jueves, 7 de mayo de 2020

Pandemia y tragedia, entre el Covid19 y el CC4



El arte de los delincuentes criminales es presentarse delante de nosotros como inocentes, ofendidos, compungidos, peinados, vestidos de blanco, orantes, creyentes, cristianos, evangélicos y católicos, como convenga.

El arte del pueblo, sin embargo, es reconocer a esos mismos delincuentes de partidos, de televisión e iglesias como impostores, narcos, corruptos, asesinos, asaltantes del poder, lavadores y lacras de la Nación.

Hasta el jueves anterior teníamos suficiente con la pandemia del Covid19 que sobrepasa el centenar de muertos y el millar de contagios, pero ahora tenemos demasiado con toda la generación de CC1 hasta CC50, atacando de modo brutal la moral colectiva del pueblo hondureño.

Desde hace 11 años exactamente lo sabemos, esta generación embustera de malos estudiantes de liceo, de asaltantes acomplejados, tomaron en sus manos el Estado de Honduras en 2009 hasta nuestros días, para embarrar de mierda el gentilicio de hondureños.

Todo el mundo sabe aquí desde hace más de una década, como bien lo dice Salvador Nasrralla, que los objetivos del líder de esta generación de narcotraficantes y de corruptos incluyen el embrutecimiento general de la población, el robo total de nuestros recursos, y la humillación de los inversionistas, para que apoyen su continuismo en esa hora extrema de su caída inevitable.

El “tigre Bonilla” viene de ser acusado en Nueva York como sirviente del cartel de los Hernández, operador del tráfico de armas y de drogas hasta 2016 en calidad de alto oficial de la Policía Nacional, en coordinación con la Agencia Antidrogas de Estados Unidos y la Embajada del Departamento de Estado en Tegucigalpa.

Un señalamiento expreso como sicario al servicio de los Hernández también está contenido en esa acusación del fiscal para el Distrito Sur de Nueva York, Geoffrey S. Berman.

En sus defensa preliminar “el tigre” ha lanzado sus primeros zarpazos públicos contra el presidente del Partido Nacional, el ministro de seguridad repetidamente señalado en el estercolero y, por supuesto, al  jefe de la manada, el impostor del Ejecutivo, entre otros.

El “tigre” encriptado en la categoría CC-7 está ahora a la defensiva enfrente de un tribunal de Nueva York y de una estructura criminal en Tegucigalpa, que es una selva en la cual ya no tiene control porque aquellos antiguos aliados conspiran contra él hasta el extremo del asesinato.

Esta es Honduras.

Un país profundo construido por hombres y mujeres extraordinarios hace casi 200 años, pero hoy sometido a la mierda por un cartel de bandoleros disfrazados de cualquier papada.

El oficial Bonilla, quien en las descripciones del periódico El Faro de El Salvador tenía a su disposición periodistas, alcaldes, diputados, operadores de la política y de la justicia en el reino del cartel liberal de La Entrada y del otro cartel nacionalista de El Paraíso, hoy está solo. El CC-4, identificado en el juicio a Tonny Hernández como Juan Orlando Hernández, tampoco lo reconoce. En un comunicado éste dijo el viernes que son falsos los vínculos que Nueva York le atribuye con el tigre.

Al respecto Edmundo Orellana, el primero y único fiscal verdadero que Honduras ha tenido en todos los tiempos, dijo que este señalamiento directo a Juan Orlando Hernández es lo nuevo y es lo grabe, pues está imputado en un caso judicial en los Estados Unidos.

¿Qué hacer frente a esta realidad en medio de la otra pandemia que está matando al pueblo de Honduras por una gerencia negligente a cargo de militares violentos y políticos sectarios?

En su desesperación hay sectores políticos proponiendo inocentemente un juicio político al impostor en el Congreso Nacional, como si no supiéramos qué pasaría allá con los lobos de la misma manada.

No es claro cuál es el más honroso camino del pueblo de Honduras frente a esta generación basura que ha destruido los esfuerzos de los patriotas y matriotas que entregaron su sangre por construir una Nación y un Estado republicano.

La vergüenza que están acumulando a un pueblo noble y trabajador, que a veces también es un pueblo traicionero, ridículamente conservador y cristianoide, no puede continuar. Los responsables de esta vergüenza nacional deben ser cortados.

Como dice la periodista Gilda Silvestrucci Honduras no puede continuar siendo manejada por el chisme barato, el morbo básico, la pornografía política, ni por el fundamentalismo religioso pleno de vulgaridad, de desorientación, y de amarillismo puro.

El modelo narco corrupto no representa ningún modelo de éxito económico para ningún país. Es bueno para el capitalismo rapaz, pero es pésimo para los pueblos nobles. Esto debe terminar.

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