comíamos lo que la aldea podía ofrecer, dormíamos bajo techo de manaca, nos alumbrábamos con lámparas, candil ó candelas, nos acostábamos y despertábamos a la puesta del sol y al inicio del alba y en ocasiones, tal como ellas y ellos durante los “malos tiempos” caminábamos treinta kilómetros por la playa para ir y regresar de Trujillo en busca de artículos de primera necesidad. También bailábamos, golpeábamos el tambor, cantábamos y bebíamos en solaz compañía colectiva. Todo parecía suponer, pues, que las cosas marcharían idílicamente, pero no fue así. Mas tarde, años más tarde, cuando las incomprensiones en su mayor grado habían desaparecido los miembros del elenco solían declarar cuando se les entrevistaba, que la obra había costado meses de sudor y lagrimas”. Y en efecto así fue.
Queriendo vincular lo artístico a uno más amplio ligado “al desarrollo” se organizaron y realizaron variedad de proyectos paralelos al de la obra teatral, lo que fue un error en el sentido que era yo mismo quien se encargaba de manejarlos. Se combinaron acciones y objetivos que no debieron mezclarse en la forma como lo hicimos. Todo ello, además, llevado a cabo de manera tan abrupta y acelerada que muchas gentes del pueblo ante tanto alboroto de gentes que arribaban con considerables cantidades de papeles, grabadoras, centenares de cassettes y hasta con cámaras de cine terminaron por creer que el dinero por fin “empezaba a correr en Guadalupe”. Esto mismo despertó esperanzas, ambiciones, dudas y recelos con relación a nuestras verdaderas intenciones.
Y es que después de padecer siglos de abandono, humillaciones y engaños, frente a lo que no conocen o no es propiamente lo de ellos, la duda y la desconfianza, sobre todo en los hombres, se han enquistado en sus conciencias de tal forma que en veces pareciera que ellas formaran parte de su propia “identidad”.
¿Por qué este doctor Murillo y su asistente extranjera vienen aquí a vivir entre nosotros? ¿Por qué ese denuedo por querer ayudarnos si aquí a lo que han venido siempre los foráneos es a saquearnos? Es seguro que para su propio beneficio y a costa de nosotros algo andan buscando estos personajes y eso tenemos que saberlo y sacar nuestro propio provecho.
Así, me imagino, desde el inicio y sin que nos percatáramos han de haber pensado algunos, ya que una parcial e idealizada imagen de la realidad nos había escondido esa otra, la cual se encargaría de zarandearnos de tal forma que terminaría por provocar violentos choques entre algunos miembros del grupo que se había formado y mi persona. El punto central de esos choques casi siempre fue el dinero y si de dinero se trata con los Garífunas hay que tener una claridad mas que meridiana y evitar el más mínimo recelo, y aun con ello, se tiene la impresión que la suspicacia nunca termina. Lo cierto es que diariamente se tejían historias fantásticas alrededor del dinero.
Por nuestra parte no nos cansábamos de señalar que el nuestro era un proyecto gerenciado por la “Asociación Para el Desarrollo”(ASEPADE) organismo encargado de administrar los fondos cedidos por la Interamerican Foundation para un periodo de seis meses, y que por lo mismo carecíamos de facultades para regar “la plata” y ofrecérsela a todo aquel que la pedía. Lo que más importa, se les decía, era sacar la obra teatral adelante, luchar por rescatar la historia, mostrar su cultura y afirmar la identidad de la etnia frente a los “otros”. Difícil de entender estas arengas en un medio cuyas condiciones sociales y económicas se encuentra en un nivel tan precario, y además; ¿cuál identidad?, Si la de ellos y ellas es tan abierta, contundente y cotidiana que allí, en Guadalupe, en ese momento, el mensaje sonaba como fuera de circuito.
A quienes formaban el elenco se les reconocía por las horas dispensadas a los ensayos (por las noches) un reconocimiento pecuniario que para los niveles de salarios, cuando los había, acostumbrados en el pueblo eran mas que equitativos. Sin embargo, creyendo que debía de haber mas dinero las exigencias en este sentido crecían cada vez más. Es cierto que estas provenían únicamente de ciertos lideres que el mismo proceso formativo de la participación y creación colectiva, que insistíamos en practicar, había gestado y aunque el mensaje sobre otra clase de valores diferentes al del dinero empezaba a calar en algunos(as), los lazos familiares y de solidaridad que unen profundamente a los miembros de esta cultura ( todas y todos eran parientes entre sí) hacían que nadie se opusiera o disintiera de quienes hablaban en nombre del grupo. La triste realidad de todo esto se puede resumir así: para algunas y algunos nosotros no éramos los “artistas compañeros” sino patronos (era yo quien pagaba) y como tal, con lo que esto comporta en sociedades como las nuestras, nos asumían y trataban. Pero lo cierto del asunto es que en cierto sentido no dejaban de tener razón.
Habiendo detectado instintivamente la enorme trascendencia artística y social que la obra podía alcanzar, me entro un febril desasosiego por hacerla lo mejor posible y empecé a exigir “rendimiento” contrariando así, en ocasiones, el sentido del uso del tiempo y del placer los cuales suelen ser tan particulares en la cultura Garífuna.
