martes, 16 de noviembre de 2010
Comer y aparearse igual a otras especies
Eduardo Pérsico
Por más violencia armada y artilugios verbales que usen,
a los países centrales el costo de su ‘descivilización’ no les será gratuito ni muy lejano.
Algo del entretejido de la historia humana podrían explicarse con los datos habidos en cada migración, gigantescos y dolientes traslados del hombre no solamente bíblicos y perduran. La humanidad sigue empujada a las travesía en masa a territorios desconocidos de gentíos miserables y desechos por el hambre, que reemprenden alrededor del mundo otra nueva y forzada epopeya de la especie. Migraciones convocadas por esa perversa causa que la origina también hoy: las hambrunas que agobian a una grandiosa parte de la humanidad. Ciertas referencias de esos traslados pueden explicarse con estadísticas, pérdidas y asimilaciones culturales o étnicas que se nos ocurran, pero a los países centrales les supone agobiador debatir estas ‘contradicciones’ de la civilización salvo en los discursos. El Poder, que se expresa en las naciones dueñas del reparto y responsables de semejante infamia, se distrae exhibiendo mapas, tratados de cooperación, muros en construcción, soberanías y esas categorizaciones que a nadie en la instancia del hambre le sirven de algo.
Los países dominantes coinciden en agitar el temor y el desprecio a los inmigrantes, y entre esos mismos países ganadores a pura fuerza bruta sostienen un corrompido sistema que impide la llegada de nuevos invitados a la mesa. Esa es toda la preocupación de los que internacionalmente mandan, y de ahí emergen muros, misiles, campamentos de refugiados y el patético uso de dioses, demonios y otras fabricaciones culturales guiadas a despreciar y agitar cualquier miedo contra los diferentes que llegan de lejos. Esas multitudes imprevistas y desesperadas que brotan mayormente del continente africano, ocasionan un dilema de difícil solución; esos exóticos tipos resultan incómodos de recibirlos en casa pero la tenacidad de la miseria ejrce otra lógica y 'siempre el hambre nos conduce y explica; atraviesa montañas, facilita los mares'. El comer y aparearse persisten en nuestra naturaleza y como si esta realidad de la especie fuera algo novedoso las dirigencias centrales hablan de una nueva realidad; y por más que rabinos, papas y ayatolas formen asociaciones ilícitas para convencernos de algo diferente la realidad seguirá siendo la única verdad.
Así las cosas y sin recetas lícitas para calmar estos malestares, valen las consecuencias individuales de las migraciones que hacen también a su engendro y problema. Quizá por siempre la literatura contempló la temática y no pocas veces, al constante rechazo de la nostalgia y a la vez, su añoranza y pena por la patria lejana, una dualidad que suele encerrar además de un sentir intransferible hacia el nuevo ámbito, la ‘memoria trasterrada’ en alguien que abandona su origen hacia estilos de vida novedosos y a veces alienantes. Por confortable que en principio resulte ese cambio, al inmigrante su nostalgia le parece más entrañable que la ajena y ese exilio, voluntario o forzoso, revaloriza cualquier entorno y el imaginario colectivo se aprecia como extraño. Algo que bien cubrió el francés Jean Baudrillard: ‘el racismo no existe mientras el otro es Otro y mientras el extranjero sigue siendo Extranjero, pero existe duramente cuando el Otro diferente se instala a peligrosamente próximo a Nosotros’. Cualquier exiliado o extranjero sufre esa nueva y dura instancia de la realidad; con la discriminación y el rechazo a su condición de ajeno, lejos del terruño, toda alienación es contaminante y suele reintegrar hábitos que nunca antes fueron ejercitados en su lugar de origen. A la típica quejumbre de los argentinos la exageró en el exilio el tomar mate o escuchar tangos más de la habitual, y fuera de su país es lo más simbólico de un emigrante que descubre algo esencial de su comarca. De ahí nunca fueron casuales los clubes de colectividades dispersos por el mundo entre inmigrantes que al perpetuar signos del terruño lejano, entraron a incidir en el 'mapa de conceptos' de su nuevo lugar. El nuclearse por regiones en latinoamérica, fuera de las imposiciones económicas que existieran fueron una herencia de los europeos llegados a sus playas desde 1850 y cuya transferencia cultural quedó fijada. Hoy en los Estados Unidos los millones de latinos en su territorio le asoman una nueva imagen a la sociedad toda, y una conciencia a veces incentivada por las divertidas integraciones de alcoba define siempre al fin un cambio revulsivo. Aquello que también se diera entre nosotros los argentinos casi de manera constante y y por vez primera nos advirtiera Domingo Faustino Sarmiento en su 'Facundo. Civilización y Barbarie por 1845: ‘en Buenos Aires sobre todo todavía está muy vivo el tipo popular español… Todos los movimientos del compadrito revelan al majo; el movimiento de los hombros, los ademanes, la colocación del sombrero y hasta la manera de escupir entre los colmillos, todo eso que hacel compadrito es propio de un andaluz genuino'. Una observación del Sarmiento genial que sería bueno lo recordemos más seguido.
Las transmigraciones dejaron si sello en la literatura, decíamos, .y en su exilio en los Estados Unidos el cubano José Martí de 1881 a 1884, pasó por el deslumbramiento; sus años de escribir ‘Emerson’ y una crónica laudatoria a la construcción del puente de Brooklyn. En la siguiente etapa Martí radicaliza cierta crítica a su entorno yanki y retorna a la voz de su continente mestizo ‘para medir la profunda desesperación del hombre es necesario vivir desterrado de la patria o de la humanidad’. Cada expresión humana en la lejanía carga una ajenidad a veces misteriosa, y en cuanto ‘cada palabra convoca a su propia memoria’ en el inmigrante prevalece esa doble mirada, nostálgica y rechazante por el bien perdido. Dicho esto sin ahogarnos diciendo tango o patria, si hablamos de literatura y no ser intragables o aburridos, los escribas de ficción suelen complementar la tarea de historiadores y sociólogos recurriendo -a veces sin lograrlo- a embellecer el relato de la realidad. De una novela, un cuento y ni siquiera de un sueño podría decirse que es una mentira, pero al margen de eso en esta feroz instancia de inmigraciones y traslados por hambrunas que destruyen identidades y perfiles, el tema central de la humanidad vuelve a centrarse en millones de seres humanos en la nostalgia, el amor y el rechazo de la patria en el nuevo y cruel escenario del exilio. Y cuando el conflicto se reinstala en los países centrales ‘molestados’ por la inmigración, - una certeza histórica inmanejable al Poder salvo que decidan bombardear barcazas los europeos o dinamitar su alrededor Estados Unidos- más temprano que tarde los hambrientos harán que resurjan tantos atenuados conflictos íntimos en cada país.
Eduardo Pérsico nació en Banfield y vive en Lanús, Buenos Aires, Argentina.
Por más violencia armada y artilugios verbales que usen,
a los países centrales el costo de su ‘descivilización’ no les será gratuito ni muy lejano.
Algo del entretejido de la historia humana podrían explicarse con los datos habidos en cada migración, gigantescos y dolientes traslados del hombre no solamente bíblicos y perduran. La humanidad sigue empujada a las travesía en masa a territorios desconocidos de gentíos miserables y desechos por el hambre, que reemprenden alrededor del mundo otra nueva y forzada epopeya de la especie. Migraciones convocadas por esa perversa causa que la origina también hoy: las hambrunas que agobian a una grandiosa parte de la humanidad. Ciertas referencias de esos traslados pueden explicarse con estadísticas, pérdidas y asimilaciones culturales o étnicas que se nos ocurran, pero a los países centrales les supone agobiador debatir estas ‘contradicciones’ de la civilización salvo en los discursos. El Poder, que se expresa en las naciones dueñas del reparto y responsables de semejante infamia, se distrae exhibiendo mapas, tratados de cooperación, muros en construcción, soberanías y esas categorizaciones que a nadie en la instancia del hambre le sirven de algo.
Los países dominantes coinciden en agitar el temor y el desprecio a los inmigrantes, y entre esos mismos países ganadores a pura fuerza bruta sostienen un corrompido sistema que impide la llegada de nuevos invitados a la mesa. Esa es toda la preocupación de los que internacionalmente mandan, y de ahí emergen muros, misiles, campamentos de refugiados y el patético uso de dioses, demonios y otras fabricaciones culturales guiadas a despreciar y agitar cualquier miedo contra los diferentes que llegan de lejos. Esas multitudes imprevistas y desesperadas que brotan mayormente del continente africano, ocasionan un dilema de difícil solución; esos exóticos tipos resultan incómodos de recibirlos en casa pero la tenacidad de la miseria ejrce otra lógica y 'siempre el hambre nos conduce y explica; atraviesa montañas, facilita los mares'. El comer y aparearse persisten en nuestra naturaleza y como si esta realidad de la especie fuera algo novedoso las dirigencias centrales hablan de una nueva realidad; y por más que rabinos, papas y ayatolas formen asociaciones ilícitas para convencernos de algo diferente la realidad seguirá siendo la única verdad.