Este rendimiento si sabe llegar, pero a su tiempo, y una vez que exista la objetivación de un hecho concreto que pueda facilitar su comprensión y sobre todo visualizar su beneficio. En cambio, en ese momento lo que hacíamos en el dominio escénico era incierto, nebuloso, untado constantemente de mensajes “abstractos” cuya concreción, les decía,“haría mucho bien en el futuro”. Al cabo llegue a comprender que para la mayoría de las y los Garífunas los discursos de carácter “trascendente” son incomprensibles y más aun: no creíbles. Lo que cuenta (¡por suerte me digo ahora y solo ahora!) al menos en todos aquellos asuntos vinculados a la vida material (aun en lo espiritual puesto que en su cosmovisión “los espíritus suelen comer y beber”) es lo concreto, lo que se palpa, el resto suele ser considerado como palabrería.
De tal manera que durante mucho tiempo se vivió, de parte y parte, en medio de tensiones o más bien de incomprensiones que minaban la eficacia del trabajo al grado tal que durante la celebración de una asamblea uno de los “lideres”, a grito pelado y con violencia le lanzo a Mimy Barthélemy lo siguiente: “salga del pueblo señora que usted como extranjera no tiene nada que hacer aquí”. Así de duras fueron en ocasiones las continuas y fatigosas reuniones. Lo que más dolía era la incomprensión puesto que lo de Mimy era trabajo voluntario de tal generosidad o bien con tantos deseos de experimentar y aprender, que su venida a Honduras la separo casi durante un año de su familia y de sus habituales fuentes de ingresos.
No se presentaban sino dos opciones para resolver estas constantes fricciones:
Salir de Guadalupe e irnos a otro lugar o asumir el reto de continuar y confrontar con la esperanza que, de parte y parte, el tiempo iría desvaneciendo las incomprensiones y se armonizarían esos códigos de comunicación y de conductas (por fin comenzaba a entender que estaba frente a una cultura cuya complejidad y profundidad se me estaban hasta ahora revelando) tan diferenciados en ocasiones y tan similares en otras. Optamos por la segunda alternativa.
La lucha no solo se entabló frente a la forma artística, lo que era ya mucho, sino también frente al mundillo social y cotidiano, de chismes, dimes y diretes, envidias, celos y recelos, susceptibilidades inmaduras etc. lo cual, al cabo de algunos meses terminó por desgastarme de tal modo que las defensas orgánicas se debilitaron, el paludismo entro atacándome en dos ocasiones, y para rematar un corto circuito cerebral finalizó por tumbarme. Esos son algunos de los riesgos que se asumen al hacer teatro comunitario, al menos en ciertos casos, si por tal se entiende el derecho de las gentes y aún de la misma naturaleza a intervenir e incidir en el hecho artístico que se esta produciendo. Esforzarse por aceptar lo que la vida de la comunidad, con sus enormes riquezas pero también limitaciones, pueda ofrecer, es una condición casi ineludible para ello. De tal suerte que una vez superadas las dolencias y buena parte de las fricciones proseguimos el trabajo hasta quedar relativamente culminado en el mes de mayo de 1980. Para ese entonces incluyendo los tres de contactos previos e investigaciones, habían transcurrido diez meses.
Reseña de Loubavagu por Arturo Arias
Publicado en “Gestos ceremoniales, narrativa centroamericana”
Artemis Edinter, Guatemala, 1998
¿La herencia africana en América? El mayor éxito teatral producido en Honduras durante los ochentas es la pieza musical Loubavagu.(....) Dirigida por Rafael Murillo Selva, la pieza es una asimétrica muestra de teatro, poesía, música, baile, historia, reclamos políticos, sátira de la sociedad ladina hondureña y entretenimiento cómico. (....)
(....) El éxito nacional e internacional del conjunto a lo largo de toda una década tiene que ver en parte con el atractivo ritmo, alegría y agilidad del montaje del conjunto. Pero, sobre todo, tiene que ver con el tipo de interrogación que hace sobre la pertenencia de la identidad garífuna al espacio – tiempo hondureño / ladino / centroamericano. La totalidad de la presentación es una acción de resistencia y afirmación por parte del grupo más subalterno y más discriminado de Centroamérica, cuya pertenencia al istmo ha sido más cuestionada por los sectores ladinos en el poder.
Loubavagu es un proyecto deliberadamente contra-hegemón.co que intenta cambiar el orden del sentido en el cual opera la historia. Es también una de las primeras grandes obras de teatro de raíces colectivas afro latinas que emerge en el continente. ¿Porqué no es ya hartamente conocida por los públicos del continente?
De acuerdo, no está escrita. El “texto” es enunciaciones , pero éstas no están circunscritas a la palabra escrita. Son canciones tan “ilógicas” como el texto de Montejo porque no siguen la linealidad occidental de causa y efecto. Tampoco lo hace Hombres de Maíz, razón por la cual para los críticos eurocéntricos racionalistas, dicha novela es una obra fallida. Pero de sus aparentes desvíos se desdoblan sentidos que apuntan hacia la reconstrucción de su historia y el reclamo de su espacio de identidad en un alucinante y vertiginoso discurso fundacional escrito con el cuerpo.
En este proceso, la obra reafirma la identidad garífuna y reconstituye su identidad por medio de la estética del placer. La cultura garífuna arma un contra discurso que si bien busca carnavalizar y desestructurar al régimen de poder ladino, no lo hace por la vía de la confrontación, ni siquiera por la vía de la parodia como elemento que mina el respeto a la autoridad, sino por la seducción rítmica. Se auto constituye en objeto de deseo para en seguida transgredir el orden establecido con consentimiento del sujeto hegemónico que paradójicamente quiere hacer aquel ritmo vital suyo porque ha sucumbido al gesto seductor.
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