Así las cosas y sin recetas lícitas para calmar estos malestares, valen las consecuencias individuales de las migraciones que hacen también a su engendro y problema. Quizá por siempre la literatura contempló la temática y no pocas veces, al constante rechazo de la nostalgia y a la vez, su añoranza y pena por la patria lejana, una dualidad que suele encerrar además de un sentir intransferible hacia el nuevo ámbito, la ‘memoria trasterrada’ en alguien que abandona su origen hacia estilos de vida novedosos y a veces alienantes. Por confortable que en principio resulte ese cambio, al inmigrante su nostalgia le parece más entrañable que la ajena y ese exilio, voluntario o forzoso, revaloriza cualquier entorno y el imaginario colectivo se aprecia como extraño. Algo que bien cubrió el francés Jean Baudrillard: ‘el racismo no existe mientras el otro es Otro y mientras el extranjero sigue siendo Extranjero, pero existe duramente cuando el Otro diferente se instala a peligrosamente próximo a Nosotros’. Cualquier exiliado o extranjero sufre esa nueva y dura instancia de la realidad; con la discriminación y el rechazo a su condición de ajeno, lejos del terruño, toda alienación es contaminante y suele reintegrar hábitos que nunca antes fueron ejercitados en su lugar de origen. A la típica quejumbre de los argentinos la exageró en el exilio el tomar mate o escuchar tangos más de la habitual, y fuera de su país es lo más simbólico de un emigrante que descubre algo esencial de su comarca. De ahí nunca fueron casuales los clubes de colectividades dispersos por el mundo entre inmigrantes que al perpetuar signos del terruño lejano, entraron a incidir en el 'mapa de conceptos' de su nuevo lugar. El nuclearse por regiones en latinoamérica, fuera de las imposiciones económicas que existieran fueron una herencia de los europeos llegados a sus playas desde 1850 y cuya transferencia cultural quedó fijada. Hoy en los Estados Unidos los millones de latinos en su territorio le asoman una nueva imagen a la sociedad toda, y una conciencia a veces incentivada por las divertidas integraciones de alcoba define siempre al fin un cambio revulsivo. Aquello que también se diera entre nosotros los argentinos casi de manera constante y y por vez primera nos advirtiera Domingo Faustino Sarmiento en su 'Facundo. Civilización y Barbarie por 1845: ‘en Buenos Aires sobre todo todavía está muy vivo el tipo popular español… Todos los movimientos del compadrito revelan al majo; el movimiento de los hombros, los ademanes, la colocación del sombrero y hasta la manera de escupir entre los colmillos, todo eso que hacel compadrito es propio de un andaluz genuino'. Una observación del Sarmiento genial que sería bueno lo recordemos más seguido.
Las transmigraciones dejaron si sello en la literatura, decíamos, .y en su exilio en los Estados Unidos el cubano José Martí de 1881 a 1884, pasó por el deslumbramiento; sus años de escribir ‘Emerson’ y una crónica laudatoria a la construcción del puente de Brooklyn. En la siguiente etapa Martí radicaliza cierta crítica a su entorno yanki y retorna a la voz de su continente mestizo ‘para medir la profunda desesperación del hombre es necesario vivir desterrado de la patria o de la humanidad’. Cada expresión humana en la lejanía carga una ajenidad a veces misteriosa, y en cuanto ‘cada palabra convoca a su propia memoria’ en el inmigrante prevalece esa doble mirada, nostálgica y rechazante por el bien perdido. Dicho esto sin ahogarnos diciendo tango o patria, si hablamos de literatura y no ser intragables o aburridos, los escribas de ficción suelen complementar la tarea de historiadores y sociólogos recurriendo -a veces sin lograrlo- a embellecer el relato de la realidad. De una novela, un cuento y ni siquiera de un sueño podría decirse que es una mentira, pero al margen de eso en esta feroz instancia de inmigraciones y traslados por hambrunas que destruyen identidades y perfiles, el tema central de la humanidad vuelve a centrarse en millones de seres humanos en la nostalgia, el amor y el rechazo de la patria en el nuevo y cruel escenario del exilio. Y cuando el conflicto se reinstala en los países centrales ‘molestados’ por la inmigración, - una certeza histórica inmanejable al Poder salvo que decidan bombardear barcazas los europeos o dinamitar su alrededor Estados Unidos- más temprano que tarde los hambrientos harán que resurjan tantos atenuados conflictos íntimos en cada país.
Eduardo Pérsico nació en Banfield y vive en Lanús, Buenos Aires, Argentina.
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